“Gobernaré para los 220 millones de brasileños”, fue una de sus primeras frases. Nelson Mandela en Sudáfrica sufrió cárcel y combatió el apartheid. Pero, al final pudo ser electo como jefe de gobierno y pudo realizar un mandato basado en el acercamiento de las partes enfrentadas. Lula apunta a lo mismo
La grieta brasileña fue real.
Hubo bronca, rabia, peleas y muertes.
Pero por sobre todo ello emerge la figura de Luis Inacio Da Silva. Un diminuto rancho de barro y paja, réplica de la de su familia cuando nació el 27 de octubre de 1945, recuerda sus orígenes humildes en el empobrecido noreste de Brasil.
Séptimo hijo de un matrimonio analfabeto, Lula fue abandonado por su padre antes de que la familia emigrara, como millones de coterráneos, a la industrializada metrópoli de Sao Paulo.
Fue vendedor ambulante y lustrabotas. A los 14 años inició su formación de tornero, perdió un meñique al manipular una máquina y al final de la década de 1970, como líder del sindicato de los metalúrgicos (una UOM brasileña) y lideró una histórica huelga que desafió a la dictadura militar.
Este romántico empedernido se ha casado tres veces. A su primera esposa Maria de Lourdes la perdió con el nacimiento de su primer hijo. Luego estuvo años casado con Marisa hasta el fallecimiento de esta en 2017. Dos años después el viudo Lula inició una relación con Rosangela, una socióloga del PT con la que habían militado por años. Los 20 años de diferencia no parecen notarse. Y en mayo de 2022 se casaron con todas las de la ley.
¡Que viva el amor! Parece ser su lema.
Lula que se llama a sí mismo “un joven de 76 años”, resucitó de sus cenizas como el ‘ave fénix’ en la política tras la anulación de su condena por la Corte Suprema, y el último domingo de octubre de 2022 encaró su sexta elección presidencial, frente al actual mandatario, Jair Bolsonaro. Y terminó ganando. Por poco, pero ganó.
Sí, porque antes de ser electo por primera vez, su partido Trabajador también había perdido varias elecciones.
Y cuando llegó a inicios del nuevo siglo, Brasil se subió a la ola de la bonanza de buenos precios de commodities y durante sus dos gobiernos pudo sacar a millones de brasileños y pasarlos a la clase media.
Algunos dicen 30 millones y otros 50 millones. Como fuere, muchos. Y para el que desee ver una ficción que mostró esa realidad, nada mejor que Avenida Brasil. Allí se veía cómo se plasmaba el ascenso en la escala social de muchos marginados.
Pero, después los vientos cambiaron de rumbo. Vinieron acusaciones de prácticas corruptas y Lula terminó tras las rejas.
Su sucesora Dilma Roussef no pudo continuar con su gestión y en 2019 asumió un rival que se ponía en las antípodas ideológicas.
Y luego vino el confinamiento. Y el mundo cambió.
Y luego Lula salió de la cárcel.
Como Nelson Mandela en 1994
Sí, ese hombre que había padecido años y años de cárcel salió de ese encierro sin estridencias ni deseos de venganza.
Otra vez, la ficción (mezclada con la realidad) puede venir en ayuda. Ver la película Invictus que contó cómo el país de Mandela (Sudáfrica) ganó el mundial de rugby en 1995 y esta movida sirvió para unir más al pueblo que no tenía restañada todas las ideas pueden servir ahora.
Quizá el mundial de fútbol de Qatar también termine dando una mano a Brasil y permite acercar las partes distanciadas del cuerpo social del país más grande de América del sur.
Bienvenida sea esta nueva realidad porque América, el mundo y sobre todo el propio Brasil lo precisan. Y quizá constituyan un buen ejemplo en la Argentina de cómo ir terminando con las divisiones profundas de una grieta que no le sirve a nadie.
“A partir del 1 de enero de 2023 gobernaré para 220 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación.”
Que viva el amor, Lula.
Un gran líder de los últimos años ejemplo para muchos dirigentes de América Latina