¿Qué pueden tener en común el escritor argentino Eduardo Sacheri, Diego Maradona y la famosa saga del cine Volver al futuro? Hay un punto de convergencia y vale la pena perder este precioso tiempo suyo para averiguarlo
En días en que nadie deja de hablar de Diego Maradona y en cómo influyó en la vida de cada uno y cómo fue ese cruce entre las habitualmente rutinarias e ignotas vidas nuestras y la del gran capitán de la selección argentina, uno de los mejores homenajes se lo realizó Eduardo Sacheri.
Hay que decirlo con todas las letras: Sacheri es un tipo común, con una vida común (es profesor del secundario), en provincia de Buenos Aires, enseña Historia y ha llevado una existencia bastante alejada de los flashes. Está casado, tiene dos hijos y cuando puede, aun con sus 52 años a cuesta, se engancha en un partidazo junto con sus amigos. Juega de 5 y le gusta tenerla bajo la suela.
Una vida absolutamente “normal y ordinaria”, una vida –como decía el clásico del brit-pop, de “common people”.
Claro, hasta que un día sus cuentos sobre fútbol dieron paso a novelas sobre fútbol y un comentarista de radio empezó a leerlos antes de los partidos. Y hasta que un tal Campanella decidió que su novela “La pregunta de sus ojos” bien valía una película y esa película en 2010 ganara el Oscar a la mejor producción en lengua extranjera.
Pero en esencia, uno lo ve a Sacheri –quien sigue sacando novelas maravillosas- y sabe que es un “tipo como uno”. Fanático a morir de Independiente, su novela “Papeles al viento” transmitió su mirada sobre el mundillo del fútbol de una manera magistral como no se había hecho hasta ahora.
Pero, en paralelo Sacheri escribió para la revista El Gráfico una serie de relatos que no pueden denominarse “cuentos” en el sentido ficcional de la palabra. Son como una reflexión sobre –naturalmente- el fútbol.
El relato en cuestión se denomina “22 de junio de 1986”. La trama es relativamente sencilla: en ese entonces, tenía 18 ó 19 años y estaba más de un año de novio con Gabriela, “una morocha de ojos enormes y curvas inquietantes” que lo tenía absolutamente encandilado.
“Eran otros tiempos –recuerda- y la familia de la novia no estaba del todo de acuerdo con la relación”.
Hasta que un día llega la invitación a un almuerzo a la casa de los padres de la chica.
“Pero… ¡caramba, no!”, piensa Sacheri. “¡Es el domingo a esa hora juega la Argentina contra Inglaterra nada menos!”
Y ahí le dice:
-No, mirá, no voy a poder ir…
(Y ahí mismo, reflexiona cómo ve ese tipo de partidos alguien que ama y vive el fútbol: solo, en silencio, con fervor, maldiciendo a la pantalla de la tele: y claro, se pregunta ‘cómo justo ese día tenía que ser’).
“A veces la vida es así, nos pone a prueba. Nos otorga algo que hemos deseado, pero en condiciones que convierten en una desgracia lo que debería ser un regalo del cielo”
Y la chica, claro está, que no entiende ese lado de la psicología masculina, lanza su ultimátum:
-Mirá, que si no venís, no sé cuándo te van a invitar otra vez –le advierte.
Y… la carne es débil.
El relato, huelga decirlo, es antológico. Y el final, absolutamente cargado de afectos, tal como sólo Sacheri es capaz de realizar.
Ese domingo de invierno, va hacia lo de sus suegros. No hay nadie en las calles. Llega.
Claro: él se ilusiona. Si su “proyecto de suegro y proyecto de cuñado fueran futboleros a muerte”, podía ser que comprendieran mejor al visitante y sus (extraños) comportamientos.
Pero, no. No tenía suerte. “Eran tenistas: de pantalón corto, medias blancas y bolsos grandes para las raquetas”. Nada de fútbol.
Naturalmente, “era gente que quería ver el partido y que Argentina ganara”.
Durante el almuerzo, Sacheri recuerda que todos comían como si no hubiera mañana. A él no le bajaba ni un trago de agua por la garganta: Ya ‘estaba’ en el estadio Azteca con los jugadores. Viviendo el partido.
Y pide para escuchar el partido por la radio.
“Pero, mirá que en la tele relatan también”, le advierten anfitriones.
Y, luego el partido.
Hasta que llega el gol con la mano. Y Sacheri presta atención al relato de Víctor Hugo que fue uno de los que enseguida vio la infracción.
(Y vale este agregado propio: los propios compañeros de Maradona estaban estupefactos y no sabían cómo reaccionar ya que habían visto lo que hizo ante el portero inglés. Y él que los llamaba desde una esquina de la cancha. “Vengan, abrácenme, que tenemos que festejar (si no, se van a dar cuenta)”. Y el juez de línea que corría al centro de la cancha y el árbitro que no había visto nada, convalidaban).
El joven Sacheri empezó a rezar, a pedir, a decir que iba a ser bueno. Que terminara el partido, que todo concluyera.
Y, luego… la gran jugada.
Ahí sí, él no se dio cuenta. El relato vale por sí mismo (pase y escúchelo en el video adjunto: todo empieza aproximadamente en el minuto 3’14”). Perdió todo control que hasta ese momento había retenido a fuerza de conciencia.
Y se encontró prendido del lado de adentro a una ventana con barrotes y gritando como un desaforado.
Hasta aquí una parte del relato.
Breve interregno
Pido al amable lector que si llegó hasta aquí, haga una pausa y “cambie de canal”. Y vayamos a la segunda parte de Volver al futuro. Allí Marty Mc Fly viaja otra vez al pasado y ve que como el tonto-malo ha robado el libro de resultados deportivos y con ello “adivina” todos los partidos y se ha vuelto millonario y hasta tener el tupé de tomar a la propia futura madre de Marty como esposa.
¿Recuerdan la imagen? Si Marty no arreglaba las cosas, su futuro y el de sus hermanos comenzaba a esfumarse.
Y ahora sí, volvemos al futuro y a Sacheri.
El propio escritor reflexiona que si no hubiera sido por Maradona, quizá todos se hubieran percatado de “lo loquito” que era el novio de la nena y probablemente nunca hubieran permitido que la relación progresara. Quizá la foto de su futura familia hubiera empezado a desaparecer lentamente como en la película de Spielberg se esfumaban los hermanos de Marty. Algunos hechos y decisiones de hoy pueden cambiar el futuro.
Y si eso hubiera ocurrido, Eduardo no hubiera tenido posibilidad de continuar con Gabriela. Pero Diego apareció e interpuso su magia para evitar que las cosas se desbarrancaran. Y evitó males mayores. Y así, Eduardo fue feliz.
Y él pudo casarse con Gabriela. Y luego vinieron sus hijos Francisco y Clara.
El Diego metió la mano y luego el pie y su cintura y su inteligencia y lo vino a salvar a él.
Gabriela se recibió de Psicóloga y él fue profesor de Historia. Y siguió amando intensamente al fútbol y, por sobre todo, al Rojo. Pero de la historia de cuando el Diego lo salvó, Eduardo no se olvida más…