Ya Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón realizó una serie de charlas y exposiciones. Las mismas quedaron plasmadas, luego, en este documento: Conducción política. Esta selección de textos pone el acento -en esta ocasión- en la figura del conductor.
El conductor es a veces conducido
Es decir que la conducción tiene ese fenómeno extraordinario, y el conductor es, a veces, conducido por los propios elementos de la conducción, cuando ellos están capacitados. Pero, si no lo están, la primera vez que flaqueen, el conductor se hunde él con todos sus cuadros. Quiero hacerles comprender que no se conduce ni lo inorgánico ni lo anárquico. Se conduce sólo lo orgánico y lo adoctrinado, lo que tiene una obediencia y una disciplina inteligentes y una iniciativa que permite actuar a cada hombre en su propia conducción. Esto es simple: un conductor, por genial que fuese, no podría llegar a cada uno de los millones de hombres que conduce. Hay una cosa que debe marchar sola; es decir, la doctrina, que pone a todo el mundo “a patear para el mismo arco”. Ya eso le da una dirección a la masa. Luego está la organización, que le da unidad en la ejecución de las cosas. Sin esa unidad de concepción y sin esa unidad de acción,”ni el diablo puede conducir”. Es decir que en la conducción no es suficiente con tener —como algunos creen— un conductor, ¡No!
El conductor debe ser maestro
Por eso conducir, en política, es difícil, porque a la vez de ser conductor hay que ser maestro; hay que enseñarle a la masa; hay que educarla; hay que enseñar a los intermediarios de la conducción, porque la conducción no se puede realizar con un hombre y una masa, porque esa masa no está encuadrada, se disocia. La masa debe estar encuadrada por hombres que tengan la misma doctrina del conductor, que hablen en su mismo idioma, que sientan como él. Eso es lo que nosotros queremos desarrollar y la tarea principal de la conducción. Sin eso no se puede conducir.
Es como si yo, general, quisiera ir a la guerra contra un país y le dijera al pueblo argentino: “¡Venga un millón de hombres; vamos a pelear!”
¿Adónde los voy a llevar?
Tengo que tomar al millón de hombres, enseñarles a pelear, desarrollar su instrucción, su intuición de lucha, su espíritu de lucha, darles la causa por la cual luchamos, y entonces sí: nombrar sus oficiales y suboficiales para que los encuadren. Después me pongo al frente, y entonces… ¡pan comido!
Conductores, cuadros y masas
Ese perfeccionamiento es la ventaja de la conducción.
Hay hombres que sin haber conducido nunca, conducen bien, y otros que habiéndolo hecho siempre, conducen mal. Los segundos quizá tengan otros conocimientos que escapan a los primeros.
De eso es, precisamente, de lo que nos servimos nosotros. Vamos a estudiar cuáles son las condiciones que deben tener esos conductores, cuáles deben ser las condiciones que debemos desarrollar en los auxiliares de la conducción, qué son los hombres que encuadran en la masa que se conduce, y que condiciones debe tener la masa para que obedezca y realice un trabajo inteligente, para que no sea una masa inerte, la que los romanos llamaban… “mudo y torpe rebaño”.
¡Esta no es la masa que le conviene a un hombre que conduce!
El barro y el estiércol
Nosotros, mal o bien, durante estos cuatro años hemos mantenido un grado de estabilidad, y dentro de ella un cierto grado de perfectibilidad. Hemos cambiado los sistemas, pero despacito, de a poco.
Es cierto que también, a veces, nos peleamos; pero la sangre no llega al río. Son discusiones pequeñas, “camandulería” de algunos “caudillitos” que todavía quedan. Eso obedece más qué a defectos de nuestra organización a defectos de los hombres, ¡Todos los problemas tienen solución; pero no todos los hombres tienen solución!
Alguna vez llega alguien con un problema y me lo entrega. Yo suelo decirle: “-Muy bien: el problema yo lo resuelvo; pero usted ¿qué quiere? Porque quién sabe si a usted lo puedo resolver”.
En la organización política tendremos siempre esos defectos, porque son los defectos de los hombres. Pretender que los hombres sean perfectos dentro de los elementos de la conducción sería pretender lo imposible. ¡Lo que nosotros tenemos que tratar es que sea perfecta, a pesar de los defectos de los hombres! Cuando construimos una pared no nos fijamos de qué están hechos los ladrillos, y solamente vemos si la pared nos cubre y el techo nos abriga. No pensamos que en los ladrillos se utilizan materiales como el barro y el estiércol.
La acción política es cuantitativa
En la organización política también hay que pensar en la construcción. Hay que construir el andamiaje orgánico y rellenarlo bien, sin mirar mucho. ¿Por qué? Porque la acción política es cuantitativa.
La acción del gobierno es cualitativa
Si pensamos en el gobierno, allí sí que hay que pensar de otra manera, porque la acción del gobierno es cualitativa. De manera que, al compulsar todos los elementos de la conducción, nosotros debemos tener como punto de partida que la perfección se alcanza en lo orgánico. Hay que trabajar de la periferia hacia adentro. Alcanzada la perfección orgánica, se puede alcanzar la perfección humana.
La vanidad de los conductores
Algunas veces los conductores creen que han llegado al pináculo de su gloria y se sienten semidioses. Entonces “meten la pata” todos los días.
Los conductores son solamente hombres, con todas las miserias, aun cuando con todas las virtudes de los demás hombres. Cuando un conductor cree que ha llegado a ser un enviado de Dios, comienza a perderse. Abusa de su autoridad y de su poder; no respeta a los hombres y desprecia al pueblo. Allí comienza a firmar su sentencia de muerte.
El conductor perfecto
Por lo tanto, la conducción debe estar en manos de hombres de un perfecto equilibrio. Napoleón lo definía como un perfecto cuadrado: los valores morales son la base; los intelectuales, la altura. Es necesario que un conductor tenga tanto de unos como de otros. Si logra ese equilibrio, es el hombre de la conducción; pero cuando se le van los valores morales sobre los intelectuales, lo llevan a realizar cosas inconsultas, y cuando estos últimos lo sacan de las virtudes, ya no deja “macana” por hacer.
(Fin segunda parte).