Las increíbles anécdotas del gran escritor y del genial compositor, los máximos creadores que dio Argentina al siglo XX. Cuando Dedé la esposa de Piazzolla cantó y le gustó a JLB. Y lo dijo. Y no le gustó la versión de Edmundo Rivero
Se puede buscar cualquier excusa para traer a la memoria la unión de dos de los genios de las artes y la creación: cuando Borges trabajó con Astor Piazzolla. Fue hace casi 60 años. El maestro de las letras y las palabras siempre sintió atracción por las canciones gauchas con letras de malevos y pendencieros. Y hubo un convite para que Piazzolla le pusiera música y un grande del tango como Edmundo Rivero ocupara su notable registro.
En 1965, tras infatigables gestiones e inmerso en un clima adverso al cual ya estaba adiestrado, Astor Piazzolla logró concretar una de sus ideas más desafiantes: la de incorporar su música a la pluma de Jorge Luis Borges utilizando para ello, como nexo causal, al tango, recordó Enrique Madeo en el blog OyeBorges.
El proyecto no había generado mayores expectativas, ya que si bien por aquellos años, en el universo cultural los dos gozaban de un indiscutido reconocimiento, entre los argentinos, el mismo siempre se había visto cuestionado.
Borges escribía difícil, lo cuestionaban por sus opiniones políticas, era atractivo para la polémica pero no tenía unanimidad en el apoyo, salvo el que conseguía a fuerza de premios y reconocimientos en el exterior.
Piazzolla, por otra parte no interpretaba tango, y entre calificaciones sin sustento y críticas infundadas, pocos eran los que mantenían expectativas en disfrutar de la unión de dos talentos inconmensurables.
Faltaba aún para que su tema Balada para un loco cantada por Amelita Baltar hiciera saltar todo por los aires (que por cierto, no ganó el concurso en que competía pero eso no importó).
Y si bien Borges no era el nombre más apropiado a la hora de pensar en letristas de tango, la dimensión del desafío pudo una vez más con el gran maestro.
Obsesivo en su afán, Piazzolla dedicó íntegras jornadas de trabajo a la creación de una obra que conforme a sus convicciones, debería ser tan rica desde su música como desde sus palabras. Así es que incorporó a Edmundo Rivero y Luis Medina Castro, para que junto a su quinteto pudieran transformar aquel desafío en realidad.
Jacinto Chiclana
Pero según Sandro Benedetto, todo se gestó cinco años antes.
Este encuentro ocurrido en 1965 entre dos de las más importantes personalidades en el campo artístico del siglo XX —y que la fortuna ha concedido a los argentinos—, tiene su génesis cinco años antes; ya que en marzo de 1960 Piazzolla compone en la ciudad de Nueva York —a sugerencia de la bailarina y coreógrafa Ana Itelman— la música para ballet basada en el cuento de Borges Hombre de la esquina rosada, del que Itelman adaptó algunas frases, y cuya partitura es una suite para recitante, canto y doce instrumentos. La misma recorre variados estilos musicales desde la esencia del tango tradicional a la música dodecafónica.
El hombre de la esquina rosada
Otras anécdotas increíbles
En el libro de memorias de Edmundo Rivero Una luz de almacén, el cantor nos relata el diálogo que sostuvo con Borges en los días de la grabación del disco:
Borges me hizo una pregunta casi brusca:
—¿Con qué autoridad, con qué conocimiento canta usted estos temas? No había intención agresiva sino simple curiosidad, acaso certeza de mi obligado dominio del asunto.
Le contesté también sobre una suposición:
—Bueno, las canto porque las entiendo, y las entiendo porque las he vivido. Lo mismo que usted, que las escribió porque las conoce, porque las vio.
—No, en mi caso no es así —me dijo—. Yo no he tenido la fortuna que usted tuvo. Estos personajes y estas historias me llegaron por otros, por terceros. O son imaginarias. Y como reflexionando, agregó:
—No, yo no tuve su suerte. Mi madre no quería que saliera a la calle; yo estaba siempre detrás de las rejas. Misteriosamente, sus letras me suenan tan auténticas como las de Contursi, aunque use muy distintas palabras.
Es seguro porque Borges “ha visto” más cosas que muchos otros letristas salidores y nocheros, tal vez porque supo escuchar o porque sabía cuáles eran las preguntas, cosa que suelen olvidar los que siempre buscan respuestas.
“Que cante la chica nomás”
Durante el proceso de componer la música, frecuentemente Astor invitaba a Borges a su casa para que escuchara los temas que iba componiendo y cómo armaba el todo para que tuviera unidad conceptual.
Cuando esto sucedía, Astor se sentaba al piano y su primera esposa, Dedé Wolf, cantaba los temas acompañada por él. Durante las varias sesiones de grabación que demandó la factura de este disco, Borges estaba invariable, silenciosa y pacientemente sentado en la sala de control del estudio escuchando los tediosos preparativos, ensayos y diferentes tomas que se hacían para obtener el mejor resultado posible. (…)
Lo cierto es que Borges, inmutable, permanecía allí sentado con las manos apoyadas en la empuñadura del bastón que tenía entre sus piernas. Quizá la ya muy avanzada ceguera que padecía contribuyera a aislarlo de lo que sucedía a su alrededor, pero no hacía comentario ni gesto alguno que revelara sus sentimientos respecto de lo que estaba escuchando. (…)
Habíamos realizado una toma del tema “A Don Nicanor Paredes”. Edmundo Rivero lo cantaba con el sabor que únicamente él podía darle a este estilo de música, una milonga sureña de corte tanguero, y además como tocaba muy bien la guitarra, a Astor se le ocurrió que lo hiciera en ese tema.
Después de la tercera o cuarta toma, y mientras escuchábamos lo que habíamos tocado, y sobre todo como lo habíamos hecho, Borges, inmutable.
“¿Y Borges, qué le parece?” preguntó Astor. Y el escritor -sin filtro- dice: Que cante la chica nomás (por Dedé la esposa de Piazzolla)
Astor no aguantó más y dándose vuelta hacia donde éste seguía sentado sin decir palabra, le preguntó: “¿Y, Borges? ¿Qué le parece? ¿Le gusta?”
Borges inmutable, apenas si levantó la vista y dirigiéndose a Astor con su voz aflautada tan peculiar, y su tono aristocrático y estilo “el traga del colegio”, le contestó:
“Sí; claro; por supuesto; pero qué quiere que le diga, Piazzolla, a mí me gustaba más como lo cantaba la chica” (por si no lo recuerdan, la chica era la mujer de Astor, Dedé, quien aparte de ser una mujer encantadora, dulce, muy mona y excelente pintora, no era para nada una cantante). Se recontra pudrió todo. Fue tal la explosión de carcajadas, Rivero incluido, que los cristales de la sala de control casi se parten en mil pedazos. (…)
¿Qué había pasado con Borges? ¡Borges, inmutable!”