La novela Socorro, el desesperado grito de la selva se sigue demandando. Es una precisa descripción de la biodiversidad que contiene Misiones en sus regiones selváticas. Eduardo Torres su autor cuenta detalles de cómo surgió la idea de escribirla.
Cuando era joven, Eduardo Balero fue invitado en el lugar en que trabajaba (Cerro Moreno, cerca de Campo Grande) a participar en una cacería y estar en un rozado al acecho. “Fue una sola vez y me alcanzó -declaró después-. No quise saber más nada de cazar. Pero esa noche, en la soledad absoluta del monte quedé fascinado por la selva misionera y sus miles de ruidos de animales, insectos y hasta plantas que se despliegan en la oscuridad”.
Quizá allí estuvo la génesis de su novela Socorro, el desesperado grito de la selva. Que llegó muchos años más tarde.
“Comencé a recopilar información y bibliografía sobre la selva de Misiones. Y cuando comencé a interiorizarme, ese mundo tomó otra dimensión, lleno de misterios. Me sedujo, sentí fascinación por esa biodiversidad tan equilibrada, perfecta y sublime que, sin rubor, se puede asegurar que resulta milagrosa”.
En la actualidad, el libro se vende y muy bien. En las escuelas secundarias no son pocos los docentes que se animan a darlo como lectura a sus alumnos.
“Me llaman de la librería Tras los pasos y me piden diez ejemplares más y yo les digo: ‘pero si ya les envié’ y ellos me contestan: ‘No, esos ya vendimos todos”, contó esta semana Balero.
Toda su bibliografía se halla en la clásica librería de Posadas que tiene dos locales en la capital: en calle La Rioja y en el Shopping. Y además un local en Oberá.
Además, se vende en los locales de supermercados California y se consigue en el Aeropuerto Krause de Puerto Iguazú.
Para tener idea de qué va la historia, aquí se presenta el primer capítulo de la novela que cuenta la historia de una pareja de tucanes junto al par de pichones que acaban de tener. Ellos hacen -si se permite la comparación- una “road movie” (película de aventuras en el camino).
La historia tiene así dos vías: una, de aventuras y ficción donde los animales hablan e interactúan como si fueran humanos. Y otra donde se describe con la precisión de un científico (Torres es ingeniero agrónomo) la fauna y la flora de Misiones: ahora le dicen Biodiversidad, pero es básicamente lo mismo.
Queda claro: se trata de esta ecorregión conocida como Selva Paranaense, se caracteriza por ser la de mayor biodiversidad. Cuenta con 3148 especies de plantas vasculares, las que representan el 29 por ciento de las existentes en el resto del país, 1125 especies de vertebrados; entre los que se encuentran 274 peces, 66 anfibios, 114 reptiles 546 aves y 124 mamíferos y cientos de miles de artrópodos.
En la primera entrega, los personajes se presentan y se van describiendo algunos elementos característicos del monte y la biodiversidad. La extensa e intensa vida que existe y -a veces- queda manifiesta para el ojo avizor
Socorro: capítulo 1
El color verde se extendía hacia los cuatro puntos cardinales, hasta más allá de donde alcanzaba a divisarse. El entramado de vegetales se perdía en las ondulaciones y quebradas que mostraba la topografía, y ese día las nubes, perezosas, se recostaban sobre las laderas de los cerros penetrando entre las copas de los árboles, abrazándolos y permitiendo que del centro de sus blancas formas algodonosas aparecieran las ramas verdes de los colosos vegetales. “Verde que te quiero verde”, escribió García Lorca sin conocer las variantes de este color que se mostraban en la majestuosidad de la selva. Observando con más detenimiento, se podía diferenciar las variaciones de verdes de las hojas de las distintas especies arbóreas, algunas opacas, otras oscuras o brillantes; en el envés de algunas, el verde ceniciento se destacaba y entre la tupida floresta pasaban inadvertidos muchos ejemplares. Sobre una de las ramas de loro negro i y sin hojas se posaba el esplendoroso tucán.
De su enorme pico colgaban las pequeñas patas de algún pichón de boyero cacique, uno de sus alimentos preferidos para suministrar proteínas a sus hijos en crecimiento.
Las características que presentaba era su largo y enorme pico anaranjado con base y mancha negra en la punta; cuerpo negro y babero blanco. Rabadilla blanca y la cola roja en la parte de abajo. Su tamaño puede llegar a los 53 cm. Ladeaba su cabeza hacia un lado en tanto miraba con insistencia el hueco del grueso tronco del árbol a unos pocos centímetros de donde estaba posado.
Como si pretendiera llamar a alguien emitió el krooc… krooc característico. Del hueco salió la cabeza de una hembra que aparentaba estar fastidiada de tanto esperar.
–¡Por fin! –expresó. El macho, amedrentado ante el malhumor de Tuca, su pareja, dio un salto y se posó en el borde del hueco. Mientras depositaba los restos del pichón del boyero, miraba con asombro a sus dos pichones, y luego, dirigiéndose a Tuca, le dijo:
–Lo siento querida, tuve que esconderme porque unos rapaces enemigos sobrevolaban el camino y tuve que dar un rodeo para llegar.
–No te preocupes, ya estás acá –dijo ella– están muy inquietos y no sabía qué hacer, son muy pequeños para dejarlos… son hermosos – culminó diciendo mientras miraba con ternura a sus pequeños hijos y desmenuzaba el alimento.
–¡Ay, Tuca!, yo los amo, son mis primeros hijos, pero todos son feos cuando rompen los huevos, no tienen plumas, la piel rosada, los ojos saltones y cerrados…
–¡Que antipático resultás ser como padre! –dijo enfadada Tuca– ocupate de ir a buscar más alimentos para ellos y salí de mi vista. Conociendo el carácter de su pareja, Tuco salió volando a buscar más alimentos, avergonzado ante los comentarios peyorativos que infaliblemente harían sus vecinos.
Cuando volvió cargando en su pico frutos de ingá, el árbol más alto y grueso, el timbó, imitando la voz femenina de Tuca, dijo:
–¡Tardaste mucho Tuco, que no se repita o dormirás afuera! Los demás árboles y sus epífitas estallaron en carcajadas. Tragándose la bronca, Tuco se posó nuevamente en el borde del hueco donde anidaba su familia y les dirigió una furibunda mirada, en tanto dejaba las frutas de ingá a disposición de Tuca.
–¡No te enojes Tuco! –dijo el Ibirápitá– esa es la ventaja que tenemos los vegetales con respecto a ustedes, no necesitamos esposas o parejas que nos manden, tenemos los dos sexos con excepción de algunos de los nuestros que son dioicas, es decir son plantas machos y hembras.
–¡No hagas caso Tuco, no todas son ventajas! –expresó el Guatambú– no podemos trasladarnos, estamos arraigados al lugar y soportamos a estas parásitas que nos enredan y nos trepan, también a los insectos y mamíferos que se alimentan de nuestros frutos, follajes y ramas e incluso penetran en nuestros troncos. Al igual que muchos de ustedes, los pájaros, quienes también se alimentan de nosotros y cavan en nuestros troncos, como es el caso del nido donde vivís con tu familia; ese hueco lo hizo uno de los pájaros carpinteros y a todo esto debes sumar la competencia entre nosotros para recibir más luz y procesar nuestros alimentos… El grandulón ese, el timbó, nos sobrepasa en altura y su amplia copa de ramas nos cubren a muchos, pero sus hojas no son muy tupidas y permiten que el sol nos alcance.
–¡Uuuuuhhh! –vociferaron las enredaderas conjuntamente con las bromeliáceas, orquídeas y demás especies que crecían sobre las ramas y troncos de los árboles, burlándose de ellos cuando se sintieron aludidas.
En realidad, la estructura de la selva donde decidió vivir Tuco y su familia aparenta ser un vallado impenetrable que no permitía extender la mirada más allá de donde estaban. Los árboles, como si fueran paraguas, crecen hacia arriba en busca de la luz y se encuentran distribuidos en forma irregular, muy cerca unos de otros, y entre todos conforman el estrato más alto. Se diferencian por las características de las cortezas de sus fustes siempre que las algas, líquenes, las lianas y las enredaderas no las cubran, porque al igual que ellos, buscan la luz solar y por eso se adhieren a sus troncos envolviéndolos para poder trepar hasta la copa, donde sus hojas ávidas de luz se mezclan con el follaje de su huésped.
De las ramas de los árboles cuelgan tallos y raíces de las enredaderas, formando una estructura vegetal impenetrable. En esa exuberante selva y en distintas comunidades vegetales conviven cerca de trescientas especies de árboles y palmeras. En los estratos inferiores, se encuentran plantas que van de los tres a los diez metros. En ese espacio, entre otros, encontramos a la yerba, los helechos gigantes, el cocú, y un poco más abajo crece una mayor variedad de especies, destacándose las numerosas piperáceas, mirtáceas y rubiáceas además de otras familias como así también numerosos y múltiples helechos. Asimismo, se encuentra la urticante ortiga brava y en ciertos lugares se destacan los impenetrables cañaverales de bambúes o tacuaras, como el tacuapí, la espinosa yatevó, el tacuaruzú, el tacuarembó y el mboreví caá con llamativas flores azules.
En el último nivel, en el estrato herbáceo umbrófilo, con muy poca luz, crecen algunas gramíneas de hojas anchas, gran variedad de helechos, hierbas no leñosas, especies con flores muy atractivas de la Familia Bignoniácea y la no menos vistosa flor de Santa Lucía (de la Familia Commelinácea); además de variadas enredaderas que a veces forman verdaderas marañas.
Todo se asienta sobre la oscuridad del húmedo lecho, por lo cual los animales también son oscuros o manchados para mimetizarse con el ambiente y el juego de luz y contraluz que se suele producir. Para la descomposición de la materia orgánica colaboran numerosos y vistosos hongos de llamativos colores blancos, amarillos, anaranjados, pardos y rosados. Los abundantes musgos forman tapices extraordinarios sobre troncos caídos o en la base de los fustes de los árboles, como en las ramas, y muchas veces se los observa mezclados con los líquenes, con sus también variados colores, blancos, grises y rosados como los que crecen en el fuste del pindó. Cada expresión de la selva causa admiración, y en este estrato no deja de hacerlo la flor de piedra que parasita las raíces del alecrín
De acuerdo con las estaciones, los vivos colores hermosean a este mundo, cuando numerosas especies arbóreas, enredaderas o parásitas florecen y se manifiestan en toda su ostentación y entre el verde aparecen los colores blanco, amarillo, fucsia, anaranjado, azul y otras.
A todo este prodigio vegetal hay que sumarle la extraordinaria fauna compuesta con 448 especies de aves, 71 especies de mamíferos, 36 de reptiles, 20 de anfibios, 250 de mariposas diurnas y miles de artrópodos. Todo este universo se asienta sobre el suelo cubierto por una capa de materia orgánica en descomposición, producto de ramas, hojas, flores y frutos caídos cuya vida macro y microscópica es tan rica como la flora superior. El piso de la selva es un lugar caliente, húmedo y oscuro.
El sol no llega porque es bloqueado por los árboles y demás vegetales. Escarabajos, hormigas, ratones, ranas y sapos remueven el sustrato de tierra y materia orgánica en tanto los hongos y bacterias colaboran en la descomposición de la misma, liberando los nutrientes que vuelven a ser absorbidos por las plantas. En general los suelos sobre los que se levantan las selvas son muy pobres y las lluvias abundantes lavan, arrastrando los nutrientes y parte del humus.
El calor generado por la fermentación y la humedad casi permanente, visibilizan las volutas de vapor que se levantan del suelo, ascienden entre el follaje y en muchas ocasiones se levantan por encima de las copas de los árboles.
De noche, mientras Tuco y familia descansan, la selva cobra vida y todos los animales despiertan generando un bullicio viviente y energizante debido a los muchos chillidos, graznidos y sonidos particulares que indican el juego entre ellos o la agonía de la derrota ante un predador.
Aparentan perseguirse y en determinados momentos se revuelcan jugando sobre la tibia hojarasca. Las ranas compiten en sonidos agudos con los grillos, y los sapos con su croar grave acompañan esa combinación de sonidos donde los chistidos de las lechuzas se confunden con los ruidos que producen las poderosas uñas del tatú escarbando el suelo.
El gruñido del felino hace silenciar a varios hasta que consideran que el peligro pasó y vuelven a la sonata nocturna. En ocasiones, el ruido de ramas atropelladas o aplastadas se suma a los demás sonidos, seguro que algún mamífero escapa de su cazador y como una expresión disonante se escucha el canto triste del urutaú. En su hogar, la costumbre de los tucanes es dormir con el pico debajo del cuerpo y entre ellos sus pichones, para poder caber dentro del reducido espacio del nido.
Al amanecer, después de arrojar afuera los excrementos de los pequeños y toda basura, Tuco y Tuca salieron del nido a estirar sus cuerpos después de dormir acurrucados.
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