Era francés, médico y botánico, sirvió a una emperatriz pero vino a Sudamérica y se enamoró de esta tierra y de sus mujeres. Tuvo hijos casi hasta los 70 años y su muerte fue tan fantasiosa como la literatura mágica de esta región del mundo. Nació Jacques Goujaud pero acá se lo conoció como Amado Bonpland
Sabía que se moría. Había tenido una larga vida. Casi 85 años. Como conocía del tema dejó instrucciones para que su cuerpo fuera embalsamado. Y así lo hicieron.
Trajeron el cuerpo ya con los procesos químicos en marcha hasta su humilde rancho en Rincón de Santa Ana Corrientes. Su cuñado Diego Cristaldo llegó borracho esa noche. Entró y en las magras luces divisó a su cuñado el gringo durmiendo en la sala. Las lloronas hicieron silencio.
-Buenas noches para todos, he dicho… -dijo el correntino medio atontado por la ginebra que había ingerido.
Hubo algunas débiles respuestas, pero el principal referido no se dio por aludido…
‘Sí, a usté también saludé… ¿Qué le pasa? ¿Qué se anda creyendo? Que porque anda con mi hermana ¿no me va a responder? Momentito, eh… porque me enojo y le doy una buena ensartada, eh..”
Y ahí nomás peló el facón y empezó a hincar el cuerpo del pobre finado.
Matar a un muerto. Cosa de locos de una tierra loca.
Pero era la que él amaba.
Aimé se transformó en estas tierras en Amado. Sí, Amado Bonpland, el mismo que es homenajeado en Misiones pero también en Corrientes donde yacen sus restos en lo que es hoy Paso de los Libres.
Había nacido en 1773 y su primer nombre fue Aimé Jacques Alexander Goujaud. Pero su papá ya tenía esa fascinación por el mundo vegetal. Y todo el mundo lo llamaba Bon-Plant (buena planta). Así el nombre fue quedando hasta remplazar al originario Goujaud.
En Sudamérica –tierra que Amado amó hasta soportar una década de cárcel en Asunción por orden del Dictador Gaspar de Francia- se sintió siempre bien.
En 1848, escribió: “Pese a todo, soy feliz. “Sí, soy un viejo juvenil y feliz, viviendo entre flores y seres queridos. Esta maravillosa América, llena de contrastes, me ha atado con fuertes lazos”.
Se recibió de médico muy joven pero quería por sobre todo investigar el mundo vegetal. Eso lo fascinaba.
Estudió medicina con los mejores de la época en París, y también con los más célebres naturalistas, disciplina por la que desarrolló un profundo interés. Tanto que lo llevó al continente del que se enamoraría en uno de los viajes más colosales de la historia.
Por sus hazañas en el Nuevo Mundo y por sus grandes conocimientos se hizo famoso y recibió los más altos honores en Francia y Prusia.
Humboldt y Bonpland
Cuando Bonpland conoció América en 1799, junto a Alexander Von Humboldt no sabía cómo lo iba a atrapar este continente, su geografía, clima, paisajes y gente (en especial, sus mujeres).
Entre 1799 y 1804, Humboldt y Bonpland viajaron juntos por España, y los actuales territorios de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Cuba, México y los Estados Unidos.
Como resultado de este viaje exploratorio, Bonpland publicó cuatro volúmenes sobre plantas: “Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente (1788-1804) y, en colaboración con Humboldt, los siete volúmenes de: “Nova genera et spacies plantarum”.
Cómo describirlo. Guillermo Furlong, el famoso jesuita que hizo la reconstrucción de las misiones y los 30 pueblos, lo definía así. “Alto, grueso y vigoroso, con una gran cabellera enmarañada, Aimé parecía el vino de Francia, era una combinación de alegre vitalidad con una profunda corriente interior de riqueza y fuerza”.
Estas aventuras en tierras americanas trajeron a los dos intrépidos viajeros fama y reconocimiento en Europa.
Es que el logro fue fantástico: Nada escapó a la curiosidad de estos eminentes hombres. Llevaron a Europa gran cantidad de elementos, resultados de sus investigaciones, tanto de botánica, zoología, geografía, etnografía, mineralogía, paleontología.
Premios aquí y allá tras publicar en conjunto los doce volúmenes de especies nuevas halladas en estas tierras feraces. Pero Bonpland publicó otro solo suyo: “Plantas equinocciales recogidas en México, Isla de Cuba, Provincias de Caracas y Cumaná, los Andes de Quito, bordes del Orinoco, Amazonas y las Melastoneas”.
Y hasta un nombramiento. Al año de retornar, lo llama la Emperatriz Josefina esposa de Napoleón y lo coloca al frente de sus jardines reales.
Amado está enloquecido. Es lo que siempre soñó. Josefina es tan loca de las plantas como es él.
Se casa, tiene una hija.
Son diez años en que la pasa bomba.
Hasta que, en 1815, la emperatriz fallece.
Amado y su familia (ya tienen una hija) emprenden un viaje a un lugar que no había conocido en su primer periplo: Buenos Aires. Ahí contratado por Bernardino Rivadavia se encarga de lo que le gustaba.
Venía para ser profesor en la Facultad de Medicina y quiería crear el Museo de Historia Natural.
Inició así otra vida. Arribó a Buenos Aires en 1817. Además de su biblioteca, traía semillas, 2000 plantas, 500 portainjertos de vid, 600 sauces y 40 naranjos y limoneros
Fue nombrado “Naturalista del Río de la Plata”. También profesor de Historia Natural. Simultáneamente la Academia de París, lo distinguía, como Miembro Corresponsal. Prefirió vivir en una quinta. Ella le permitió efectuar viajes al Delta del Paraná, donde realizó interesantes forestaciones.
Le vio futuro a la yerba en Santa Ana
Bonpland no pudo hacer todo lo que quería en Buenos Aires porque el clima político se enrarecía demasiado.
Por ello, en 1820 decidió explorar Entre Ríos y Corrientes. Conoció a Francisco Ramírez, que escuchó y apoyó sus planes de racionalización del cultivo de la Yerba Mate.
Hay que poner de relieve que Bonpland fue un visionario pues afirmaba que en la explotación de dicho vegetal, el país tenía un gran futuro.
Se instaló en lo que quedaban de las misiones jesuíticas de Santa Ana y se movía entre ese lugar y Candelaria. Allí iba viendo cómo lograr multiplicar las plantas de yerba mate.
En Candelaria lo que quedaba de los yerbales plantados por los jesuitas, había disminuido por haber sido quemados y cortados. Los cuales se componían en su momento de 12.500 árboles. Había solo (4.000) cuatro mil. Según el estudioso, no se seguía cultivando por temor a los paraguayos.
“Tenemos servida en bandeja una industria espectacular que puede ser un producto de exportación fantástico, que puede tener un lugar de nota en los mercados mundiales, podemos aprovechar la experiencia jesuítica, la naturaleza que es tan generosa en cuanto a la dispersión de esa planta”.
Y ahí entra el Dictador Gaspar de Francia. Él también visualizaba un gran futuro para la yerba mate. Sólo que la quería toda para él.
En diciembre de 1821, se encontraba en la Colonia Agrícola Santa Ana, que había fundado. La población fue atacada de noche y masacrada.
Se incendiaron casas, plantaciones, instrumentos, cosechas. A Bonpland, golpeado y engrillado, lo llevaron al Paraguay, donde estuvo nueve años cautivo del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia.
El sabio francés no guardó rencor al Dictador que lo secuestró. Lo detuvo y lo encerró pero en Cerrito, un pueblo con muchos aborígenes. Allí el sabio y médico compartió sus conocimientos, curó a los indígenas vivió y tuvo hijos con una de ellas y durante casi una década estuvo preso, algo similar a lo que ocurriera con el ex presidente Carlos Menem cuando fue detenido y “encerrado” en Las Lomitas un siglo y medio después.
Se ganó el nombre de Karaí Arandú (Señor Sabio) “el hombre que lleva la luz en su espíritu” que le pusieron los guaraníes. Construyó un rancho donde vivir y orientó su vida en cautiverio a mejorar la existencia de los nativos.
Investigó y clasificó, preparó medicinas mejorando fórmulas, experimentó y distribuyó variedades mejoradas de porotos, batata, maní, mandioca y algodón, destiló jarabes, fabricó dulces, conservas y quesos. Instaló un hospital de cuatro salas, un aserradero con carpintería, una destilería de caña y licores y logró un establecimiento agrícola ganadero con 45 empleados donde cultivó algodón, caña de azúcar, maní, cinco especies de mandioca, varias especies de batata, yerba mate, vid, naranjos, guayabos.
También formó una nueva familia con María, hija de un cacique de la familia de los Pañá, con quien tuvo dos hijos y aprendió a comer yopará, mbopi, bori borí, caburé, guiso tropero y mbeyú y a amar a los guaraníes.
Personalidades de diferentes países, pidieron por su liberación, sin conseguirlo. Sorpresivamente, el 17 de marzo de 1829 recibió la orden de salir del Paraguay. El propio Simón Bolívar que apreciaba a Bonpland le anunció al dictador paraguayo que iba a atacar su país si no dejaba libre a Aimé. Ese fue el punto.
Viajó hasta Encarnación pero aquí las autoridades no se dieron por enteradas de la liberación y debió esperar un año y medio más.
Paciencia, Amado.
En 1831 dejó Paraguay.
Su proyecto sobre la yerba mate había quedado -desdichadamente- atrás pero su vaticinio terminó cumpliéndose a pleno medio siglo después con Carlos Thays.
Envió a Europa -1832 y 1837- plantas, insectos, fósiles, minerales. Igualmente semillas de “Victoria Regia”, que él descubrió.
Después de Caseros, se estableció definitivamente en Santa Ana (Corrientes). El Gobernador Juan Pujol lo nombró Director del Museo que creó en la capital de dicha provincia, en 1857.
Pudo cobrar los 17 años de pensión que le debía el gobierno de Francia.
Así es que a los 65 años, lleno de entusiasmo y proyectos, construyó su última casa para habitarla con la correntina Victoriana Cristaldo, viuda de 35 años, con quien tuvo tres hijos.
En 1838 se instaló en Rincón de Santa Ana (Corrientes) en un campo de 5 leguas.
Pero no fue una vida tan tranquila de naturalista convertido en estanciero la que llevó.
Desde ese lugar viajó periódicamente a Montevideo para cobrar su pensión del gobierno francés, a la vez reunirse con franceses y asistir a la Logia Montevideana de los Masones.
Entre 1839 y 1850 pasan cerca de su establecimiento 5 campañas militares, algunas muy sangrientas. Amado Bonpland fue el médico militar del ejército del General José María Paz, participó en la coalición del Litoral contra Rosas, fue agente francés en la época del bloqueo, (primero francés y luego anglofrancés) y también intermedió en el tráfico de armas.
Una vida de acción y aventuras, qué dudas caben.
Con la naturaleza y con la política. Con la ciencia y con la investigación.
¿Cómo terminó la historia de su cuñado?
El hombre –al pasar los efectos del alcohol- se habrá sentido muy mal tras atacar el cuerpo fallecido del esposo de su hermana. Pero ya nada se podía hacer.
La esposa y la hija mayor (informadas que el proceso de embalsamamiento estaba frustrado) lo terminaron enterrando en una simple tumba.
Allí donde yace hasta hoy en Paso de los Libres. Amado Bonpland tiene en Misiones una de sus primeras y prósperas localidades que lo homenajea también.
Dicen que cuando dejó Paraguay, desde Europa le pedían que volviera. Que allá sería tratado bien.
Ante la oferta de volver a Europa, él responde: “Habituado a vivir al aire libre, a la sombra de los árboles seculares de América, a oír el canto de los pájaros que suspenden sus nidos sobre mi cabeza, a sentarme viendo correr a mis pies las puras aguas de un arroyo; ¿qué encontraría yo en el barrio más aristocrático y brillante de París?“
Respondiéndose a sí mismo que sólo una oficina decide: “Perdería lo que yo más quiero, (…), mis plantas que hacen mi alegría y mi vida. No, no, es aquí donde debo vivir y morir“.