Luego de pasar casi un mes en Mar del Plata, el autor de estos apuntes deja al pasar algunos recuerdos y detalles que se destacan en la Feliz. Un marzo con calor (suave, si se compara con Misiones) muy agradable y con los “abuelos” presentes, sin lluvias y mucho buen pasar.
El show se llamaba “Empoderad@s” y el grupo presentador, Transfrappé. Sí, todos, menos una actriz, varones disfrazados, pintados, vestidos de mujeres poderosas. Sin embargo, un espectáculo familiar que no buscaba exponer más que bailes, canciones y humor ‘blanco’ en el escenario.
“A las 23 los esperamos”, decían. Pero retrasaron media hora…¡porque había una delegación de ‘abuelos’ que llegaban más tarde! Venían del hotel donde se alojaban en ¡el trencito de Mardel! Sí, ese mismo famoso que es un camioncito con acoplado revestido de tren que se llena de ruidos y músicas con chicas animosas y criaturas que gritan mientras van paseando por la ciudad. Ese mismo había servido para llevar a los abuelos a ver Empoderad@s. La moraleja queda para los lectores, directamente. Las puntas se encuentran.
Todo el mundo en el hall, todos parados mientras esperan que se abran las puertas porque no hay lugar donde sentarse. Para nadie.
-Pero, si las entradas son numeradas, ¿por qué no dejaban entrar a los asistentes que ya estaban 45 minutos antes de empezar a tomar sus asientos?, fue la lógica pregunta a los que organizaban el evento.
-Porque los abuelos son tremendos. Ellos tienen sus entradas pero luego van y se sientan donde tienen ganas o ven mejor y ¡no los podés sacar y se arma cada lío!, fue la explicación.
No es fácil veranear siendo un jubilado más. Porque de eso se trató.
Pasando a primera persona
“Conocí Mar del Plata en 1983. Era nuestra luna de miel. Fuimos con Turismo Kurtz. En ese entonces, las excursiones pagas con media pensión eran de doce días. Diez de estadía y dos de viajes. Parábamos en el viejo hotel Ostende. Detrás de la Catedral. En esa época no había excursiones al Brasil. Así que se nos quedó pegado Mardel. Con sus atractivos y su agua fría (como dicen los que aman y con razón, Brasil y sus cálidas playas)”.
Pero Mar del Plata es todo. Tiene un poco de más de habitantes que Posadas. En temporada alta, la cifra se triplica y llegan a ser 2 millones de personas.
Cada peso que entra a la ciudad se queda invertido allí. Y así crece.
Porque el fenómeno no se detiene en los tres meses de verano. Ni en la hotelería ni en los restaurantes, pizzerías, bares y confiterías, en los shows teatrales con los famosos de la tele.
¿Las playas no alcanzan para tanta gente? Se hace refulado (se saca arena del mar con máquinas) y se agranda el espacio (en las céntricas hasta 600 metros más) para los veraneantes. Brasil -varios años después- imitó esta decisión, en Camboriú.
¿Llueve y hace frío? La ciudad tiene uno de los polos de fabricación de pulóveres y abrigos más grande del país. Un verdadero cluster, como dirían los especialistas. Eso no se detiene. En la avenida Colón, una de las sucursales de Mauro Sergio tiene colas y colas en la calle. Siempre hay gente esperado para entrar a hacer compras. Los precios son verdaderamente una atracción. Aunque haga calor, la gente como la hormiga de la fábula, se prepara para el invierno.
Y para cerrar el círculo perfecto, tal como su nombre lo indica, Mar del Plata tiene la industria de la pesca. Y la industria de los barcos. Las naves que se calafatean y se arreglan. Todo demanda trabajo. Todo da trabajo.
Y es verdad.
Un detalle que lo explica. “¿Te diste cuenta -me dijo mi esposa- que no hay camionetas tipo pick ups como en Posadas? Acá está lleno de camionetitas y furgonetas. Todos para el trabajo y para servicios. El que quiere, seguro que obtiene trabajo en Mar del Plata”.
Eso sí, el puerto sigue teniendo ese olor -como decirlo- único y distinguible. Vienen Gilda y Abril (hija y nieta) en un fin de semana fugaz a visitar a los abuelos y padres. Está fresco y por primera vez el sol no brilla a full. Es domingo y se rumbea para el puerto. Los viajes en colectivos (con SUBE) tienen un solo precio: $119. Saladito como el mar. Y allí, la nena de casi cinco no aguanta el olor. Es fuerte, claro está. Y no es sólo ella. Por ahí se lo ve a un tipo grande de entre 35 y 40 años correr hacia los matorrales. Evidentemente algo de lo que desayunó pugnaba por salir debido al (mal) olor ambiental.
El primer día en pleno centro. Un kilo de salmón blanco fresco (lo mantienen con hielo expuestos en unas góndolas a 45 grados de pendiente) 2000 pesos. Corte transversal (con el hueso de la columna); no longitudinal tipo fileteado. Manjar total.
En Toledo, el asado oscilaba en marzo de 2023 (en diversos cortes como ‘banderita’, ‘especial’) entre 1100 y 1600 pesos. Sí, mucho más barato que en Misiones. Cuatro bifes de chorizo 1600 pesos. Manjar.
La Costanera no es tan larga como la de Posadas. Arrancás del centro y te vas para el norte y se hacen unos tres kilómetros. Luego, cuando las playas empiezan a ralear en servicios, la senda para caminar se angosta y se torna insegura. Ahí termina.
Hacia el sur, lo mismo: otros tres kilómetros y luego todo muy desparejo. Pero el andar de los caminantes es continuo. ¿Por qué? Porque el clima ayuda. Aún si es mediodía, el sol fuerte y el ambiente cálido, la temperatura no supera los 30 grados. Y la gente sale a caminar.
El clima estuvo por demás agradable en el final del verano 2023. Siempre por arriba de los 20 grados y la hora de la playa, muchísimos bañistas.
“Hasta el 31 de marzo nos quedamos”, explicó un bañero. “Luego volvemos en semana santa. Y chau…”, decía uno de ellos mientras cargaba un termo con agua que cobraban a 100 pesos (para juntar unos mangos). “Eh, misionero… mirá acá tenés un paisano tuyo”, le decía al colega. “Sí, soy de Montecarlo. Estoy hace años aquí”, aclaró el hombre muy parecido al jugador De la Cruz de River Plate.
Por la Costanera hacia el norte, erguida y hermosa aparece el Instituto Unzué, una donación de la familia homónima con más de un siglo de existencia. “Tenía lugar para los carros y palenques para atar caballos”, explica un médico uruguayo que recorre el lugar y se muestra apasionado por la edificación.
“Es que esto fue donado por la familia Unzué para hogar de criaturas huérfanas o abandonadas. Tiene la parte de la Iglesia con su cúpula hermosa y luego la del internado. Lo atendían monjas de una congregación franciscana”, explica una mujer de más de 70 años y marplatense.
“Pero ahora es triste la realidad -continuó-. ¿Sabía que los jóvenes de La Cámpora se hicieron cargo del edificio y lo están usando. Si los que donaron el edificio resucitaran, seguro se mueren de vuelta”.
Por un lateral se ven las renovadas instalaciones que fueron cooptadas por los muchachos.
Y hablando de tomar cosas, los últimos días de marzo estuvieron caldeados. En un área apartada cerca de Chapadmalal, los chicos de Grabois quisieron tomar posesión de un campo para tener una explotación agrícola. ¡Para qué! Con el intendente local, Guillermo Montenegro a la cabeza, hubo dura oposición a la iniciativa. Una movida con marplatenses que se acercaron a echar a los que ingresaron al predio. El jefe comunal presentó una denuncia criminal contra los involucrados y pidió la restitución de la propiedad.
El mate es rey y señor. En las playas, en la costanera, en el lugar que cuadre, siempre hay alguien mateando. Solo o en compañía. La firma misionera del paquete rojo, esa, la de “para los que aman el mate…”, con fuerte presencia en las góndolas y muy buenos precios de promoción: medio kilo se conseguía a 328 pesos en Toledo Supermercados (el equivalente a California de Posadas).
¿Tereré en Mardel? Olvidate. No existe. Acá el mate es rey y señor.
Y Agua de las misiones retornó a la gran ciudad. El agua envasada de la provincia pudo volver a hacer pie en Mardel.
Se veían envases de medio litro en los kioscos y los bidones de seis litros en supermercados. Bien ahí.
Los 27 días de estadía pasaron naturalmente volando. No hubo ninguno de esos dramas de viajeros que suelen atormentar en el momento y sacar una sonrisa cuando pasa el tiempo.
Para recordar uno de hace más de tres décadas con Gilda, nuestra hija y coprotagonista especial. Recién llegados temporada alta. Miles y miles de personas. El ‘jefe’ va a Turismo y le indican que hay un hotel (posada, casi) de 1 estrella en pleno centro. Orly se llamaba. Humilde y sin pretensiones. Ahí quedamos. Mientras bajábamos nuestros petates, Gilda queda sola dentro de la habitación. Tiene casi cuatro años. Decide ver cómo andan las cerraduras y -como dice el misionero- llavea la puerta. Del lado de adentro. La desesperación cundió. La madre, al borde de un ataque de nervios. Ella (adentro) que se ponía mal. La llave había quedado trabada. Hasta que la dueña de la posada se hizo cargo: “Gilda ¿estás ahí? ¿Sí? Escuchame, agarrá esa llave y dale media vuelta… eso… eso, ahora estirala para ver si sale…”
Al ratito, la llave había salido. La mujer sacó una de su llavero (creo que eran llaves universales que andaban en todas las cerraduras), introdujo en el agujero de la cerradura y fue empujando hasta hacer caer la del interior y pudimos ¡al fin! usar nuestra habitación…