En una columna de Gonzalo Bonadeo (periodista especializado en deportes), quedan en claro cuáles fueron los méritos de la selección argentina ganadora del reciente mundial de fútbol. “Puede que hayan sido guapos y peleadores, “pero nada de eso supera la calidad deportiva de estos muchachos que nos dieron la mayoría de los más hermosos goles colectivos del torneo”, dice el autor.
Evadimos impuestos y nos mandamos por la banquina. Contratamos en negro y trabajamos en negro. Elegimos senadores a señores condenados en varias instancias y rechazamos fallos de la Corte Suprema. Intentamos compensar corrupcion con espionaje ilegal. Es de manual que una sociedad tristemente acostumbrada a estas prácticas -no me considero ajeno del todo a algunas de ellas, aclaro- ponga en un plano de equivalencia al gol de la Mano de Dios con la más maravillosa obra individual que atestiguaron los mundiales de fútbol. Todo el mismo día y ante el mismo rival. Y hasta fuimos (somos) capaces de justificar la falta de buen gusto en nombre de los fallecidos en Malvinas.
No es siquiera para incomodarse. Mucho menos, indignarse: es lógico que acomodemos de tal modo nuestras pasiones futboleras, siendo éstas las más apasionadas de las pasiones de la gran mayoría de los argentinos.
Casi un mes después del sueño qatarí, del cual todavía me niego a despertar (a ver si de golpe descubrimos que la de Kolo Muani se clavó en un rincón!!!) seguimos jugando el mismo juego de hace casi 40 años: entreveramos lo ordinario con la magia con una facilidad extraordinaria.
Entonces, el “Qué mirá, bobo” se viraliza mucho más (y se convierte en remera) que la obra maestra de prestidigitación que el mismo Lionel creo una hora y media antes habilitando a Molina con un pase que no hubieran imaginado Bochini y Riquelme juntos.
En la misma línea, el Messi pendenciero pasa a ganarle espacio al genio total, ya no a completarlo con un matiz futbolísticamente menor. Maradoneano balbucearon por ahí. Y terminan reduciendo a un puñado de bravuconadas y arengas la inconmensurabilidad del querido “genio del fútbol mundial”. Tratando de arrastrar a Messi al barro lo embarran a Diego.
Una de las curiosidades estadísticas que dejo el Mundial fue la inverosímil ecuación entre goles recibidos, remates recibidos e influencia final del Dibu Martinez.
El enorme arquero marplatense no llegó mucho más allá de la decena de pelotas atajadas en los siete partidos que jugó. Sin embargo, casi todas esas maniobras no sólo tuvieron valor gol: tuvieron valor partido
Desconozco quién se hubiera animado a pronosticar el destino mundialista argentino si Martínez no atenazaba aquel tiro libre del mexicano Alexis Vega. Les recuerdo que, a esa altura, el partido estaba 0 a 0. Y que si perdíamos volvíamos a casa en primera fase.
Lo demás se siente más fresco. La tapada sobre la hora ante Australia, los penales contra Holanda, la mencionada del final de la final y el primer remate de la definición con los franceses.
Por obra y gracia de su personalidad, incluido ese sesgo procaz que, no por considerarlo innecesario, debemos ignorar que es parte de un todo, muchos de los pibes y no tanto que invaden las playas argentinas con el 23 en la espalda lo celebran tanto más por su faceta histrionica que por su excelencia deportiva.
Llevado al terreno colectivo, está todo bien con celebrar que, además de sacarnos campeón, el equipo haya sido guapo y peleador hasta ganarse el reclamo plañidero y patéticamente pacato de un montón de críticos europeos. Pero nada de eso puede estar por encima de la calidad deportiva de un grupo de muchachos que, a la hora de jugar, le regaló al mundo, la mayoría de los más hermosos goles colectivos del torneo. Vayan y revisen ya mismo, desde Mexico hasta Francia y se va a volver a conmover con tanto virtuosismo en sociedad.
Y si por acaso nos resultase inevitable caer en lo extradeportivo les dejo una sugerencia. Ya que muchos de nuestros chicos sueñan con tener algo del Dibu, recuérdenle que es un señor que desembarcó a los 17 años en un mercado súper exigente como es el de la Premier League y que, no conforme con crecer enormemente en su condición de atajador, gastó buena parte de sus ratos en aprender a hablar inglés como el mejor.
Martínez podría igualmente ser el Dibu campeón del mundo sin saber decir ni yes. Quiero decir, no lo destaco por ese detalle académico. Pero ya que estamos en temas anexos al deportivo me permito hacer un humilde aporte a la causa.
De paso. Tentados como estamos en pretender ejemplos de compromiso, civismo y urbanidad en nuestros campeones, ¿qué onda con apuntar mejor y pedirle aunque sea una pequeña dosis de todo eso a nuestra clase dirigente?
Gonzalo Bonadeo
Publicado en Infobae.com