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viernes, noviembre 22, 2024

Cuando el cura se enamora de la monja

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Una historia contada desde Inglaterra tiene sus destellos en Misiones. Y sirve para reflexionar sobre la vida religiosa (tanto en varones como en mujeres) dentro del catolicismo y los votos de castidad y el celibato que conlleva. ¿Y qué pasa si se enamoran entre ellos?

La monja Mary Elizabeth había vivido una vida devota, encerrada y, en gran parte, silenciosa hasta que tuvo un encuentro fugaz con un sacerdote que pasaba por allí: el padre Robert. La mayor parte de sus días los había pasado en una celda de la Orden de las Carmelitas, en Inglaterra. Veinticuatro años después de convertirse en monja, el roce con una de las mangas de este monje polaco en el salón del convento en Preston, en Lancashire cambiaría su vida. Él, en cambio, académico era un hombre de mundo. Exponía, daba charlas. Pero ella, siempre encerrada. Casi un cuarto de siglo. Hasta que pasó eso…

Mary Elizabet, una carmelita descalza y su toque mágico (las fotos son del sitio de la BBC Mundo)

Ese breve encuentro llevó al religioso, tan devoto como ella, a enviarle un mensaje con una pregunta que haría tambalear su mundo: “¿Dejarías tu orden y te casarías conmigo?”.
Claro: ambos eran católicos y no tenían muchas opciones.
Así comienza el relato del sitio de noticias de la BBC, uno de los más respetados del mundo.
Y es válido aquí para hacer un aporte personal.
Conocí al padre H (pondré solo una inicial por el respeto a su persona y porque además no sé de él hace demasiados años) allá por 1975 en Eldorado.
Yo hacía mi último año del secundario y él era un recién llegado al país.
Venía de Alemania.
Padre H es una de las personas más buenas y sabias que conocí. La nobleza de su espíritu se combinaba con el don de servicio que traía y lo manifestaba a manos llenas. Algunos dirán que pintaba para santo.
Apenas hacer los votos, y lo envían a Sudamérica. Unos dos o tres meses en España y tratar de conocer ese nuevo idioma lleno de vocales donde, además, escasean las K y las W (como decía una canción de María Elena Walsh) que era lo suyo.
Pero padre H tenía una libretita donde cada palabra o expresión nueva quedaba registrada y ese idioma que apenas chapurreaba en los primeros tiempos, a los pocos meses ya lo manejaba con una habilidad digna de cualquier nacido en estas tierras.
Es más: en pocos años, hablaba mejor que la mayoría de la gente de acá.
Había una sola cosa que lo dejaba loco y no podía “cazar”: el manejo del doble sentido. Cuando el humor juega con las palabras, eso no entra en casi ningún manual de traducción. Hay que tener paciencia e ir aprendiendo con los años. Quedaba loco, el pobre padre H, cuando hacían bromas y todos reían y él no entendía DÓNDE estaba el chiste.
Pero no quería hablar de las dotes del padre H con el idioma. Lejos de eso.
Cuando me vine a Posadas, varios años después a él le tocó acá también. Estaba en el convento de Villa Lanús y ejerciendo la docencia también en el centro.

La hermana Mary Elizabet ha conservado su vida espiritual fuera del convento


Allí, entre clases y clases, tuvo un contacto similar al contado en el inicio de esta historia. Algo muy parecido a lo que pasó entre Mary Elizabeth y el padre Robert cuando apenas se cruzaron.
Ella, la de Posadas, era una monja dulce y amorosa. Él -como la canción de los Decadentes- se “derritió como un hielo al sol”. El sentimiento era mutuo. Ella estaba apabullada por la personalidad de Padre H, su bondad, su don de gentes y tantas virtudes que tenía. Y él, por esa dulzura y cándido amor que exhalaba la monja que no podía ocultar su femineidad (que siempre subyuga al varón) entre los pliegues de sus hábitos.
¿Y qué pasó?
No estoy seguro. Pero al tener ambos que cumplir con sus votos de obediencia (además de castidad), decidieron enviarlo a una zona muy lejana de Misiones. Sé que fue para el lado de la costa del río Uruguay. No lo vi más. Creo que de la monjita tampoco se supo más.
Ambos (él y ella) eran muy religiosos. Y obedientes.
Supongo que si hubieran sido anglicanos, nada de esto hubiera ocurrido.

Llamen a la partera es una serie que muestra el trabajo de monjas anglicanas en pro de la gente


Me maravillé al ver la serie inglesa Call the midwife (Llamen a la partera), que contaba cómo fue la llegada del Welfare State (o estado de bienestar) impulsado en la posguerra. Y el rol que tuvieron religiosos (pastores y hermanas) de la religión anglicana. En esencia, es muy parecida a la religión católica. Sólo en una cosa difieren: si entre ellos hay “onda”, si se enamoran, si desean casarse, no hay ningún tipo de impedimento. Pueden hacerlo.
Por eso digo, si Padre H hubiera vivido en la Inglaterra anglicana y conocido a esa monja que lo partió como una sandía en verano, solo hubieran tenido que ir a casarse. Y hubieran podido seguir ejerciendo sus respectivos ministerios.
De hecho, padre Robert dejó su orden para casarse (no aceptaban su decisión) y fue recibido por la iglesia anglicana donde siguió ejerciendo sus ministerios.


Sé que decenas de teólogos y exégetas vendrán a derribar mis argumentos. Que el concilio tanto o la bula papal de tal época dicen tal o cual cosa.
Sé también que puedo contrarrestar esto con simples versículos de la Biblia: “Así, el hombre dejará a sus padres y se unirá con una mujer y serán una sola carne”.
O tal vez, si se pasa al Nuevo Testamento, no hay una sola consigna o mandamiento que hable del celibato o votos de castidad en los religiosos. De hecho, los primeros (como el primer Papa) fueron todos casados.


Apenas, esta expresión. “Hay hombres que se quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos. El que puede aceptar esto, que lo acepte”, dijo Jesús.
¿Y el que no?, vendría bien preguntarse.
Y además, en algún momento, con sentido absolutamente práctico, el propio Pablo aconseja: “Mejor casarse que arder”.
Pero caer en discusiones con los exégetas sería tirar de un hilo que está enrollado en carretel infinito. Siempre habrá opiniones que salgan.
Una pareja se complementa y se acompaña. Nadie tiene que pensar en que es una opción. O mejor, nadie debería.
La inglesita y el polaco se casaron. Ella es capellana en un hospital (con sus vestimentas religiosas) y él, vicario… de la iglesia anglicana. Siguen siendo los mismos, básicamente pero se tienen el uno al otro (algo así como “no es bueno que el hombre (y la mujer, agreguemos) esté solo”.

Y ella agrega algo vital: “A lo largo de tu vida religiosa, te dicen que se supone que tu corazón debe ser indiviso y entregado a Dios. De repente, sentí que mi corazón se expandía para contener a Robert, pero me di cuenta de que también contenía todo lo demás que yo tenía. Y no sentí nada diferente acerca de Dios, y eso me tranquilizó”.
Pienso en mi amigo de la juventud, ese curita Padre H. que vino de Alemania y que cayó rendido ante unos ojos negros más dulces que la miel de yateí y tuvo que renunciar a eso.

“Cristo sigue estando en el centro y viene antes que todo” dijo ella acerca de su vida diaria

Lamento por él y por todos los padres H y por todas las hermanitas y monjas que en algún momento sintieron que el tierno pájaro del amor cantaba en sus ventanas pero no pudieron abrirlas.
Nada más que eso.
Porque el testimonio de ambos cónyuges en Inglaterra es clave de cómo es su vida actual. ¿Dejaron la iglesia, abandonaron la piedad y la costumbre de rezar?
Ella responde: “A menudo pienso que vivo en un monasterio aquí con Robert, como dos carmelitas donde todo lo que hacemos se lo ofrecemos a Dios. Nos anclamos en la oración, pero el amor puede hacer un sacramento de todo lo que haces y me doy cuenta de que nada ha cambiado realmente para mí”.
Lisa dice que ambos están de acuerdo en que hay tres en su matrimonio.
“Cristo está en el centro y viene antes que todo. Si lo sacáramos de la ecuación, creo que realmente no habría durado”.”

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