Mariano Moreno estudiaba en Chuquisaca e “iba para cura” cuando vio por casualidad un retrato de María Guadalupe Cuenca, quien “iba para monja”. Y se enamoró. Y se enamoraron. Y compartieron el corazón. Y la militancia. Pero Moreno morirá inesperadamente en viaje a Inglaterra. Y ella, sin saberlo, le escribirá diez cartas apasionadas, entrañables, que él nunca leerá. Una historia de amor, de compromiso político, de desencuentro. Nota especial de Daniel Giarone.
Una tarde de 1804 Mariano Moreno visitaba una tienda en Chuquisaca, ciudad a la que había llegado unos años antes para estudiar Derecho en la prestigiosa universidad de los franciscanos. Entre objetos más o menos interesantes, encontró un camafeo que tenía tallado el rostro de una mujer hermosa. Preguntó al dueño de la tienda si aquel retrato “era de verdad”. El hombre le respondió que sí, que por supuesto, que no era otra que María Guadalupe Cuenca, de 14 años y oriunda de esa misma ciudad. En esa época con la explotación de la plata, Chuquisaca era la capital de Bolivia y centro comercial y educativo. La carrera de Abogacía se estudiaba allí.
La respuesta del tendedero resultó una brisa que avivó las llamas en el corazón de Moreno, que ya ardía con las banderas que la Revolución Francesa agitaba del otro lado del mar y con los libros de Voltaire, Rousseau, Montesquieu y Diderot que leía en la vastísima biblioteca que le facilitaban los curas. Y como todo lo que quema convoca a la acción, Moreno buscó a Guadalupe hasta encontrarla. Y alcanzó con que se miraran a los ojos para que alumbrara el amor, el casamiento (un 20 de mayo de 1804) y un hijo (Marianito, en 1805).
María Guadalupe Cuenca había nacido en 1790 en Chuquisaca. Era huérfana de padre y su madre quería que se ordenara como religiosa. Creció en un monasterio de su ciudad natal y fue Moreno quien le permitió sortear el compromiso con la Santa Iglesia Católica para adquirir otro tan abismal como misterioso: el del amor y la revolución. Fue el canónigo Matías Terrazas quien bendijo el matrimonio y otro cura, fray Cayetano Rodríguez (protector y mentor de Moreno durante sus estudios en lo que hoy es el Nacional Buenos Aires), quien anunció la buena nueva en la gran aldea.
Moreno, ya abogado, regresó a Buenos Aires en septiembre de 1805 junto a Guadalupe y Marianito. Vivieron en la casa de los padres de Moreno, el español Manuel Moreno y Argumosa y Ana María Valle, una de las pocas mujeres que sabía leer y escribir de este lado del Río de la Plata. Mariano había sido el primero de los catorce hijos que tuvo el matrimonio. Y también el que marcaría para siempre la historia de eso que, ya entonces, comenzaba a soñar como Patria.
Amor y revolución
“… Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo acriminarlo, hasta han dicho que no los dejó confesarse a Nieto y los demás que pasaron por las armas en Potosí, ya está visto que los que se han sacrificado son los que salen peor que todos, el ejemplo lo tienes en vos mismo, y en estos pobres que están padeciendo después que han trabajado tanto…”, escribía Guadalupe a Mariano en la carta fechada el 20 de abril de 1811.
Pero faltaba tiempo todavía para que Moreno partiera hacia Londres, para que Guadalupe -o Mariquita, como a él le gustaba llamarla-, pusiera sobre el papel el corazón en llamas, por amor y por la causa revolucionaria que compartían. Es que su Mariano todavía se estaba convirtiendo en uno de los principales ideólogos de la Revolución de Mayo, junto a Juan José Castelli y Manuel Belgrano.
El compromiso con la Santa Iglesia Católica dejó paso a otro tan abismal como misterioso: el del amor y la revolución
Mariano se transformó en una figura clave en la Primera Junta de Gobierno que el 25 de mayo de 1810 desplazó al Virrey Cisneros; en la cabeza detrás de quienes impulsaban un gobierno revolucionario y democrático, independiente de España y de cualquier otra potencia europea; en el responsable de la “Gazeta de Buenos-Ayres”, primer diario patrio nacido en junio de 1810; en el Secretario de Guerra y Gobierno que reconocía al Pueblo como único soberano y bregaba por la libertad de expresión.
También sería el Mariano que Guadalupe admiraba quien, junto a Castelli, defendería las posturas más radicales de la revolución, lo que lo llevaría a un enfrentamiento cada más fuerte con Cornelio Saavedra, presidente de la Junta.
Al conformarse la Junta Grande (que incorporó representantes de algunas provincias), Moreno quedó debilitado frente a Saavedra y presentó su renuncia. Esta fue rechazada, pero pidió y obtuvo autorizacipón para encabezar una misión a las cortes de Brasil e Inglaterra con el fin de que estas reconozcan al nuevo gobierno. Comenzaba así su exilio y la persecusión de los “morenistas” que Guadalupe denunciaría en sus misivas.
Un abanico, un velo y un par de guantes negros
Mariano Moreno parte rumbo a Gran Bretaña el 25 de enero de 1811, a bordo de la fragata inglesa Fame. Unas horas después Guadalupe recibe una encomienda anónima con un abanico de luto, un velo y un par de guantes negros. Además, una nota que decía: “Estimada señora, como sé que va a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos artículos que pronto corresponderán a su estado”.
Guadalupe pudo pensar que aquello no era más que una de las expresiones del odio. También en una amenaza que no iría a concretarse. En cualquier caso, comenzó a escribirle. Porque los enemigos de Mariano podían matar, pero también porque viajes como aquellos suponían tiempos y distancias demasiado extensas, que siempre resultan más grandes para aquellos que aman.
Las cartas fueron al menos diez, todas ellas fechadas entre el 14 de marzo y el 29 de julio de 1811 (están compiladas en “Cartas que nunca llegaron”, de Enrique Williams Álzaga, Emecé, 1967). Ninguna recibió respuesta.
Mariano Moreno murió en alta mar, tal vez envenenado, el 4 de marzo de ese mismo año. Es decir, diez días antes de la primera misiva
Pero Guadalupe no lo sabía. Y decía el 14 de marzo: “… mi querido Moreno, si no te perjudicas procura venirte lo más pronto que puedas o hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir. No tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen y participen de tus disgustos; ¿o quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar? No hagas eso Moreno, cuando te tiente alguna inglesa acuérdate que tienes una mujer fiel a quien ofendes después de Dios…”.
Y el 20 de abril, después de informarle los traslados y persecuciones que sufrían los morenistas: “…quisiera tener talento y expresiones para poderte decir cuánto siente mi corazón, ay, Moreno de mi vida, qué trabajo me cuesta el vivir sin vos, todo lo que hago me parece mal hecho… las gentes, la casa, todo me parece triste, no tengo gusto para nada, van a hacer tres meses que te fuiste pero ya me parecen tres años; estas cosas que acaban de suceder con los vocales, me es un puñal en el corazón, porque veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando, y tu partido se tira a cortar de raíz…”.
El amor después del amor
Las cartas se repiten como una letanía. La falta de respuesta avivaba las llamas en el corazón de Guadalupe, los celos, el miedo a la pérdida, la ansiedad por el reencuentro. Así le escribe a su amado el 9 de mayo: “Ay mi Moreno de mi corazón, no tengo vida sin vos, se fue mi alma y este cuerpo sin alma no puede vivir y si quieres que viva venite pronto, o mandame llevar…”.
Y enseguida: “No me consuela otra cosa más que cuando me acuerdo las promesas que me hiciste los últimos días antes de tu salida, de no olvidarte de mí, de tratar de volver pronto, de quererme siempre, de serme fiel, porque a la hora que empieces a querer a alguna inglesa, adiós Mariquita, ya no será ella la que ocupe ni un instante tu corazón, y yo estaré llorando como estoy, y sufriendo tu separación que me parece la muerte, expuesta a la cólera de nuestros enemigos”.
“Las gentes, la casa, todo me parece triste, no tengo gusto para nada, van a hacer tres meses que te fuiste pero ya me parecen tres años…”. Carta de Guadalupe del 20 de abril
Enemigos contra las que Guadalupe tampoco se olvidada de cargar (y tener al tanto de las novedades su esposo): “No se cansan tus enemigos de sembrar odio contra vos ni la gata flaca de la Saturnina [esposa de Saavedra] de hablar contra vos en los estrados y echarte la culpa de todo” (carta fechada el 25 de mayo)”.
La ausencia de Moreno se hacía cada día más pesada, insoportable. Guadalupe escribíría su última carta el 29 de julio de 1811, en lo que ya era una canción desesperada: “…no dejes de escribirme todo lo que te pasa, ábreme tu corazón como a tu mujer e interesada en todas tus cosas; basta de guardar secretos a mí, cumple con tus obligaciones de cristiano, no te olvides de mí, ve modo de que nos veamos pronto allá o aquí, porque sin vos no puedo vivir…”.
Treinta pesos fuertes
A principios de agosto Guadalupe recibiría por fin una respuesta. Pero no era la que esperaba. La carta estaba fechada en Londres el 1 de mayo de 1811. Llevaba la firma de Manuel Moreno, hermano de Mariano, a quien había acompañado en su periplo. Allí le contaba que su esposo había muerto en alta mar el 4 de marzo, con sólo 32 años y sin haber leído ninguna de sus cartas.
También que Mariano había muerto por una sobredosis de un vomitivo que le había dado el capitán del Fame. Y que su cuerpo había sido envuelto en una bandera inglesa y arrojado a las profundidad del mar al sur de la isla Santa Catarina (Brasil), tras una salva de fusilería.
Tal vez entonces Guadalupe recordó el abanico de luto, los guantes negros, el odio de los enemigos de Mariano. Tal vez Guadalupe solo sintió el dolor, el corazón desgarrado por la pérdida, el amor después del amor. Tal vez Guadalupe lloró sobre las cartas sin abrir que acompañaban el recado de su cuñado.
Guadalupe Cuenca murió el 1 de septiembre de 1854 en Buenos Aires. Tenía 64 años y una exigua pensión de treinta pesos fuertes que había fijado el Triunvirato ante los servicios prestados por don Mariano Moreno a la Patria. Los miembros de ese mismo Triunvirato cobraban ochocientos. Pero eso, a Guadalupe, ya no le importaba.
La dudosa muerte en alta mar
Las circunstancias de la muerte no pudieron ser debidamente aclaradas. Esta u otra fórmula similar serviría para hablar de la repentina muerte de Mariano Moreno. El deceso se produjo en alta mar por una sobredosis de un vomitivo que le suministró el capitán de la fragata inglesa Fame, que contenía altas dosis de antimonio y tartarato de potasa, algo usual en la época.
“Si Moreno hubiese sabido que se le daba tal cantidad de esa sustancia, sin duda no la hubiese tomado pues a la vista del estrago que le causó y revelado el hecho, él mismo llegó a decir que su constitución no admitía sino una cuarta parte de gramo y que por tanto, se reportaba muerto”, escribió tiempo después Manuel, hermano del Secretario de la Primera Junta.
Y agregó: “Aún quedó en duda si fue mayor la cantidad de aquella droga u otra sustancia corrosiva, la que le administró, no habiendo las circunstancias permitido la autopsia cadavérica. A ello siguió una terrible convulsión, que apenas le dio tiempo para despedirse de su patria, de su familia y de sus amigos”.
Nota: Daniel Giarone (para Télam)
Imágenes: Agencia Télam