El lenguaje inclusivo es un discurso político. Así de sencillo y cortante. Bajo el título ‘Todes nunca es todos’, la doctora en comunicación de la Escuela de Comunicación de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) Andrea Calamari desmonta el argumento acerca de que el lenguaje inclusivo es lo que pretende: se trata de un discurso político, ni más ni menos.
“El lenguaje inclusivo no es un lenguaje ni es inclusivo: es un discurso político que lleva la marca de la confrontación, es más bien una marca de pertenencia”, afirma la docente universitaria de Rosario.
Impacta el inicio de Andrea Calamari: esta investigadora y docente universitaria en Rosario con un doctorado en Comunicación Social empezó a estudiar en la facultad cuando terminaba la dictadura (1982). Y, al principio sabía si iba a seguir Historia, Letras o Comunicación (había descartado Derecho), sabía que la cosa iba por el lado de Humanidades.
Sin embargo, en su nota publicada en Seul, se animó a agarrar un fierro candente con sus manos. Para Andrea Calamari, concretamente, “el lenguaje inclusivo no es lenguaje ni inclusivo”. Y para redondear la cuestión, señaló que se trata de un discurso político.
Y recurrió al inició de la teoría de la comunicación. Ferdinand De Saussure fue el que arrancó con el “signo” que distinguía el significante y el significado. Así comenzó a asentarse la lingüística como disciplina.
“Dijo que el lenguaje es lengua más habla y que él iba a estudiar la lengua. Que la lengua no es una nomenclatura: no están las cosas y vienen después las palabras a nombrarlas, no es una lista de términos”, profundizó Calamari.
Ahí aparecen las arbitrariedades. Ejemplificó, al mejor estilo de Borges, el caso de la palabra “luna” y sus equivalencias en otros idiomas: – moon – gealach – Mond – Луна – lua – måne – ดวงจันทร์ – lune – 月亮 – měsíc – księżyc
¿Qué unen esas palabras con el satélite que gira alrededor de la tierra? Nada: no hay conexión entre las palabras y las cosas.
Un nombre es una arbitrariedad. “Y sin embargo se insiste en que la identidad, todas las identidades, deberían estar “reflejadas” en la lengua, como si fuera una nomenclatura”.
Está claro que Calamari insiste en la arbitrariedad en el uso de los signos para describir los significantes que están a la vista.
Una pequeña digresión a esta altura: SALVO las onomatopeyas. Si decimos que la rana croa, ese verbo NO es tan arbitrario. Porque cuando se dice “croar” esta palabra recuerda el sonido que emite el animal. En todo lo demás, la arbitrariedad es regla.
El lenguaje no se puede cambiar a voluntad, insiste Calamari.
El lenguaje no es un instrumento. Nacemos en el lenguaje, viene con nosotros como especie y está en nuestra naturaleza.
En este punto, puede hacerse una analogía con el líquido amniótico: es lo que rodea, protege y alimenta al ser humano. Así es el lenguaje. Le da forma.
La anécdota era de Ely Chinoy, un sociólogo y forma parte del imaginario popular. Se decía que un rey muy poderoso quiso conocer cuál era “la reina” de las lenguas. Porque esa sería la lengua de Dios (por aquello de Vox Populi, Vox Dei). Y entonces, ordenó separar a varios bebés recién nacidos y que se les proveyera de nanas para que los amamantaran. PERO esas mujeres no iban a poder hablar, susurrar, cantarles. Nada. Solo proveerles alimento, así como cambiarlos e higienizarlos. Pasado el tiempo, ningún bebé habló y tristemente todos murieron. ¿Qué había pasado? La criatura se alimenta con el pecho de su madre pero también con las nanas (canciones), palabras, gestos de cariño, rezos, plegarias: se alimenta con las palabras. Al no tener ese líquido amniótico simplemente no pudieron seguir viviendo.
Para Calamari, al lenguaje no se inventó, como sí fabricamos la flecha, el pico, la rueda. “No lo hizo ni el primer cavernícola ni los siguientes, ni el patriarcado ni el capitalismo, no lo hace la Real Academia Española ni un ministerio. Si descubrimos de pronto que la flecha que inventamos no se clava, haremos bien en afilarle la punta para hacerla más eficiente”.
Y de allí su conclusión: el lenguaje inclusivo no es lenguaje, porque un lenguaje es algo que no podemos “ajustar” a voluntad.
El voluntarismo que lo impulsa a querer implementarlo se basa más en una escuela psicológica: El conductismo. Y el procedimiento se hace en base a imitación y refuerzos: “si todes lo usamos, lo vamos a ir incorporando”.
Por eso decía que el lenguaje inclusivo no es lenguaje, porque un lenguaje es algo que no podemos “ajustar” a voluntad.
Insisto, el lenguaje no puede nombrarlo todo: sería un vocabulario infinito.
Un discurso político
El terreno de los discursos es otra cuestión. Los hablantes siempre se las arreglan para nombrar las cosas del mundo: lo nuevo, lo diferente, lo prohibido.
La subjetividad se juega en el discurso, no en el lenguaje.
¿Cómo podríamos, con el lenguaje y mediante una designación, dar cuenta de cada subjetividad? ¿Cuánto deberíamos “corregir” para que cada persona se sienta nombrada correctamente? Diría que no hay x, @, e, elles, them que alcancen para eso.
El otro francés que voy a nombrar es Michel Foucault, que habló de la relación histórica entre las palabras y las cosas. Foucault dijo que ahí no había nada natural y empezó a pensar en los discursos.
Pero no es cualquier toma de la palabra. Como implica un posicionamiento, es un discurso político, lleva en sí las marcas de la confrontación.
El lenguaje inclusivo es un discurso político. Ya dije que no es lenguaje porque no podría serlo: no es esa forma en la que nacemos y nos criamos, que hablamos sin saber de sintaxis y gramática, que va cambiando histórica y socialmente sin que nos demos cuenta.
No es lenguaje pero sí discurso: es un acto de enunciación. Pero no es cualquier toma de la palabra. Como implica un posicionamiento, es un discurso político, lleva en sí las marcas de la confrontación.
Para explicar esto brevemente, voy a recurrir a otro autor, esta vez uno argentino, Eliseo Verón, que caracterizó de este modo el discurso político:
El campo discursivo de lo político implica enfrentamiento.
Todo discurso político tiene una dimensión polémica.
La enunciación política construye un adversario.
Todo discurso político está habitado por un Otro positivo (adhiere a los mismos valores y objetivos que el enunciador, hay identificación).
Todo discurso político construye un Otro negativo al que se dirige (hay una inversión de la creencia: lo que es bueno para uno es malo para el otro, lo que es verdad para uno es mentira para el otro). En Perón o muerte, Verón y Silvia Sigal analizaron el modo en que se construían estos dos destinatarios en el discurso peronista.
Pero no es sólo confrontación, porque, como dijo Verón, en las sociedades democráticas hay un tercer destinatario: los indecisos. El discurso político se dirige a los tres al mismo tiempo: refuerza vínculos con sus seguidores, polemiza con sus adversarios, intenta seducir a los indecisos.
A diferencia de cualquier dialecto, jerga o argot, el lenguaje inclusivo no es sólo el modo de hablar de un sector de la sociedad, es una toma de posición que intenta ganar adhesiones (ni los presos quieren que los guardias los entiendan ni los adolescentes buscan que sus padres hablen como ellos).
Es, por lo tanto, un discurso político.
Un sector de la sociedad toma la palabra, toma la lengua que comparte toda la sociedad, y dice que esta lengua debería cambiar.
Es un discurso político.
Quiere ganar adhesiones, confronta y supone una réplica de los destinatarios negativos.
Pensemos un ejemplo. Cuántas veces escuchamos hablar sobre les cerdes capitalistes, los asesinos y las asesinas, les neoliberales. Cuántas veces escuchamos hablar de les trabajadores, los funcionarios y las funcionarias, les niñes. Como en cualquier discurso político, hay un otro negativo y un otro positivo. Parece que no todos merecen la e o el desdoblamiento. No está mal y es legítimo: no hay discurso político completamente inclusivo.
Ante un auditorio diverso, ¿qué saludo es más “inclusivo”?
1) Buenas noches.
2) Buenas noches a todas, todos y todes.
En la Argentina actual, el lenguaje inclusivo opera como una marca de pertenencia: compañeros, camaradas, correligionarios. Es un santo y seña discursivo. Es un discurso político que, agazapado tras el “inclusivo”, intenta borrar el carácter adversativo que tiene: quien no lo usa es un otro negativo. Al presentarse como totalizador y no como discurso político pretende anular la confrontación. También, como cualquier discurso político, es situado y se enmarca en un contexto: puede desaparecer si las condiciones cambian y el colectivo de identificación pierde cohesión interna .
En el campo discursivo de la política, el enfrentamiento es constitutivo, siempre hay una lucha de enunciaciones y enunciadores, hay polémica, a menos que el objetivo sea anularlos. Si un discurso político esconde su dimensión polémica es porque ha borrado o intenta aniquilar al adversario. Sin un otro no hay discurso político, hay discurso totalitario.
Porque todos nunca es todos.
Todos, todas y todes, tampoco.
Nota final
En 2019, se realizó en Córdoba el Congreso de la Lengua. Una de las presentes en la ocasión fue la escritora misionera Evelin Rucker. Al volver realizó una evaluación del encuentro y consideró -a diferencia de Calamari- que el lenguaje inclusivo se iba a imponer.
Nota publicada en PM en octubre de 2021