La decisión de Horacio Rodríguez Larreta en Buenos Aires puso en el tapete la cuestión: quiere cuidar a los viejos o eliminarlos. Por qué se rebelaron las personas mayores. Y qué dijo Pacho O’Donnell
Adolfo Bioy Casares fue uno de los grandes amigos de Jorge Luis Borges. Aunque había mucha diferencia de edad entre ambos, esto nunca fue óbice para que se vieran, charlaran y se hicieran mutuas bromas –típicas de intelectuales y que los demás no entendían- mientras creaban personajes y analizaban sus eventuales giros en sus relatos y ficciones. Hay que recordar que pergeñaron -con el alter ego Honorio Bustos Domecq- una serie de cuentos de tenor policial, género al que ambos honraban.
Pero, Bioy fue además literato por las suyas y sí escribió novelas. Entre ellas, La invención de Morel de 1940 y Diario de la guerra del cerdo de casi 30 años después. Ergo, no fue prolífico.
Pero en esta última novela, la trama resulta inquietantemente actual, si se le da una mirada especial: la intención de eliminar a los viejos. En este relato oral se da una idea del tenor de la novela y cómo los jóvenes deciden llevar adelante su guerra contra los viejos.
Y el tema volvió a ser atendido por todos los medios del país: la intención del gobierno de la ciudad de Buenos (CABA) a través de su Jefe, Horacio Rodríguez Larreta de impedir el libre movimiento de las personas mayores en la principal ciudad del país. Y esto fue fustigado por muchos de los afectados.
En la memoria de los clásicos, varios recordaron a Marco Tulio Cicerón quien en el año 44 AC escribe su obra De senectute -Sobre la vejez- y pone de relieve a los ancianos. “Esta obra, clásico de la literatura universal, es un auténtico manual de gerontología, y también la única latina dedicada en su integridad a los ancianos y representa un hito esencial en la historia de la edad provecta, sobre todo por su argumentación, por la calidad de su estilo y por el lugar que ocupa en la literatura. En cierto modo, causa perplejidad que el mundo romano, tan severo con los ancianos, haya generado esta sublime apología de la vejez”, indicó el historiador y filósofo español Alfonso López Pulido.
Y varios más a Anton Chejov en su obra Una historia aburrida donde un anciano relata los logros de su vida en la corte del zar. Un anciano… de 60 años. Hasta inicios del siglo XX llegar a los 40 años ya era todo un logro.
España, por dar un ejemplo, pasó de 32 a 83 años su expectativa de vida, mientras en América latina se alcanzó los 75 años, cuando a mediados de siglo se hallaba en 50 años.
Y sin embargo, el argumento de Rodríguez Larreta parece contundente: “Los que se mueren cuando se enferman de Coronavirus son los mayores”: ocho de cada diez fallecimientos en la ciudad Autónoma pertenecen a esa franja etaria.
Hay que decirlo sin eufemismos: Rodríguez Larreta hizo mucho por la unión de las personas mayores. Están todos en contra de él.
En la Ciudad de Buenos Aires viven más de 650.000 adultos mayores de 65 años.
Y están que trinan.
Pero no es un debate solo de Buenos Aires o de Argentina. También se da en el resto del mundo por la pandemia.
¿Cuál es el planteo?
Sacrificamos la economía, o sacrificamos a los viejos, esa es el dilema. Y agregan “Algunos morirán. Los viejos, con mayores riesgos. A los jóvenes no les pasará nada, les dará un simple resfrío. Y si toda la población se contamina, mejor, pues todo el mundo quedará inmunizado. Salvo los viejos. A esos, ya les tocaba de todos modos, es la ley de la selección natural; sólo los más fuertes sobreviven”.
Es un planteo duro pero que está soslayando una cuestión elemental que tiene que ver con la vida moderna.
Porque, atentos, no se murieron solo los viejos. Y algunos muy jóvenes.
El historiador y psicólogo Pacho O’Donnell dio en la tecla cuando describió el fenómeno y el error de las autoridades al sostener que hay un razonamiento inválido en vincular vejez con deterioro.
Según su explicación, luego de los 50 años los seres humanos abandonamos el cuerpo y pasamos a arrastrarlo: sinp energía, sin sexualidad, sin salud.
Y aquí apunta y dan en el clavo: cuando Larreta dice que los viejos y las viejas deben sacar un permiso para andar por las calles, soslaya que el coronavirus no afecta en especial a viejos y viejas sino a la gente débil.
Y remata: “Creo que la vejez no debería ser sinónimo de personal débil. Los viejos y las viejas nos compramos la imposición cultural de que estamos condenados al deterioro, de antes de la muerte viene el deterioro. No es cierto. Uno puede llegar a la muerte sin estar deteriorado”.
O como escribía hace 20 siglos Cicerón, “así pues, la vejez es honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no es dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento”. (De senectute)