(*) Por Laura Jacobacci
Voy a comentarles una historia personal: mi mamá, docente de Historia, Geografía y Ética, estudió y se recibió cuando nosotros (somos 6 hermanos) éramos pequeños. Su compañero de estudio, Antonio, siempre me decía, mientras ellos estudiaban y yo, que era estudiante del secundario; acompañaba el esfuerzo de mi mamá, cuidando a alguno de mis hermanos: “Laurita estudiá magisterio, casate y después estudiá lo que querés”.
Es “representativa de una época” la frase del amigo familiar, ¿les parece; no? Enuncia un modo de vivir, un rol y un lugar para las mujeres.
La educación es un espacio femenino.
Y, la reproducción es un acto político: “qué” digo, “cómo” lo digo, los cuerpos son políticos… habitar cada espacio es un obrar político.
Entonces, celebro la posibilidad de este espacio, y de que me estén leyendo dado que las construcciones de realidades más igualitarias son posibles gracias a espacios donde se visibilicen, se reconozcan y circulen significantes, palabras, que nos permitan pensarnos como colectivos que debemos seguir conquistando lugares en los escenarios públicos y entiendo este espacio como posibilidad.
Así, este momento es un tiempo en el que me encuentro representando a todo un colectivo de mujeres que transita los espacios universitarios y que su lucha es constante, a efectos de lograr la igualdad real de oportunidades enfrentando sistemáticamente obstáculos para lograrlo.
Los techos de cristal no los vemos; ahora bien, los sentimos… Y aquí otra anécdota: hablando con una profesora en la Universidad le pregunto; “¿cómo vas con el posgrado?” Y me dice: “mi bebé más chico tiene dos años, aun no logro acomodarme para terminarlo”. El trabajo, la casa, las jornadas laborales no pagas, las tareas de cuidado asociadas al género, entre otras muchas situaciones son techos de cristal que podemos sentirlos en el cuerpo, en la vida.
En Argentina, conforme los estudios de relevamiento realizados por la SPU (Secretaria de Políticas Universitarias), las mujeres tenemos una mayor representación en la cantidad de estudiantes universitarios/as, así como en los nuevos matriculados (58% estudiantes mujeres 58,4% nuevas inscriptas mujeres). Resalta también que la graduación de mujeres es significativamente más alta en las mujeres que en los varones (61,1% egresadas). Este porcentaje se repite en el Nea en mayor proporción (63,4 estudiantes mujeres; 58,9 nuevas inscriptas) Egresadas, en cambio, el porcentaje desciende al 58%. Estos porcentajes se mantienen con algunas variaciones en los cargos no docentes y docentes en la educación superior. En el ámbito de la educación primaria, en Argentina tenemos la mayor tasa de feminización de la profesión: el 94,6% son maestras mujeres.
Dice Dora Barrancos que poder educarse, ejercer libremente una actividad económica, administrar y obtener con el trabajo bienes propios fue unos de los grandes hitos de la historia. Dice Despentes: “Nací en 1969 y abrir una cuenta corriente a mi nombre fue ser consciente de que pertenecía a la primera generación de mujeres que podían hacerlo sin depender de su padre o su marido”.
Cuanto mayor es la titulación mayores salarios; sin embargo, la brecha salarial está lejos de la paridad.
Así como la brecha salarial entre varones y mujeres sin instrucción es del 41%; para aquellas que tienen estudios terciarios y/o universitarios es del 24%. Esta diferencia viene bajando a lo largo del tiempo, en 1996 la brecha salarial entre hombres y mujeres universitarios era del 46%. Es decir, para las argentinas “la educación paga”, tal como lo dice Mercedes D´Alessandro.
Ahora bien, lo que resalto aquí es que la brecha se ensancha cuando vamos a los lugares de decisión institucional. Por ejemplo, 34% de los cargos de Decanos son ocupados por mujeres, 31% de vicerrector y 13% en el caso de Rector.
En Misiones vemos que estos porcentajes no se reflejan y celebramos esto como una conquista, teniendo presente que los derechos son conquistas y luego son ejercicio, tanto para validar estos alcances como para legitimar cada logro.
Es decir, la Universidad no es ajena a los procesos de reproducción de desigualdades estructurales.
Dejando en claro que la masculinidad es una construcción donde se imputa la obligación del cuidado, de la protección, de la fuerza y de tantas otras “virtudes” que deberían poseer los hombres; y como contrapartida la femineidad con las características harto conocidas, deja fuera de foco a otros colectivos que cohabitan nuestro tiempo, que transitan la educación y que deben ser visibilizados para que en conjunto podamos construir realidades más representativas de la realidad.
El desafío implica la no reproducción de los modelos hegemónicos en cada una de nuestras acciones, desprendernos de los micro machismos, trabajar con la educación diversa y respetuosa deviene necesario. Por ejemplo, pensemos: ¿qué compañeras de trabajo Mbya Guarani tenemos? Es decir, las mujeres Mbya guaraní, detentadoras de saberes ancestrales y que representan colectivos discriminados y marginados por el propio Estado desde su constitución como tal no figuran entre nuestras compañeras, amigas; maestras; así como muchas otras personas pertenecientes a colectivos invisibilizados.
Así las cosas, reitero que celebro este espacio, ahora bien, entiendo que debemos ser cuidadosas de no repetir en nuestros espacios de decisión modelos que excluyen, que discriminan y que invisibilizan otros colectivos.
Romper con la idea dicotómica del par masculino/femenino deviene una necesidad, tal como lo plantean Preciado, Despentes, Buttler, entre otras.
Esta necesidad se plasma en transitar los espacios académicos, como dice Segato, con pedagogías con identidad de género, o como lo dice con: “contra pedagogías de la crueldad”.
Por ello, un paso está dado, tenemos rectoras en nuestras universidades, nos queda seguir fortaleciendo y tensionando desde estos espacios para:
- Mantener los lugares de decisión en las políticas públicas universitarias.
- Establecer agendas públicas que amalgamen la vida laboral y la vida profesional.
- Transformar currículas académicas con perspectiva de género.
- Modificar las currículas académicas para que la diversidad cultural esté representada.
- Profundizar las currículas regionales.
Estos temas debemos seguir trabajándolos no solo desde la operativización (para con las personas que transitan en las Universidades) sino en la investigación y en la docencia.
El camino esta iniciado, sigamos caminándolo, cada paso cuenta.
(*) Abogada. Delegada regional de la Universidad Cuenca del Plata sede Posadas. Precandidata a Parlamentaria del Mercosur por “Hacemos Unidos”
Nota publicada en Sala Cinco