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domingo, noviembre 24, 2024

Se conocieron en pandemia: él dejó los hábitos y se hizo famoso en Ocho escalones

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Él era un sacerdote en Comodoro Rivadavia. Ella, una docente en provincia de Buenos Aires que estaba separada hacía doce años. En pandemia comenzaron a conectarse en forma virtual. Después llegó el momento de conocerse. Y ya fue un viaje sin retorno. En la iglesia le pidieron que no abandone el sacerdocio. A ella, en la escuela en que trabajaba le pidieron que se vaya. Hoy, él es famoso porque ganó millones en Ocho escalones

Todo pasó en el programa Ocho escalones. Él, un profundo conocedor de Historia y que cada vez que miraba el programa conocía todas las respuestas y ella que -de prepo- lo anotó. Y él terminó ganando 2 millones de pesos. Pero no una vez. Ni dos. ¡Cuatro veces! Había juntado 8 millones de pesos.
Allí, en el programa la mujer reveló que quieren casarse algún día y les adelantó a Guido y al jurado que estaban invitados. “¿Casarse por iglesia?”, preguntó el conductor. Y sin dudarlo, el que fuera sacerdote respondió: “Con todas las de la ley”.


Los dos tienen más de 40 años. No son pibes. Saben lo que quieren y lo que no. Se los ve firmes y asentados.
Él es Ignacio. Era cura desde hacía más de una década. Había ingresado por una decisión personal que no tenía que ver con una ruptura sentimental. “Sentí que debía ser sacerdote”, explicó. Y así lo fue. Antes de ingresar a la vida religiosa, estuvo a punto de ponerse de novio, pero no se sentía atraído ni tenía el deseo de comenzar ese vínculo, y eligió ser fiel a su deseo de convertirse en cura.

Pero mientras Ignacio comenzaba su sacerdocio, ella Gabriela ya veía tambalear su matrimonio. Aunque había dos hijos de por medio, no pudo continuar su vida de pareja con el padre de sus hijos. Y de eso hacía más de una década. No había vuelto a intentarlo. Hasta Ignacio.
Docente de profesión, ella le cuenta a Infobae que allá por el 2020 seguía las transmisiones de las misas por Facebook, y así fue que conoció a quien por ese entonces aún era sacerdote. “Siempre fui a misa, y cuando estábamos en cuarentena me conectaba especialmente temprano para después poder trabajar, y como hacía mis clases desde casa me venía bien que fuese de mañana antes de comenzar el día”, recordó Gabriela quien en ese entonces residía en Temperley en el sur de provincia de Buenos Aires.

El amor, siempre presente


Se conocieron personalmente en tiempo de pandemia y encierros

La religión nunca fue un obstáculo sino todo lo contrario.
Ignacio es oriundo de Mercedes, Buenos Aires. De chico concurrió a un colegio católico, pero no fue hasta los 25 años que, tras participar en movimientos parroquiales, le dio un giro de 180 grados a su vida: dejó su trabajo como profesor en un colegio e ingresó al seminario.
Los dos compartían varios amigos en común; él tenía una foto de perfil con la Virgen de Luján, de la cual Gabriela es devota. Varias coincidencias que hicieron que Ignacio aceptara la solicitud de amistad de ella.
Comenzaron a hablar por Messenger y descubrieron que conocían a un mismo cura que fue amigo de los dos. “Así arrancamos a hablar, nos hicimos amigos y yo le conté que trabajaba en un colegio católico como maestra y fuimos intercambiando opiniones, charlando cada vez más sobre la vida, hasta que yo empecé a sentir que me pasaba algo por dentro”, detalló Gabriela. Una situación que llevó a cuestionarse muchas creencias y valores por ser religiosa.
Pasado un cierto tiempo, ella se animó a confesarle: “Siento que te estoy queriendo Ignacio, pero más que como un amigo…”
Y él se atajó: “Me parece que a veces pasa que las personas confunden una simpatía o simplemente la buena onda con algo más”.
Algo que Gabriela no se esperaba, la situación la asustó porque no quería perder su amistad.


Pero en realidad, él también sentía algo por ella. “Después de contestarle eso yo me sentí re mal porque sabía que a mí me estaba pasando lo mismo, pero tenía un conflicto existencial y espiritual muy fuerte; pero elegimos seguir hablando porque nos sentíamos felices de saber del otro”, contó Ignacio a El Patagónico. Ambos creían que el cariño podía haber sufrido de la virtualidad y la distancia, que tal vez en persona no era lo mismo.
Sólo quedaba un paso: estar con el otro en persona.
“Viajé a conocerla unos meses después, y sabía que yo no me iba a permitir tener una doble vida porque no era ni lo correcto ni lo que yo quería, así que fui a hablar con mi obispo, di la cara y le conté lo que me estaba pasando y que tenía que dejar mi función sacerdotal”, explicó Ignacio.
Sus superiores no estuvieron de acuerdo pero él se sentía muy seguro.
Al referirse a su vocación religiosa, comentó: “Tenía una profesión porque soy profesor de Historia, había trabajado como docente y sentí que Dios me llamaba a la vida sacerdotal; no es que entré obligado o por un desagravio sentimental o porque me hayan llenado la cabeza; fue una decisión completamente libre”.


Al hablar de Gabi, como le dice él, sostuvo: “Lo que me pasó con ella no me pasó nunca en la vida, y no es que yo vivía en una burbuja; fui un tipo común, como cualquier otro viví y tuve una hermosa infancia, una hermosa adolescencia en Mercedes, una linda juventud, pero realmente lo que me pasó con ella no me pasó nunca en la vida y me vino a pasar a los 41 años, cuando hacía ocho años que era sacerdote, fue algo que nos cambió la vida a los dos”.
Al poco tiempo de dejar su profesión sacerdotal, Ignacio consiguió trabajo en un colegio laico como empleado administrativo y preceptor. Pero para ambos nada fue fácil: las miradas y la desaprobación social por parte del entorno fue difícil de superar. Ahora viven en Temperley
Pero, peor la pasó ella.


“Fue una época bastante dura porque hubo un montón de gente que me dejó de hablar, que me sacó el saludo, me sacó la palabra”, relató Gabriela.
Lo mismo le sucedió en su lugar de trabajo, donde todo fue cortante: “Hasta la misma gente de la institución de Lomas de Zamora donde yo trabajaba hacía trece años, también me quitó la palabra. Me dijeron que no era el ejemplo del colegio y me despidieron de forma discriminatoria”.
Pero ella insiste y vuelve.
El mejor momento de su día es cuando se sientan a tomar mate juntos después de la jornada laboral. “Hubo una ruptura muy grande en mí, pero yo no quedé renegado contra la Iglesia ni la religión católica, pero decidí empezar una nueva vida en la cual tuve que reciclarme y rehacerme porque fue volver al mundo laico, en pandemia, con 41 años, a buscar un trabajo, y apostar a la convivencia”, acota.
Risueña, Gabriela agrega: “Y con dos adolescentes que venían incluidos en mi combo, que lo adoran, y yo jamás pensé que iba a volver a querer casarme, porque me divorcié hace doce años y siempre dije: ‘Con la misma piedra dos veces, no’; y desde mi separación nunca volví a formar pareja”.


Ignacio define a Gabriela como una “mujer trabajadora, madre de dos hijos con capacidad de resiliencia”.
¿Cómo se enteraron en la escuela de su nueva situación sentimental? Alguien de su círculo cercano dio a conocer el noviazgo y ni bien lo supieron en su trabajo, en el colegio le informaron que no requerían más de sus servicios. “Uno se puede enamorar de quien sea, y a mí me parece este es un amor sano, en el que nos respetamos, nos acompañamos y todo aquello que se predica sobre la familia también hay que saber aplicarlo, y hoy por hoy en casa somos cuatro con mis hijos”, celebra.


Y allí están en la tele. Siendo famosos.
La frase de Ignacio es un buen remate: “Si hay algo que tengo en claro es que Dios nos quiere felices en última instancia. Esto es una gran ayuda porque tuve que reciclarme, rehacerme y no lo puedo creer”.

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