El director general de El Territorio, Gonzalo Peltzer, se animó a analizar a fondo la guerra de Ucrania y además, lanzar un vaticinio: en un año, no habrá más Putin
El viernes la guerra cumplió un año. No hay nada que festejar, pero sí hay algo que celebrar: Ucrania sigue luchando contra un invasor temible, desproporcionado y atroz. Y no es que resista en un reducto cada vez más chico y aislado de su geografía: lo ha hecho retroceder en algunos frentes y lo contiene en las provincias separatistas y prorrusas del este. Es cierto que Rusia logró abrir un corredor al norte del mar de Azov, hasta la península de Crimea, que se apropió en 2014, pero lo hizo a costa de destruir ciudades como Mariupol. Eso parece no mosquear a los ucranianos, que se muestran dispuestos a retomar la rebelde región del Dombás y también la península de Crimea en este segundo año de guerra.
Del año que pasó queda Putin casi aislado del resto del mundo ya que ni Xi Jinping está convencido de apoyar la locura. Por el otro lado, a Ucrania la apoya gran parte de las potencias occidentales, sobre todo Estados Unidos, la NATO y la Unión Europea, que vaciaron sus arsenales de armas vencidas para ayudar a Ucrania a luchar contra el invasor; lo interesante es que han empezado a entregar armas de última generación. Es cierto que Rusia tiene –o tenía– el segundo ejército más poderoso del mundo, pero le juegan en contra dos factores cruciales: la corrupción que campa en su logística complicando sus movimientos y las pocas ganas de sus soldados de luchar en una guerra que no mueve la aguja del patriotismo. A pesar de sus fuerzas armadas, Rusia ha tenido que acudir a un ejército de mercenarios y presos liberados para las operaciones de vanguardia.
No se puede someter a un país por mucho tiempo, a no ser que se extermine a todos sus habitantes y se arrasen sus ciudades… y ni siquiera así. Putin creía que si ponía un gobierno títere en Ucrania conseguiría un país vasallo, pero tuvo que retirarse de las puertas de Kiev cuando vio que solo iba a lograrlo con tierra arrasada. Entonces concentró sus esfuerzos bélicos en el corredor que une Crimea con la Madre Rusia
Me puedo equivocar, pero todo indica que, como van las cosas, antes del 24 de febrero del 2024 se terminan los días de poder de Putin. Lo que no sabemos es si su final será en modo Nicolae Ceasescu o Erich Honecker, los tiranos comunistas de Rumania y Alemania Oriental. El efecto dominó caerá sobre Bielorrusia y su presidente Alexander Lukashenko y otros dictadores títeres de Rusia que mandan en estados desmembrados de la antigua Unión Soviética.
El mal supremo no es tanto la guerra como la agresión. Cuando uno es agredido no le queda más remedio que luchar contra el agresor hasta vencer o morir. Es la pelea por la vida y por la libertad y no hay fuerza humana que pueda contraponerse.
La guerra es un enigma, una enfermedad, del proyecto humano que desde Caín y Abel -y antes también- certifica que el conflicto está en su naturaleza caída. No queda otra que tratar de evitarlas y de minimizar sus consecuencias.
Los invasores armados dejan desastres y se van como vinieron. Los que prosperan hace siglos son los imperios comerciales, que dominan fabricando, comprando y vendiendo; con Coca Cola y con ChatGPT; con Disneylandia y con CNN; con petróleo y con gas; con agua, litio y cobre; con trigo y con cebolla…. Y para completar el panorama vale la pena recordar que esos imperios no solo fabrican, compran y venden información, alimentos, energía o sueños; también tienen el monopolio de las armas.
El autor Gonzalo Peltzer es abogado, periodista y doctor en Comunicación. Trabajó en diarios de Ecuador y Paraguay. Es director general del diario El Territorio. Posee el sitio Papers Papers