Argentina se inventa una nueva jugada de todos los tiempos, así lo dice el periodista Roberto Rodríguez del diario La Vanguardia en Barcelona. Fue la “jugada del mundial”.Cinco jugadores y siete toques necesitó Argentina para dibujar un lienzo precioso y transformarlo en el mejor gol del Mundial
Roberto Rodríguez del diario La Vanguardia de Barcelona lo relata de una manera magistral lo que ocurre en esos once (sí 11 segundos) en que los jugadores argentinos dieron una master class de cómo hacer el contragolpe perfecto.
Vaya esta nota de Rodríguez para homenajear a los campeones del mundo y al final, el amable lector se encontrará con los relatos latinoamericanos del gol. Después de 20 años (2002, con Brasil cuando venciera a Alemania) una selección sudamericana vuelve a subirse a lo más alto del podio mundial del fútbol.
“No fue una escapada de Messi levitando a lo Maradona en 1986 en el partido de su vida. Todo lo contrario. Participó el rosarino, omnipresente en su gran día, pero sólo con dos toques tan precisos como decisivos que despejaron la jugada. Hubo más, mucho más, en el contragolpe perfecto, en la combinación que será recordada durante décadas como la más bella y categórica de la final del Mundial de Qatar contra Francia. Marcó Di María, inconmensurable en el mano a mano frente a Lloris.
Cinco jugadores y siete toques necesitó Argentina para dibujar un lienzo precioso y transformarlo en el mejor gol del Mundial. La velocidad y la precisión se unieron en una transición que los expertos califican ‘de libro’ (puede traducirse al castellano, como “de manual”).
Una de esas ocasiones en que los jugadores de un mismo equipo parecen tener un imán que atrae constantemente el balón. Llegaron tarde siempre los esforzados jugadores franceses, incapaces de soplarle en la nuca a ninguno de los arrebatados argentinos, protagonistas de una obra maestra.
Francia regaló uno de tantos balones a lo largo de la primera parte, francamente mejorable. Despejó Nahuel Molina hacia el centro con la intención de alejar el balón. De primeras golpeó McAllister hacia la posición donde sabe de memoria que debe de estar Messi. Y hacia allá corrió el balón, como un poseso, atraído por su divinidad. En ese momento se activó Argentina. Siempre sucede cuando intuyen, y es muy a menudo, que el rosarino será capaz de limpiar la jugada, mejorarla y crear ventajas para sus compañeros.
El diez sólo necesitó dos toques.
Control y pase.
De espaldas.
Casi sin mirar, sólo intuyendo que Julián Álvarez se escoraba a la derecha y que McAllister corría por el centro.
El balón llegó hacia el siguiente argentino, el del Manchester City, que dio continuidad al primer toque a la carrera del hijo del colorado, un tren de mercancías imparable que atravesó toda Francia como un puñal por el centro. No tuvo dudas y antes de que llegase Koundé para interrumpirle golpeó el balón con sutileza hacia esa zona crítica entre portero y delantero.
Por allí, como un correcaminos desencadenado, apareció Di María mucho antes que Hugo Lloris para transformar el segundo gol de la final de disparo cruzado.
Fue la jugada de la Copa del Mundo en Qatar. Una obra inolvidable que multiplicará su valor con el paso de los años.
Los argentinos se encargarán de convertirla en la nueva jugada de todos los tiempos, como Víctor Hugo Morales calificó a la de Maradona contra Inglaterra en 1986. Esta vez sin que la individualidad prevalezca. Sino haciendo del equipo su gran virtud. Porque no necesitó multiplicarse Messi para ser el mejor Messi. Esta vez no estaba sólo en la pelea por alcanzar su sueño.
El relato sudamericano y español del gol.