Anthony Quinn, el actor mexicano fue una de las grandes figuras del cine en casi medio siglo de películas, gracias a papeles en cintas como “¡Viva Zapata!” y “Sed de vivir”, que le valieron sendos premios Oscar, así como el protagónico de “Zorba, el griego”, hasta convertirse en uno de los intérpretes más celebrados de su generación. Y recordarlo en otras producciones no menos valiosas como El secreto de Santa Vittoria, La hora 25 y Un paseo por las nubes
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El jueves 2 de junio se cumplen dos décadas del fallecimiento de Anthony Quinn, legendario actor mexicano de la época dorada de Hollywood gracias a sus roles en “¡Viva Zapata!” y “Sed de vivir”, que le valieron dos premios Oscar, y el protagónico en el clásico “Zorba, el griego”, convirtiéndose en uno de los intérpretes más celebrados de su generación. Aunque suelen soslayar, las crónicas no deberían olvidar películas como La hora 25, un drama de aquellos.
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He aquí el trailer de la película
Quinn, quien murió a los 87 años en Boston producto de un cuadro de neumonía que agravó su ya delicado estado de salud producto de un cáncer de esófago, partió un 3 de junio de 2001 y dejó un total de 169 papeles en títulos del cine y la televisión a lo largo de su carrera, iniciada a mediados de la década del 30, y su legado como uno de los primeros y más famosos latinos en abrirse paso en el codiciado “star system”.
El rostro inconfundible y camaleónico del actor, nacido en la ciudad de Chihuahua e hijo de padre de origen irlandés y madre azteca que, tras atravesar una infancia repleta de adversidades, pasó a la historia en roles como el de Eufemio, el hermano menor del líder revolucionario mexicano Emilio Zapata, interpretado por Marlon Brando en “¡Viva Zapata!”, la película biográfica realizada en 1952 por el cineasta Elia Kazan.
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Pero el primer impacto seguramente para muchos es el personaje principal en La Strada, la maravilla de Fellini donde se hacía acompañar por una adorable Gelsomina de la a la sazón esposa del director Giuletta Massina
Como dice la crónica de Télam, Su aclamada trayectoria incluye además personajes en clásicos que sellaron su trascendencia definitiva: en la piel de Zampano, el artista ambulante de “La strada” (1954), del brillante Federico Fellini;.
Claro, los memoriosos no lo olvidan como el jinete beduino Auda abu Tayi en “Lawrence de Arabia” (1962), de David Lean, con Peter O’Toole y Alec Guinness; o su Alexis Zorba en la comedia dramática “Zorba, el griego” (1964), dirigida por Michael Cacoyannis, junto a Alan Bates, que también le valió una nominación a los premios de la Academia.
Y sí. Esa maravilla que fue la música de Mikis Theodorakis como fondo en el final de la película Zorba el griego.
Un inglés que conoce al habitante de la tierra y le va enseñando cómo se vive. El inglés desprecia a una chica que canta en la taberna del lugar. Ella se esconde en su habitación. Zorba va y le pregunta por qué llora. Y ella dice: El visitante dice que no sé cantar y que no he estudiado. “Bueno, le responde Zorba, tendrás que hablar con todos los pájaros que a la mañana cantan y tampoco estudiaron canto”.
Pero ese memorable talento y carisma de los años de oro de Hollywood, por el que se transformó además en un referente de decenas de colegas del rubro, se consolidó no solo tras una difícil infancia y adolescencia junto a su familia, siempre con la pobreza pisándoles los talones, sino luego de sus inicios como actor encasillado en los estereotipos del “macho” o el “gangster” por parte de una industria que recién ahora comienza a hacerse eco de las críticas por su representación de la diversidad.
Sí, en la década de los 40, Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca -tal era su nombre de nacimiento- pasó de trabajar como peón, lavaplatos, animador de fiestas, boxeador y carnicero a representar personajes secundarios de orígenes tan variados como italiano, chino, filipino o indígenas de distintos territorios, y a veces roles de dudosa reputación, como criminales, guerrilleros, piratas y todo tipo de villanos.
“Una de las razones por las que hice todos esos papeles de griegos y árabes fue porque estaba intentando identificarme como un hombre del mundo, viví en Grecia, en Francia, Irán, España, en todos lados, buscado un nicho donde finalmente me aceptaran”, reflexionó Quinn tiempo después sobre esas épocas en una entrevista al diario The New York Times.
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De las películas de este inmenso actor que el autor de estas líneas pudo ver en su infancia, no se puede dejar de mencionar un drama bélico en Italia: El secreto de Santa Vittoria. Los alemanes llegan al pueblito itálico en la II Guerra Mundial. Termina transformándose en una maravillosa comedia costumbrista. Vale la pena recordarla también
“Where is the wine?”, es lo primero que pregunta el oficial alemán cuando llega. “There’s no wine”, le responderán todos y cada uno.
Se han esforzado por esconderlo en unas cuevas que tienen y no desean compartir su secreto y su tesoro.
Una de esas escenas inolvidables es el del casamiento de una parejita. La chica no es virgen pero el novio desea ansioso mostrar la sábana manchada de rojo por la rotura del himen de la primera noche de boda. “No vas a poder”, le dice la chica a su flamante esposo. El tipo no se rinde. Va a buscar una gallina y ahí consigue la sangre para manchar la sábana, que temprano en la mañana cuelga de la ventana de los tortolos. El pueblo, en tanto, aplaude.
Y aunque para ese momento ya se había casado con Katherine DeMille, hija adoptiva del cineasta Cecil B. DeMille y con la que compartía a cinco de sus doce hijos, el desprecio por parte del soberbio entorno del icónico realizador por sus orígenes humildes y el prestigio que le daban sus roles no le permitieron escapar del molde, a pesar de su potente presencia en la pantalla, sino hasta los años 50 y 60.
Entre aquellas recordadas cintas en las que participó en esas décadas siguientes, cuando había conseguido tener un nombre propio en el ambiente y mostraba de lleno su naturalidad y habilidad dramática, se encuentran “Los cañones de Navarone” (1961), dirigida por J. Lee Thompson; “Barrabás” (1961), de Richard Fleischer; “La hora 25” (1967), en la que interpretó a un prisionero rumano convertido en un soldado nazi; y “El secreto de Santa Vittoria” (1969), donde ofreció un fuerte retrato de un hombre consumido por el alcohol.
Ya en los 70, Quinn volvió a ocupar roles similares a los de sus primeros filmes en otros nueve títulos para el cine antes de alejarse progresivamente de la actuación durante los 80, cuando decidió volcarse de lleno a la pintura y la escultura, obteniendo un buen reconocimiento como artista plástico.
Sin embargo, durante los 90 volvió al cine con algunos cameos y luego en películas como la versión de 1990 de “El viejo y el mar”, en la que trabajó con su hijo Francesco; “Revancha” (1990), con Kevin Costner y Madeleine Stowe; “Fiebre salvaje” (1991), de Spike Lee;
En sus últimos años actuó y coprodujo el filme brasileño “Oriundi” (1999), formó parte del elenco de “Tierra de cañones” (2000), del fallecido cineasta español Antoni Ribas; y en 2002 tuvo su último rol como un jefe de la mafia en “El protector” (2002), dirigida por Martyn Burke y protagonizada por Sylvester Stallone.
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Y quizá para el final uno de sus últimos filmes al estilo del viejo Hollywood. “Un paseo por las nubes” (1995), junto a Keanu Reeves y la bellísima española Aitana Sánchez-Gijón.
El joven soldado vuelve de la guerra. La esposa lo ha abandonado. Y la chica vuelve de la ciudad: su novio la embarazó y la ha abandonado.
El joven soldado se hace cargo de la chica y empieza a salvar la hacienda viñatera que dirige el patriarca, naturalmente Anthony Quinn perfecto en su papel.
Maravillosa al estilo de antes…