La larga historia de reivindicaciones de la provincia tiene su correlato en la actualidad. El Congreso acaba de dar un puntapié. En Diputados se aprobó una ley que tenía un estado solicitante: Misiones. Esta es una crónica ficticia sobre elementos y con protagonistas reales. Y es una forma de ver cómo los misioneros tratan de ir avanzando: con coraje y tenacidad.
Un poco más de un año antes se habían visto por primera vez (¡por Dios, parecía que todo ocurrió un siglo atrás!).
Había sido en el porteñísimo barrio de San Telmo de Buenos Aires. La vinculación fue instantánea.
Él, el candidato a Presidente convocaba y charlaba con todos. Así se llamaba su Frente que lo llevaba de aspirante a la primera magistratura.
El hombre de Misiones, un médico sanitarista que había trabajado años primero en Eldorado y luego en San Pedro, ya había sido elegido Gobernador tras un período como vicegobernador. Enseguida, se vio que se entendían de maravillas. “En nosotros, Alberto, encontrarás un equipo de mucho trabajo. Tenemos nuestra bandera desde hace 17 años y se llama el misionerismo”, le había dicho el médico al abogado.
Dos meses después, a la sazón el de Buenos Aires (hincha fanático de Argentinos Juniors, para más datos) todavía era el candidato a Presidente y andaba de gira por el país. Ya no podía ir a la cancha a ver a su equipo.
El Gobernador electo no había asumido aún, pero se jugó y realizó un viaje relámpago. Tenía que volver a verlo.
Se encontraron en San Miguel de Tucumán y se vio que seguía buena vibra.
“Tenés que venir a mi provincia cuando seas Presidente”, le dijo “y vas ver lo que estamos haciendo. Tenemos un líder que nos va marcando el paso y entre todos estamos logrando algo increíble y queremos contar con vos y el Gobierno nacional para todo lo que llevamos adelante”.
Y no quedaron ahí.
El vicegobernador no permanecía detenido. Hubo otra reunión de todos los que apoyaban al entonces candidato del Frente de Todos y viajó a Mendoza para volver a dialogar a solas. El convite seguía siendo el mismo. “Venite a mi provincia que te vas a sorprender”.
Y fue elegido Presidente, nomás. En diciembre (¡hace diez meses!) asumió.
Y, cumpliendo con su aliado, viajó a Misiones.
Y lo hizo más de una vez en un año que –está demás decirlo- es de los más difíciles de las últimas décadas, y eso, en Argentina, ya significa algo.
En la Argentina, “hacer una gauchada” significa ayudar a alguien en apuros. Los gauchos constituyen el símbolo de un país en el siglo XIX y que quedaron retratados en manos maestras por los versos de José Hernández en su obra cumbre del Martín Fierro.
Las gauchadas en la política existen.
Pero, para eso se tiene que tener confianza (un recurso donde la lealtad está por sobre otros valores) y coraje.
Borges lo relató en tantos cuentos que huelgan los ejemplos.
El coraje es una marca de los antiguos habitantes de este país.
Y, ya elegido, el Presidente vino más de una vez a esta tierra de hombres y mujeres corajudos que aplican la inventiva donde la naturaleza pone frenos y se quiere tascar como los caballos ariscos.
Vino una vez, luego en la siguiente ocasión envió a su pareja y finalmente vino otra vez. Algo no tan habitual para estas épocas. Pero lo hizo.
Fue todo intenso como es esta época. Días pasados arribó por segunda vez.
Avión, vuelo, aterrizaje. Posadas. Helicóptero. Vuelo…
Y ahí sí, el verdor pasma. Deja boquiabierto. Mira y no entiende nada. El contraste con la tierra roja y el movimiento de vehículos en la cinta gris oscuro configura un panorama impactante.
-¿Ves? -le dice su socio misionero. Esto es lo que aportamos al país y al mundo: aire puro, absorción de dióxido de carbono. Y queremos que esto que es valioso también tenga un valor…
El Presidente mira, se asombra, se acomoda en el pequeño asiento del helicóptero y asiente. El interlocutor tiene razón.
Pero faltaba lo mejor.
-Tenés que conocerlo más a fondo. Él es nuestro líder. Nuestro guía, nuestro mentor. El hacedor, como diría Borges. Si no, ¿cómo pensás que podríamos tener un Silicon Misiones, para darte un solo ejemplo?
El Presidente asintió. Había sido un día muy intenso. Con mucho calor y todos los problemas del país que no le quitan el pie de encima. En Misiones, hubo anuncios e inauguraciones. Viajes y saludos protocolares. Todo se había cumplido.
Siempre dicen lo mismo: lo urgente no deja tiempo a lo importante.
Pero ese día se decidió que sí le daría tiempo a lo que importaba.
Y se reunieron los tres.
Fue un encuentro de más de una hora. Sólo ellos tres.
Misiones es extraña, qué otra queda.
En la mayoría de las otras jurisdicciones y a nivel presidencia, los que mandan salen (en su gran mayoría) de las escuelas del Derecho. Son abogados.
Aquí no. Aquí un gobernador puede ser ingeniero, otro médico y, ¡oh, sorpresa! hasta un comunicador social fue mandatario.
Y el primer gobernador de este ciclo histórico es ingeniero químico. Y es una mente pensante que siempre propone… y realiza. “Solo los hechos dan fe a las palabras”, era un slogan que lo describe muy bien.
Y el Presidente (que es abogado) se reunió con el ingeniero que institucionalmente preside el Poder Legislativo. Pero que es mucho más que eso.
Ese encuentro selló una cercanía notable en estos tiempos que fija un entendimiento clave que va mucho más allá de la temática gubernamental.
La mente para funcionar necesita inteligencia y así, las neuronas hacen sinapsis. Que es cuando se “tocan” y transmiten la información. Y la mente se pone en movimiento.
Y así se dio ese diálogo. Encuadra en las variadas e inconmensurables dimensiones del intelecto, de la psiquis, de la inteligencia colectiva.
La interacción de mentes pensantes puede resultar un cóctel explosivo, pero explosivo en lo que tiene ver con lo creativo, en lo innovador, en lo que cambia, para bien, el mundo. De eso se trató el encuentro entre el Presidente, el Gobernador y el Presidente de la Legislatura.
El Presidente volvió al ruedo nacional, pero llevaba marcado en la entretela de su saco gris oscuro el rojo de la tierra colorada, el verde de su respiración vegetal y, por sobre todo, el pensamiento creativo de sus líderes.
De la necesidad, en Misiones, se hacen las cosas.
En los años 30 del siglo pasado, la Argentina vendía su trigo al Brasil. Pero este país no había mucho para enviar hacia acá. ¿Qué tenía? Yerba mate.
Así que Brasil exportaba a la Argentina eso mismo que se producía en el Territorio Nacional de Misiones. Y este cultivo poblador pasaba a ser una moneda de cambio. ¿Cuánto podían importar en la consideración federal los colonos misioneros si en los molinos de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba la yerba canchada venía del Brasil o del Nordeste? Nada, claro está.
Eso no amedrentó a los misioneros.
Salieron a pelearla. Había que conseguir que la yerba fuera del país. Si aquí estaban los yerbales, ¿por qué comprar a los brasileños?
Y, con el tiempo, lo lograron. Y las industrias empezaron a surgir aquí. Y los molinos empezaron a agregar valor y dar trabajo a los misioneros. Aún hoy, algunos llevan el 95 por ciento de la yerba canchada a Córdoba para agregarle allá el 5% de hierbas y envasar la yerba mate en la provincia mediterránea. Pero esa es otra historia.
Días después de que el Presidente estuviera en la provincia y contactara a fondo con sus líderes, el Congreso de la Nación aprobaba en Diputados una ley que Misiones estaba pidiendo. Una región aduanera especial con menos impuestos para esta provincia desfavorecida. Como antes, en la época en que la yerba se traía del Brasil.
En Misiones, sus habitantes ya lo saben: no queda otra que pelear con coraje, con lealtad, hacer las gauchadas a los que se merecen y ponerle mucho ingenio y mucho “pienso” a las soluciones.