Hay que hacer sólo lo que nos hace felices, podría ser hoy uno de los mayores mandatos que las personas deben realizar. El problema aparece cuando se presenta y actúa como obligación para sentir.
Mientras se busca el ideal, las esperanzas ponen a prueba la resistencia a la frustración. Se condimenta un poder mundano con mantras que se basan en “yo puedo” junto a un estado de alerta que hace creer que en cualquier momento todo puede cambiar, pero que hay que estar lo suficientemente despierto para poder verlo.
Este cóctel de yoismo se convierte en dañino cuando tiende a negar el malestar que genera el sufrimiento, aquel que por alguna razón particular se esté atravesando, aquel que surge de la exigencia de tener que cumplir el mandato de ser felices, aquel que surge de la misma existencia; porque vivir duele y es parte de un trabajo psíquico, donde elaborar lo que afecta es parte del duelo, es parte del paso del tiempo y es parte de poder desprenderse de aquello que agobia para poder crecer.
La sociedad actual es poco hospitalaria con la crítica, diría el sociólogo polaco Zygmunt Bauman; parafraseando, se podría decir que la sociedad actual es poco hospitalaria con el trabajo de duelo.
En una época donde una de sus mayores características es la velocidad, y vivir y sentir rápido, su expresión; no queda lugar para el pensamiento y los ritmos anímicos de la propia marcha que configuran formas de alejarnos de aquello que perdemos. Dicho de otra manera, todo el tiempo vivir programados, teniendo que responder a todo y todos, agobia y fagocita el sentir.
Clamar por una pausa es la única salida, la que nunca tuvo que haber sido reducida a bloqueos emocionales o a la culpa del disfrute personal.
Somos mortales, por eso sufrimos y por eso también nos alegramos.
Es nocivo para nuestra salud mental querer ser parte de aquello de lo que quizá nunca nos preguntamos si queremos responder o formar parte.
La angustia, es un afecto que se encarga de volver a situarnos con nosotros mismos y con la vida como forma de trabajo anímico. Para vivir es necesario poder responder sin abandonarnos.
El problema de fondo no es tener que estar para el mundo, sino creer que si no estamos allí, no existimos, perdiendo toda voluntad de armar una vida con los sentidos solidarios de un bienestar, una forma de relación y de amor con aquellos que pueblan nuestro mundo.
Una forma de empezar a cuidarnos sin etiquetas.
Gastón Núñez.
Licenciado en Psicología.
Magister en Políticas Sociales.
Doctorando en Ciencias Humanas y Sociales.
Docente universitario.
Autor de varios libros de psicoanálisis y teoría social.