Desde sus orígenes, y a la par de su trabajo en favor de la educación, la Compañía de Jesús ha trabajado en la construcción de conocimiento. Los jesuitas han hecho numerosas contribuciones significativas al desarrollo de la ciencia en todas sus áreas, y vale la pena hacer el repaso de algunas de esas contribuciones
Dentro de la Iglesia Católica existen múltiples corrientes, órdenes y congregaciones que viven su fe y se expresan espiritual y políticamente de formas diversas. Varias de estas órdenes han destacado a lo largo de la historia, ya fuera por su poder e influencia, sus costumbres o sus ideas. Pero existe una especialmente controvertida, amada y odiada a partes iguales, que ha resultado decisiva en la evolución de la Iglesia: la Compañía de Jesús, los jesuitas.
Una característica notable de la Compañía de Jesús durante el período de su primera fundación (1540-1773) fue la participación de sus miembros en las ciencias. Las razones de este interés por el estudio científico pueden encontrarse en la naturaleza y misión de la orden misma. San Ignacio de Loyola consideró la adquisición de conocimientos y la realización de trabajos mundanos como tareas espiritualmente provechosas, y esto fomentó en la Compañía de Jesús una mentalidad orientada a la acción, utilitaria y simpatizante del estudio científico.
A Ignacio de Loyola le tocó un momento de transición en la historia como pocas veces se ha visto. A principios del siglo XVI, el mundo empezaba a dejar atrás el oscurantismo de la época medieval, en la que predominaba un pensamiento rígido y dogmático. El teocentrismo generalizado empezaba a ser reemplazado por un antropocentrismo que, al situar el interés humano como eje del pensamiento, puso de cabeza prácticamente todas las consideraciones éticas que se tenían. Las ideas renacentistas cobraban importancia al reflejar un espíritu humanista inspiradas en el clasicismo griego y romano.
En 1528, Ignacio de Loyola inicia sus estudios teológicos y literarios en la Universidad de París, convencidos de que se debían divulgar los saberes y que la misión de la fe católica se logra tanto por conducto del corazón como por medio de la mente. Sus ejercicios espirituales establecieron precisamente ese vínculo, uno que se dirime entre el sentir y el pensar.
En 1540, la Compañía de Jesús se fundó sobre las premisas de forjar el conocimiento, combatir la ignorancia y estimular la inteligencia. Para ello se fundaron colegios cuyo objetivo era generar una red de benefactores y de candidatos al sacerdocio, claves para el logro de sus objetivos. Aunque el punto de partida fuera la educación, la meta era hacer investigación para documentar evidencias que les permitieran a los jesuitas una participación destacada en el debate público.
Desde sus inicios, la labor de los integrantes de la Compañía de Jesús no fue una actividad limitada sólo al estudio y la enseñanza: ya en sus primeros tiempos los sacerdotes jesuitas incursionaron directamente en la producción de saberes científicos. El trabajo de generación de conocimiento era tan importante como el de formación.
La Ratio Studiorum que significa «el plan de estudios» establecía que la instrucción debía centrarse en las disciplinas aristotélicas que eran parte de la renovación del pensamiento científico: la lógica, la física, la astronomía, la cosmología y las matemáticas.
Los jesuitas no solamente se enfocaron en instruir en estas materias, sino que se dedicaron a redescubrirlas y a profundizar en nuevas ideas basadas en sus propias indagaciones y en las de aquellos eruditos de la época con las que tenían correspondencia. Resultaba fundamental no estancarse y siempre tener flexibilidad, apertura y curiosidad en el trabajo intelectual.
Jerónimo Nadal, quien fue vicario general de la Compañía de Jesús y rector del primer colegio jesuita en Mesina (Italia), introdujo las demostraciones matemáticas en la educación jesuita, con carácter de obligatorias para sacerdotes y laicos.
Hubo oposición de muchos, incluidos algunos jesuitas. La tradición filosófica estaba muy arraigada en la lógica y la retórica, campos en donde la demostración y la experimentación no eran consideradas necesarias. La recuperación del pensamiento naturalista permitió orientar el trabajo intelectual hacia una descripción racional del universo en la que se buscaba la comprensión del funcionamiento de los fenómenos y el entendimiento de las regularidades. A pesar de eso, sin matemáticas esa descripción consistía en planteamientos meramente especulativos y, como se pudo demostrar más adelante, muchos también estaban equivocados. Nadal lo sabía, pero no logró que esa necesidad de incluir las matemáticas quedara reflejada en laRatio Studiorum. No fue sino hasta años después de su muerte que Christopher Clavius, astrónomo y matemático jesuita, con la autoridad que le confería la dirección del Colegio Romano, enfrentó decididamente a teólogos y filósofos para otorgarles su lugar a las matemáticas en la versión definitiva de 1599.
“Corrección: hay diez días que agregar”
La influencia de Clavius trascendió más allá de la Compañía de Jesús, al convertirse en uno de los astrónomos más respetados de Europa.
Su trabajo introdujo el decimal en el uso del astrolabio, actualizó el comentario de sacrobosco sobre la sphaera mundi, describió geométricamente cada una de las posibilidades de construir un reloj de sol y localizó la nova 1572 en la constelación de Casiopea. Por su destacada labor, el papa Gregorio XIII lo invitó en 1582 a integrarse al equipo de especialistas que corrigieron el calendario juliano que, por un error de cálculo astronómico en la duración del año trópico (365.25 días en lugar de 365.242189), había acumulado, desde el año 325, diez días de más.
En 1582, se pasó del jueves 4 de octubre al viernes 15: se agregaron los días que se habían perdido con el nuevo calendario Gregoriano
Así fue como en 1582 se pasó del jueves 4 de octubre al viernes 15. A fin de que esto no se repitiera, Clavius diseñó el sistema que se utiliza actualmente, en el que los años bisiestos caen en los años que son divisibles entre cuatro con excepción de aquellos que terminan en 00 y que no son divisibles entre 400, a eliminar así tres años bisiestos cada 400 años. Esto garantiza que el calendario sea estable durante miles de años.
El ajuste del calendario causó un gran revuelo y tomó años en establecerse de forma generalizada. Clavius recibió tantos elogios como críticas y agresiones. A pesar de ello, su lugar en la historia estaba garantizado y sus libros se mantuvieron en las universidades por años después de su muerte. Al igual que otros 34 jesuitas, Clavius fue homenajeado al bautizarse con su nombre un cráter de la Luna. La formación es una de las más grandes de la superficie lunar, con 225 kilómetros de diámetro, y es parte del grupo de cráteres mayores que se han nombrado para honrar a otros grandes pensadores y científicos, como Aristóteles, Humboldt y Copérnico.
La disposición exacta
En 1612, cuando fallece Christopher Clavius, ingresa a la Compañía de Jesús Alexandre de Rhodes y se enfoca, además del estudio teológico, en las ciencias naturales. Como muchos jesuitas, ejerció su labor misionera desde la divulgación de las ciencias. De Rhodes predicaba que la justicia de Dios proviene no de un impulso condenatorio, sino de un diseño exacto del mundo físico que reacciona a nuestro actuar.
El trabajo en los territorios de misión ponía a prueba las habilidades de expresión y argumentación en las que estaban entrenados los jesuitas. Debían mimetizarse con genuina empatía con una amplia gama de personas. Además, era indispensable formar parte de las discusiones eruditas de la época, para lo que debían estar dotados con las referencias más actualizadas.
De Rhodes entendía muy bien que no era suficiente la retórica para ganarse el respeto de la clase intelectual y del gobernante: las demostraciones científicas tenían un papel determinante. En sus misiones por Asia, De Rhodes le obsequió al virrey Trinh Trang, de Tonkin, en lo que hoy es Vietnam, un reloj de campana y uno de arena, y le dijo que con esos instrumentos podía medir con exactitud el tiempo. El virrey quedó tan maravillado con la precisión de los relojes que invitó al jesuita a permanecer varios años para aprender más de sus enseñanzas. Lamentablemente para De Rhodes, el virrey fue presionado para retirar su protección, y el jesuita tuvo que huir para no ser condenado.
Los misioneros, con miles de conversos, empezaron a levantar antipatía por parte de grupos religiosos locales y tuvieron que exiliarse a otras regiones. Aun así, las dificultades no los hicieron abandonar la labor pastoral con que habían cosechado tanto éxito. De Rhodes, después de una estancia de 10 años en Macao, regresó a la región para continuar su trabajo misionero. En una ocasión, en la provincia de Ghean quiso nuevamente impresionar a la clase gobernante y manifestó que podía calcular cuándo iba a suceder un eclipse. Mayor incredulidad no pudo haber enfrentado.
Cuando meses después tuvo lugar el fenómeno astronómico, el gobernador de la región respondió impresionado. “Si esta gente sabe cómo predecir con tanta seguridad y exactitud los comportamientos del cielo y de las estrellas, desconocidos para nosotros y que sobrepasan nuestras capacidades, ¿no deberíamos creer que están en lo correcto acerca del conocimiento de la Ley del Señor de los Cielos y de la Tierra y de las verdades que nos predican?”
El impulso de la curiosidad
La segunda mitad del siglo XVI y la primera del siglo XVII fueron tiempos convulsos para el quehacer científico. El espíritu de la época se caracterizó por el ansia de saber ante el incremento exponencial de descubrimientos e ideas nuevas. Y surgían también cuestionamientos, primero los derivados del lente telescópico y, poco después, los que propiciaron el lente microscópico. El macrocosmos y el microcosmos en la misma mirada.
Los jesuitas se encontraban en el ojo del huracán. Con una larga y notable tradición de formación y producción científica, no se intimidaron cuando subieron las apuestas. Un caso ejemplar fue el de Atanasio Kircher, quien por sí solo se introdujo en tantos campos como pudo: geología, vulcanología, música, física, biología, acústica, medicina, egiptología, filología y astronomía. Considerado como el último hombre renacentista, el sabio Kircher escribió docenas de libros de los más variados temas, y estableció diálogo con grandes pensadores como Locke, Huygens, Spinoza y Leibniz. La mayor parte de las autoridades eclesiásticas tenían recelo en difundir las nuevas teorías por temor a socavar el orden tradicional. Pocas eran las voces que, como Kircher, se atrevían a explorar creativamente el campo científico, reconocer los avances de otros y proponer ideas.
Aunque su formación era en filosofía y teología, trabajó arduamente en explorar campos de la física como la óptica y el magnetismo. Entre sus trabajos se encuentra el perfeccionamiento de la linterna mágica, un aparato precursor de la cinematografía que, a través de una cámara oscura, un lente, un dibujo sobre una diapositiva de cristal y un espejo cóncavo proyectaba una imagen hacia el exterior.
Igualmente, desarrolló diversos artilugios con imanes, entre ellos un Jesús magnético que caminaba sobre las aguas para abrazar a su discípulo Pedro. Sus exploraciones e invenciones se integraron en el popular Museo Kircheriano, en el colegio Romano que puede considerarse como el primer museo interactivo de la historia. Si bien el trabajo de Kircher tenía una veta recreativa, también hizo aportaciones más serias como la ayuda prestada a Bernini para el diseño de la fuente de la Piazza Navona, de Roma; sus análisis arqueológicos de fósiles, sus atinadas observaciones de microorganismos con los primeros microscopios, en las que intuyó la causa de la peste, y el mapeo del cinturón de fuego del Pacífico, en donde se concentra la mayor actividad volcánica.
La integración racional
Heredero de ese espíritu fue Rogelio José Boscovich, jesuita que, al igual que Kircher, se enfocó en la integración racional de la ciencia y la teología. A mediados del siglo XVIII, la nueva concepción de la mecánica del universo estaba en pleno apogeo. Las leyes de la dinámica, la ley de la gravitación universal y el desarrollo del cálculo diferencial e integral propuesto por Isaac Newton predominaban en los círculos intelectuales. Aunque en Europa central y en Inglaterra el protestantismo había permitido que estas ideas circularan conforme los ideales del liberalismo, la Europa católica mantuvo sus resistencias hasta principios del siglo XIX.
Boscovich representó un esfuerzo de apertura y unificación al argumentar sobre la base de un conocimiento “total” que incluía la metafísica y la teología. Sus teorizaciones planteaban los principios newtonianos sobre un marco conceptual que consideraba fenómenos no mecánicos y una fuerza general que gobierna a las demás. Estas ideas eran osadas y generaron reacciones muy encontradas. Algunos las retomaron y otros las ignoraron. El ambiente estaba muy polarizado para considerar un terreno medio entre la ciencia y la religión. Por un lado, se predicaba por la separación y, por otro, se perseguía la “desviación” como herejía.
Una historia que continúa
Las contribuciones a la ciencia por parte de los jesuitas han continuado a lo largo de los últimos 200 años, y han significado una vasta producción que cubre los campos de la medicina, la informática, la astronomía, la cartografía, el geomagnetismo, la ingeniería, la meteorología, la sismografía física solar, entre muchos otros.
Otras figuras destacadas de esta historia son: para 1841, el jesuita Pietro Angelo Secchi fue el primer científico en clasificar las estrellas por su composición química y es considerado el padre de la astrofísica moderna; en 1899, Frederick Louis Odenbach inventó el primer ceraunógrafo para el registro de truenos y relámpagos, y en 1908 el primer sensor para detectar los movimientos telúricos ; entre 1950 y 1960, Roberto Busa desarrolló con IBM la programación de lingüística informática que después sería la base para el hipertexto; en la década de 1970, José Ignacio Martín-Artajo inventó la máquina rotativa de émbolos giratorios y la ampolla para la preparación de agua dialítica contra la litiasis renal y la biliar; en los años noventa del siglo pasado, Guy Consolmagno hizo aportaciones significativas a la geo-astronomía al descubrir meteoritos en los campos de hielo de la Antártida.
Acá mismo, en Posadas
Rafael Carbonell de Masy, historiador jesuita cooperativista de reconocimiento mundial. Nació en Llanes, Asturias, el 9 de agosto de 1933. Fueron sus padres Manuel Carbonell y Mercedes De Masy, con raíces en Bélgica, Francia, Cataluña, Valencia, Islas Canarias y de otras ciudades ricas en historia.
En 1968 alcanzó el título de Master of Sciences in International Agricultural Developement (Economía, punto de vista del desarrollo agrícola y cooperativa) en la Universidad de California en los Estados Unidos.
En 1976 se había radicado temporalmente en Posadas, y alternaba sus viajes a España y Roma.
La Compañía de Jesús lo había enviado entonces a Asunción del Paraguay, a fin de enseñar en sus universidades. Pero cuando llegó a Misiones, con el mismo propósito, no imaginó que sería esta tierra roja su provincia favorita. A pesar de viajar constantemente por el mundo, el doctor Rafael Carbonell fijó su residencia en Posadas.
Inauguró la Universidad Nacional de Misiones, tenía a su cargo la carrera de Cooperativismo primero en Ciencias Sociales y luego en ciencias económicas, y enseñaba en el departamento de Investigación y en licenciatura en Cooperativismo. Como profesor dictó varias conferencias en Misiones. Entre 1980 y 1985 fue profesor de gestión de cooperativas y colaborador en investigación operativa aplicada a problemas de empresa en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNaM.
Ha publicado libros, y artículos en revistas nacionales e internacionales, y realizó excepcionales investigaciones sobre Historia de las Misiones guaraníes y sobre San Roque González.
Roque González de Santa Cruz, nació en 1576, en Asunción, de una familia criolla muy destacada. Hijo de don Bartolomé González de Villaverde y doña María Santa Cruz. Eran siete hermanos, de los cuales, tres siguieron los estudios eclesiásticos: Pedro, Gabriel y Roque. San Roque recibe la ordenación sacerdotal a los 23 años, de manos del franciscano Hernando de Trejo y Sanabria, obispo de Tucumán, en el año 1598. Desde un principio, concibió el sacerdocio como una entrega al trabajo pastoral, una búsqueda de Dios en la evangelización de los indios o de los españoles.+
Roque González y la Compañía de Jesús
Ingresó el 9 de mayo de 1609. Comenzó su tarea en el Ijuí o Mbaracayú, cumpliendo una de las tareas más difíciles: evangelizar a los guaycurúes con el Padre Vicente Griffi. Roque tuvo tres elementos de Espiritualidad: la “Santa Cruz”, “La Virgen María” que él llamaba “La Conquistadora” y el “Amor y Culto a la Eucaristía”.
Todo este mundo interior tan rico y variado da sentido e impulsa su fuerte actividad para ayudar a sus indios. Los educaba en la fe, largas horas de enseñanza del catecismo que lo traducía al guaraní. La primera traducción del catecismo al guaraní lo hizo Fray Luís Bolaños. La traducción del tercer catecismo lo hizo el padre Roque. El dominio de esta lengua le sirvió para dicha traducción.
El padre Roque también enseñaba el cultivo del campo, la construcción y las primeras artesanías de vivienda y vestido. También atendió a la educación de hábitos y convivencia y moralidad cristiana, de política, gobernación y responsabilidad.
Antonio Ruiz de Montoya nació en Lima, Perú, el 13 de junio de 1585. Huérfano de madre a los cinco años y de padre a los ocho, fue entregado por sus tutores al educandario jesuita Real Colegio de San Martín, de Lima. A los 24 años ingresó a la Compañía de Jesús. Después de seguir el noviciado en el colegio Máximo de San Pablo de Lima, viajó a la Gobernación del Rio de la Plata en la parte sur del Virreinato del Perú, actual República Argentina, por cuatro años, en donde siguió los estudios de teología y filosofía en Córdoba. Una vez concluidos sus estudios, fue destinado a las reducciones del Paraguay a trabajar con los indígenas guaraníes.
Los 25 años que se mantuvo firme en las reducciones hablan del fervor misionero que tuvo. Identificó sus labores cristianas como si fueran aventuras interculturales, aprendió la lengua guaraní y conoció sus costumbres y su entorno geográfico. Fundó 13 reducciones, lo que supuso la construcción de colegios, iglesias, centros de producción agrícola y pequeñas ciudades que muchos decían se asemejaban al “Paraíso”, o como decían los mismos guaraníes eran “tierras sin mal”.
Guillermo Furlong Cardiff nació en el seno de una colonia irlandesa de la Provincia de Santa Fe, Argentina.Jesuita argentino y principal historiador de la Compañía de Jesús durante el siglo XX. En 1903 ingresó en la Compañía de Jesús en Córdoba. El Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús lo califica de «historiador, operario y escritor de la Compañía de Jesús». Ingresó en la Compañía a los 15 años, realizó sus primeros votos a los 18. Fue ordenado sacerdote en el colegio de Sarriá (Barcelona), en 1924. Dos años más tarde obtuvo sus últimos votos en Buenos Aires, convirtiéndose en coadjutor espiritual. Fue profesor de latín y griego en el Seminario Mayor arquidiocesano de Buenos Aires y, durante casi toda su vida, en el Colegio del Salvador, donde dictaba varias materias humanísticas. En 1940 –dice en su autobiografía-, pidió a sus superiores poder dejar la enseñanza de la historia “porque era desmoralizador para mis alumnos el tener que contradecir, lo que decían los textos oficiales o de uso general”.
Furlong hizo un aporte decisivo: Describió la gran obra de las misiones jesuitas y sus 30 pueblos fundados entre los siglos XVII y XVIII en esta región del mundo (conocida como Paraquaria). Entre ellos, las once misiones existentes en lo que es hoy Misiones (San Ignacio Miní, Corpus, Candelaria, Apóstoles, Santa María, San Javier, Santa Ana, Loreto, Concepción, Mártires y San José).
Mientras algunos intelectuales cuestionaban la obra, como el caso de Leopoldo Lugones. Pero el trabajo de Furlong terminó por refutar esas antojadizas versiones.
El 10 de abril de 1955 fallecía en Nueva York, Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Un infarto segó su vida pero sus ideas siguen vivas en el corazón de muchos hombres y mujeres que buscan una coherencia entre una visión racional y científica del mundo y unas profundas creencias religiosas.
Teilhard de Chardin fue capaz de unificar tres profesiones que vivió con intensidad: la de geólogo, la de filósofo y lo de místico. En el fondo, supo integrar todo esto en la espiritualidad que brota de Ignacio de Loyola. Teihard se podía encontrar en la espiritualidad ignaciana que trata de encontrar a Dios en todas las cosas, pero la reconciliación de la humanidad con la naturaleza, consigo misma y con Dios pasa por una insistencia en la investigación científica.
Sostuvo un evolucionismo teleológico a la concepción materialista de Darwin y del positivismo, opuso una cosmología que, pese a admitir el evolucionismo, e incluso extendiendo a la realidad espiritual, rechazó una interpretación puramente mecanicista y materialista del cosmos. Así expresó su fe en relación con su concepción del universo: creo que el universo es una evolución. Creo que la evolución va hacia el espíritu. Creo que el espíritu se realiza en algo personal. Creo que lo personal supremo es el Cristo-universal. La materia originaria, según él, contiene ya en sí la “conciencia” como elemento organizativo, por el que la evolución se configura como un proceso no puramente mecanicista, sino teológico.
Teilhard muestra como supo integrar en su pensamiento el carácter evolutivo del universo que han apartado las ciencias y el papel de Cristo en el universo que presenta la fe cristiana. Precisamente a partir de esta base científica descubre Teilhard el carácter convergente del mundo a través del futuro de la humanidad en el Punto Omega de la historia y la divinidad.
Excelente compendio de la contribución de jesuitas alas ciencia y con un bonito cierre, el testimonio de Teilhard de Chardin. Un saludo desde México.
Por qué no ponen Asunción, Paraguay. En la Bibliografía de San Roque? Omiten PARAGUAY.
El texto es muy claro: “Roque González de Santa Cruz, nació en 1576, en Asunción”. Quizá no dice Paraguay porque en el siglo XVI aún no existía la nación paraguaya. Existía un territorio denominado Paraquaria (que parece ser el antecedente del nombre Paraguay). Y eso está nombrado en la nota.