Un ruso que no tenía ni un interés de ir a la guerra con Ucrania se escondió en un ámbito inhóspito. Vive en una zona con frío de hasta 10 grados bajo cero. Su esposa le acerca una vez por semana alimentos. Se conecta a internet con una antena casera y sigue trabajando como todos los días
El hombre sale de su pequeña tienda de campaña. Una carpa más para veraneo. Pero es invierno. En algún lugar en Rusia. Así que seguro, hace frío. Junta nieve y la mete con la pala dentro de un balde. Lleva adentro y la coloca en una antigua pava de hierro. Enseguida, sale a la intemperie y empieza a golpear duro. Es fuerte. Tiene 30 años y el hacha está afilada. Va trozando los troncos. Vuelve a su cocina y coloca en el fogón varios troncos. El fuego da un calor agradable. Primero derrite la nieve. Luego calienta el agua. Al rato, se sirve en una especie de taza de plástico un poco de café. El agua hirviendo entra en la taza. Está satisfecho.
Algunos se resisten a ser convocados, a que le den una gorra, armas, ropa de fajina y ser carne de cañón. Por 0 que le digan que la patria los necesita, no quieren saber nada. Quieren seguir sus vidas y que los políticos que deciden hacer la guerra que pongan ellos el cuerpo.
El caso fue relatado por el sitio de la BBC Mundo.
El hombre vivía en algún luga de ese inmenso país y cuando el presidente decidió doblar la apuesta de su guerra con Ucrania. él se decidió.
El reporte al referirlo, inventó un nombre para el desertor.
Lo llamaron Adam Kalinin. Así, cuando en septiembre de 2022 -viendo que la avanzada rusa no lograba todo lo esperado y Vladimir Putin convocaba a los reservistas y movilización de jóvenes sin experiencia militar para marchar al frente de combate- Kalinin decidió darle un beso a su esposa e internarse en un bosque oculto de las miradas y apartado del mundo.
Adam nunca quiso la guerra. Desde su inicio hace casi un año se opuso a la misma. Solo le interesaba su vida y su trabajo de informático. Pegó un cartel “No a la guerra” y lo llevaron detenido por dos semanas.
Así que cuando Rusia anunció el llamamiento de hasta 300.000 hombres para ayudar a darle la vuelta a la guerra que estaba perdiendo, Kalinin no quiso correr el riesgo de ser enviado al frente para matar ucranianos (o que lo maten a él).
Muchos optaron por la huida.
Es más, parejas de padres decidieron venir a la Argentina para tener sus hijos y que tengan nacionalidad del país y luego hasta quedarse aquí.
Pero Adam Kalinin no tenía esas intenciones: ahí era donde creció, temía lo descononocido y tenía limitaciones financieras. Nada sumaba para escapar por la frontera.
Según la crónica de Ben Tobías, vivir fuera del radar, asegura Kalinin, es la mejor manera que se le ocurrió para evitar ser reclutado. Si las autoridades no pueden entregarle una citación en persona, no se le puede obligar a ir a la guerra.
A diferencia de otras personas que quedaron aisladas por el tema de la guerra (famoso el caso de un guerrero japonés que tardó como 30 años que la segunda guerra había terminado: él seguía en combate dentro los bosques). Shoichi Yokoi, un sargento del Ejército Imperial Japonés, decidió ocultarse en la selva para preservar su honor y no entregar las armas al enemigo. Recién en 1972 salió al mundo.
En este caso, Kalinin se conecta al mundo. Y no sólo eso: sigue trabajando.
Utiliza una antena atada a un árbol para acceder a internet y paneles solares para obtener energía.
Ha soportado temperaturas de hasta -11C y subsiste con los alimentos que su esposa le trae regularmente.
De alguna manera, Kalinin continúa su vida como antes. Sigue trabajando ocho horas al día en el mismo trabajo, aunque durante el invierno, con luz diurna limitada, no tiene suficiente energía solar para trabajar días completos, por lo que recupera sus horas los fines de semana. Kalinin disfruta de la vida al aire libre, y ha pasado muchas de sus últimas vacaciones acampando en el sur de Rusia con su esposa. Cuando tomó la decisión de mudarse permanentemente al bosque, ya tenía gran parte del equipo que necesitaba.
El nuevo hogar de Kalinin es una gran tienda de campaña de las que se usan para pescar en el hielo. Cuando llegó por primera vez al bosque, montó dos campamentos a cinco minutos de distancia; uno con acceso a internet donde trabajaba, el otro en un lugar más resguardado donde dormía.
A medida que se acercaba el invierno y el clima se volvía más frío, unió las dos áreas para vivir y trabajar bajo un mismo techo.
Recientemente, la temperatura bajó a -11C, más fría de lo que esperaba. Pero ahora que los días vuelven a ser más largos y la nieve comienza a derretirse, planea quedarse donde está.
Aunque Kalinin no ha sido llamado a filas, afirma que la situación cambia constantemente y teme recibir una llamada en el futuro. Oficialmente, los informáticos como Kalinin están exentos del servicio militar obligatorio, pero existen numerosas informaciones sobre exenciones similares que han sido ignoradas en Rusia.
El llamamiento a filas tuvo un profundo impacto en Rusia. Hasta entonces, muchos rusos habían podido seguir con sus vidas tal como lo habían hecho antes de la guerra. Es cierto que algunas empresas occidentales desaparecieron y las sanciones dificultaron las transacciones financieras, pero el impacto directo en la sociedad había sido mayormente limitado.
La movilización llevó la guerra a las puertas de muchas familias rusas. De repente, hijos, padres y hermanos fueron enviados al frente con poca antelación, a menudo con equipos deficientes y formación mínima. Si antes el conflicto parecía distante, ahora era casi imposible de ignorar.
La vida de Kalinin en el bosque le ha dado cierto nivel de popularidad en internet, donde 17.000 personas siguen sus actualizaciones casi diarias en Telegram. Publica videos y fotos de su entorno, su rutina diaria y cómo organiza su campamento.
Kalinin afirma que no se pierde demasiado de su anterior vida. Asegura ser un introvertido al que no le importa estar solo, aunque extraña a su esposa y le gustaría verla más a menudo. Sin embargo, señala que su situación actual sigue siendo preferible a que lo envíen al frente o a prisión.
En Cold Mountain, Charles Frazier hacía un relato fascinante de un soldado desertor que lo único que quería era volver a su granja y estar con su amada. Las desventuras en ese retorno, con el recorrido por el Mississipi y los personajes inolvidables hacían de la historia una verdadera pasión. Los desertores no son cobardes.
Lo único que quieren es vivir y dejar vivir.
Solo a los viejos, esos que no van al frente, les encantan las guerras porque ellos, se sabe, no ponen el cuerpo.