Se llama Tinka es de 1953. Fabrican bolitas y bolones. Está en San Jorge Santa Fe y es la única de América latina. Cuando llegó la pandemia, arrancaba el año escolar y lo que esperaban vender terminó cayéndose porque sus “pequeños clientes” no estaban. Volvieron en septiembre y elaboran unas 400 mil unidades diarias que viajan a toda América
Cecelia Ahern es una joven y exitosa escritora irlandesa, hija de un funcionario político de ese país. Ha trascendido gracias a que su primera novela (PS: I love you – Posdata: te amo) fue llevada al cine.
Una obra posterior llegó a publicarse en una edición en castellano. Le pusieron (oh, traición del traductor) “Memoria de cristal”, algo que puede sugerir una persona con problemas de recuerdos o que está perdiendo su memoria. Nada más lejos. En el original, el libro lleva un título más directo y simple: “El coleccionista de bolitas” (The marble collector).
Y a eso se refiere. La historia actual de una persona que vivió su infancia muy duramente en los años 60. Mudado de Escocia a Irlanda, el niño sufre acoso de parte de sus nuevos compañeros y –lo peor- duros castigos del viejo cura encargado de la escuela. Uno de esos castigos era encerrarlo por horas en un pequeño cuarto oscuro. Pero el niño tiene un ángel protector. Otro cura, mucho más joven y agradable, le regala cuatro bolitas (canicas, en otros lugares) y el niño se entretiene en sus encierros. Así, las bolitas vienen a ser su tabla de salvación en un mundo peligroso. Y cuando crece no abandona su pasión. En su propia luna de miel en Venecia es capaz de gastarse los pocos pesos que tenía al comprar una pieza única y ganarse el enojo de su flamante esposa.
Así pasan los años y este protagonista lleva una doble vida. Sigue coleccionando las bolitas (cada vez más caras y exclusivas que se fabrican en lugares como Murano cerca de Venecia) y llega a participar en torneos locales con gente grande. En uno de esos campeonatos logran el título mundial y gracias a sus disparos. Su familia desconoce de toda esa parte de su historia hasta cuando está casi por morir. La pasión que lo había mantenido vivo puede ir a la tumba con él. Salvo que su hija lo averigüe. Ahí, dejamos la novela…
Breve interregno familiar
Quien esto escribe vivió su infancia en los años 60 y las bolitas configuraban parte esencial de los juegos. Se las llevaba a las escuelas y ahí se disputaban diversas competencias. Se jugaba al “corralito” y al “hoyito”. Pero hay variantes.
Todos los niños amaban esos juegos que incluían los “bolones” y las chiquitas. De los primeros, los temibles eran los conseguidos en talleres electromecánicos cuando los rulemanes no servían más y se los desarmaba a martillazos de marrón. Eran metálicos y podían partir de un golpe a las rivales. Su uso solía estar limitado.
Pero, el detalle a contar es éste: Recuerdo que con mi hermano Carlos y mis amigos del barrio jugábamos en cualquier lugar con un poco de piso de tierra. “Sin reglas”. “Hasta el final”. Había condiciones para cumplir en los juegos. Pero particularmente, recuerdo haber invitado a mi padre a que se sumara al juego (no le gustaba jugar con nosotros al fútbol, por ejemplo). Pero a la bolita, se sumaba con alegría y sin tapujos. El viejo jugaba bien. Y si a veces podíamos con él, era porque nos dejaba ganar. Era bueno, realmente. Esto, concluyendo, implica que él también jugó en su infancia y que retenía las habilidades y competencias del juego.
Supervivientes
En la Argentina, hay una sola fábrica de bolitas. Pero el 2020 de coronavirus casi lo tumbó.
Una historia con varias décadas de existencia.
Corrían los primeros meses de 1953 cuando dos empleados de la famosa cristalería Saica instalada en San Jorge provincia de Santa Fe solicitaban un permiso gremial de un mes con la loca idea de comenzar con la instalación de una fábrica de bolitas de vidrio.
¿Qué los empuja a esta aventura?
Cuentan en ese momento con la experiencia obtenida dentro de la cristalería donde fabricaban una pequeña cantidad. Y conocer la psicología de los niños, evidentemente. Como el personaje de Cecelia Ahern, muchos siguen amando el juego.
Según la historia oficial, aquellos osados emprendedores fueron Víctor Hugo Chiarlo y Domingo Vrech, al finalizar el mes vuelven a su trabajo donde son invitados a elegir a seguir con sus tareas habituales o retirarse definitivamente a continuar con su proyecto. Y Víctor junto a Domingo se juegan.
En la búsqueda de financiamiento y mercado para la idea gestada viajan en tren a la ciudad de Rosario, luego de varias reuniones un señor de distribuidora Rigolleau les entraga una tarjeta personal y les recomienda dirigirse a conversar con el señor Juan Manavella gerente de la firma Manavella y Cía. S. R. L. (únicos fabricantes en Sudamérica de bolitas de mármol por aquel entonces) quien desde un principio muestra interés por la propuesta.
Luego de esta aproximación, Manavella les solicita que le envíen muestras comprometiéndose a que en caso de gustarle analizarán firmemente qué tipo de relación entablar para desarrollar la idea.
Regresan a San Jorge donde fabrican las muestras que son aceptadas y firman un contrato el cual los obliga por el espacio de seis meses entregar toda la producción a la firma mencionada a cambio del dinero recibido para instalar la tan ansiada fábrica, el día 15 de octubre de 1953 hacen la primera entrega, la cantidad que fabricaban es ese entonces era de aproximadamente 12 mil bolitas diarias.
En el año 1956 se retira de la sociedad el señor Vrech e ingresa a la misma Ricardo Reinero, quien contaba con una pequeña experiencia en el manejo del vidrio, pero mucha en todo lo que se refiere a la industria metalúrgica un verdadero artesano del hierro.
La sociedad continúa la labor y en 1960 ingresa a la sociedad Ángel Albino Chiarlo hermano menor de Víctor, la firma sufre vaivenes porque hay períodos donde Víctor y Ricardo se retiraron de la misma pero ya consolidados a partir de 1964 continúa la fabricación de la preciada esfera, siempre en la búsqueda de incrementar la producción y mejorar la calidad del producto, diversas máquinas de fabricación casera se han utilizado y llegan a producir unas 6000 traviesas por hora.
En el año 1993 se produce la lamentable pérdida de Ricardo Reinero y toma la posta su hijo Juan Miguel.
Cambio de máquinas
Muchos en el menemismo con el dólar barato aprovecharon para ir a Miami o Brasil y para importar productos inútiles y revender en el país. Pero la gente de Tinka hizo lo que Arcor con las golosinas en el país. Importar máquinas buenas y que estaban subsidiadas en su valor.
En 1995 compran al taiwanés Cheen Fu Cheen una máquina procedente de aquel país que eleva la producción a 8500 por hora, algunos años después se compra una máquina del mismo origen para la fabricación de bolones en una cantidad aproximada de 3.800 por hora.
Así, en la actualidad, con dichas máquinas se fabrican 400.000 bolitas diarias
Pero claro, el 2020 no fue un año especial. La pandemia no paró de darle cachetazos a Tinka. “No sólo debieron parar la producción a lo largo de un mes y medio, sino además sintieron el impacto en las ventas en plena temporada alta: el inicio lectivo. Sin embargo, sacó pecho para pelearla y seguir adelante con sus más de 65 años de historia”, relata Rodrigo Pretto, desde la redacción de Mirador Provincial un portal de noticias de Santa Fe.
Quedaron “Tingados”
En Misiones, muchos dicen: “Este tema ni me tinga”. Y se refieren a que no los afecta particularmente.
¿De dónde viene el sentido? Del juego de bolitas. “Tingar” es el momento en que una bolita por acción de un envío del jugador golpea contra otra. Para desplazarla, para inutilizarla, para vencer.
En septiembre de 2020, Tinka volvió a funcionar. Cuando todos estaban agotados de la larga pandemia, la fábrica volvió a ponerse en marcha.
Así lo relató Pretto. “Una de las fábricas que vuelve a poner en marcha sus motores productivos con la nueva normalidad es la reconocida Tinka, la industria de bolitas única en Sudamérica ubicada en la ciudad de San Jorge. Tras un mes y medio con las persianas bajas, lograron encender los hornos para comenzar con la producción. “En este inicio de 2020 habíamos comenzado bien. Teníamos algunos pedidos hechos, pero la pandemia no nos dejó arrancar. Estuvimos 45 días sin siquiera venir a la empresa”, explicó Horacio Reinero, uno de los titulares e hijo de uno de los fundadores de la firma fundada allá en 1953.
Tras la parálisis generalizado producto de la pandemia mundial, llegó el momento de regresar con la fundición de vidrio. A Tinka no sólo la prohibición productiva le pegó de lleno, sino la suspensión del ciclo lectivo le significó otro duro revés. Es que la temporada de juego de bolitas comienza en marzo y finaliza en septiembre u octubre. “Este año, cuando parecía que íbamos a arrancar, no comenzaron las clases, no logramos tener grandes ventas y ni siquiera producir”, se lamentó Reinero.
Por qué en septiembre se reinició el movimiento. Sencillo.
el período productivo anual de Tinka consta de dos etapas. La primera direccionada a los chicos para la fabricación de las canicas lúdicas desde el mes de marzo hasta septiembre, aproximadamente. Y luego continúan los trabajos para laboratorios de pinturas en aerosol. “Es lo que llamamos bolita industrial. Son esas que se introducen dentro de los frascos y que, al agitarlos, las personas escuchan su ruido interno”, contó.
En momentos de producción normal y con los hornos funcionando sin inconvenientes, la industria fabrica 400.000 bolitas al día. Por lo general, de acuerdo a lo que explicó Reinero, la producción se basa en un trabajo intensivo de entre dos y tres semanas para, luego, reparar las máquinas a lo largo de siete días antes de volver a encender los motores.
Tinka inició la gestión de las ayudas estatales mediante las cuales recibieron el 50% de los salarios para empleados de un mes. Y para la firma fue de suma importancia. “Nos habíamos quedado sin stock y no podíamos producir. Pero de aquí en adelante creería que vamos a poder trabajar. Debimos hacer un protocolo para todos nuestros empleados para que ellos tengan todas las medidas de higiene y un permiso de traslado porque trabajamos las 24 horas de manera continua. Había cambios de turnos y los chicos tienen que moverse constantemente”, indicó.
El final sigue siendo un juego
Las bolitas se comercializan en bolsas de 5.000 unidades para el sector industrial. Previamente se realiza una selección ya que, la mayoría de los laboratorios trabajan mediante un maquinado para el relleno de las latas y deben trabajar con canicas uniformes.
Para la fabricación de las mismas se utiliza la misma maquinaria que para aquellas de uso doméstico, aunque la diferencia radica en que la materia prima proviene del reciclado de botellas que no tienen retorno, por eso el color es oscuro. “Para los otros modelos usamos el descarte de Cristalería San Carlos. Como ellos no lo reciclan más, nosotros nos encargamos de esa parte y le agregamos color”, puntualizó.
Las bolitas, canicas en otros lugares, seguirán fascinando a los niños de todo el mundo. ¡Y a los grandes que alguna vez fueron niños!
Ese es el mensaje de la novela de Ahern y de los productores de Tinka en San Jorge y de los niños que sacan de sus bolsillos algunos ejemplares, trazan un círculo y dicen…
“¿Jugamos al corralito, dale?