Nastassja Martin, una antropóloga francesa, hacía un trabajo de campo en unas distantes comunidades de pescadores y cazadores de la Siberia oriental. Fue en 2015. De repente tenía frente a sí a un gigantesco oso de 250 kilos que la atacó directamente a la cara. “Nunca perdí la conciencia, ni mientras tenía la cabeza entre los dientes del animal y me mordía la cara: veía el interior de su boca, lo sentía todo, su aliento cargado; pensaba que moriría, pero no pasó”. ¿Cómo se salvó? Tenía un piquete bien puntudo. Se lo clavó y al animal no le gustó y abandonó a su presa. Lo bueno: ella no quedó desfigurada.
Hoy tiene 35 años. Todo ocurrió hace seis años. La doctora en Antropología egresada de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París Nastassja Martin hacía un trabajo de campo en la península de Kamchatka. La historia fue destacada en la edición nacional de El País, el diario más importante de España.
Ella intentaba hacer la típica tarea de los etnólogos (mezclarse en las poblaciones observadas hasta ser una parte más de ellos y que no se note su presencia y a partir de allí, hacer sus anotaciones) entre los evenos, un pueblo de cazadores, pescadores y pastores de renos de Siberia Oriental.
Sí, fue en ese momento, un día en que volvía de hacer un trabajo de campo, en que la atacó un oso que probablemente la hubiera matado de no defenderse ella con un piolet con el que golpeó a la bestia en el costado.
Sí, “piolet” es el nombre de un pico o piquete de mano muy filoso que suelen usar los alpinistas. El uso de ese instrumento terminó salvándole la vida.
El plantígrado se marchó con un trozo de mandíbula y tres dientes de la antropóloga y le rompió el hueso cigomático derecho, y le causó grandes heridas en el rostro y la cabeza, además de otra en la pierna.
El hueso de nombre extraño (cigomático) es el que está en la parte superior de la mandíbula. Los humanos tienen uno a cada lado de la cara, es el que rodea a la cavidad del ojo y es donde se apoyan las ojeras. Además ayuda a mover la mandíbula (la “carretilla” en lenguaje argentino).
Jacinto Antón, el periodista español que pudo charlar con Martin acerca de esta experiencia relata lo que le contó la científica. “No hay un piadoso apagado cuando te encuentras entre las garras y colmillos tintos en tu sangre. ‘Yo nunca perdí la conciencia, ni mientras tenía la cabeza entre los dientes del oso y me mordía la cara: veía el interior de su boca, lo sentía todo, su aliento cargado; pensaba que moriría, pero no pasó”. ¿A qué huele un oso? “Es un olor muy fuerte”. ¿Cómo un perro? “Peor”.
Claro, para los amantes del cine, no será difícil vincular esta escena a la de The revenant (el renacido) cuando Leonardo Di Caprio hacía de un cazador de pieles y era atacado por un oso grizzly.
No será la primera ni la última persona a la que toque vivir una experiencia semejante (y deseada por nadie).
“Nos topamos de repente”
Pero es de las pocas que pudo sobrevivir y contarlo.
Y eso vale.
Martin acaba de publicar un libro sobre el tema.
El relato es diferente a lo que se puede ver en la película de Di Caprio. Allí el oso buscaba al cazador. Aquí fue un encuentro sorpresivo.
“Fue muy rápido, todo duró cinco minutos. Yo caminaba, en la zona. Y siempre voy muy atenta porque los osos abundan. Pero esta vez bajaba del glaciar del volcán. Era un territorio caótico, no había árboles, soplaba el viento en mi dirección, no iba atenta. Nos topamos. Estábamos a dos metros cuando nos vimos. Creo que él también se sorprendió. No podíamos huir y se produjo la confrontación”.
El animal atacó, le hundió su mandíbula en la cara (siempre atacan allí primero) y ella vio adentro de las fauces. No desmayó (por suerte!); pudo defenderse con el pico (piolet) y aunque sentía el espeso y hediondo aliento del animal, pudo desprenderse. El oso se alejó con parte de su cuerpo, pero ella quedó con vida.
¿Le dolía? Y, sí, claro! “(Pero) curiosamente (era un dolor) soportable; hay algo en el cerebro que apaga parte del dolor cuando es demasiado intenso”.
¿Cuál fue el otro elemento que la salvó? Contar con un buen teléfono celular que podía usar.
“Con el rostro tumefacto y desgarrado”, esperaba en la ladera helada de un volcán a que venga a buscarla un helicóptero del ejército ruso para evacuarla.
Mechones ensangrentados de su pelo cubren el suelo. “Sacarte de allí es difícil si te pasa algo, y suerte que yo llevaba teléfono y se pudo pedir ayuda. El libro también habla de eso, de cuando todas las seguridades que nos construimos se destruyen; hemos olvidado la vulnerabilidad”.
En una primera cura le vierten alcohol por la cara y la vendan. La trasladan a una base militar donde la observan con sospecha y una mujer mayor le cierra las heridas con hilo y aguja. Le hacen una traqueotomía.
Siguen días de calvario hasta que puede regresar a Francia donde la someten a nuevas intervenciones maxilofaciales. Una curación larga y extenuante.
Ella, al igual que el personaje de Di Caprio (el caso está basado en una historia biográfica de 1820 en el norte de Estados Unidos), se considera una “renacida”.
Ella evidentemente quedó impresionada por el encuentro (no deseado). Sus ojos celestes cruzándose con los ojos amarillos del oso. Y agrega que hay toda una concepción en la mayoría de los pueblos del círculo polar ártico (Alaska, Groenlandia, Siberia) donde este gigantesco plantígrado forma parte de las culturas y se lo suele humanizar.
Este animal que la atacó es parte de la población de unos 12 mil ejemplares existentes en Kamchatka, la mayor de Eurasia. Salvo casos de extrema hambruna (no suben los salmones a desovar) se los considera poco agresivos y sólo el 1 por ciento de los encuentros con humanos terminan con ataques.
La antropóloga queda escuchando el dato y lanza un sarcástico comentario de intelectual: “… si usted lo dice”.
Es realmente genial.
Y ahí llega el momento.
Los editores vieron el filón
Ella podrá seguir escribiendo sobre comunidades que viven alejadas de la modernidad. Y de hecho, lo hará.
Creer en las fieras
Pero esta experiencia única merecía una obra.
Y al final, Martin accedió a escribir un libro sobre esta (nunca tan bien el adjetivo) desgarradora experiencia.
Acaba de publicarlo. En castellano, también
El libro hermosísimo, hipnótico y conmovedor, de un extraño lirismo, sobre la relación de los seres humanos y los animales y sobre la práctica de la antropología, Creer en las fieras (fíjense el detalle del nombre de la editorial: Errata Naturae, con traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara).
“Una amiga escritora me dijo que tenía que escribir la historia que había vivido y la saqué de mi cuerpo, brotó algo que no me esperaba. Habla de mi posición de antropóloga, pero también de cosas de las que nunca hablan los investigadores, y ha llevado a la antropología, sin vulgarizar, sin simplificar conceptos, a gente que no conocía esa disciplina. ¿Un poco como Tristes trópicos (libro que trata sobre las experiencias del etnólogo francés en su trabajo como tal), pero con oso? “Exacto, fue el primer libro de antropología que leí. Conocí a Claude Lévi-Strauss, ¿sabe?, ya muy mayor, centenario”.
Sí, Levi-Strauss es el maestro mayor de los antropólogos. Vivió y convivió con tribus en el Brasil profundo y amazónico y pudo asentar los principios de la ciencia social a mediados del siglo pasado. Hoy, ya es considerado un clásico.
Hoy Natassjia Martin es noticia. Quizá en algún tiempo sea un clásico también
No le han quedado grandes cicatrices. “Solo en la mandíbula, ha pasado mucho tiempo, se ven cicatrices un poco, pero no, no he quedado desfigurada”, dice mientras da entrevistas en todos los medios franceses
En el final, vale este recuerdo. Mientras era atendida en París para ver cómo la “iban parchando”, Nastassja se dio cuenta que un día se olvidaban de ella. Los médicos corrían enloquecidos y recibían decenas de personas que urgían ser atendidas.
El ataque a Bataclan acababa de ocurrir…