El psicólogo y docente en la Universidad Cuenca del Plata hace un profundo análisis sobre las relaciones de pareja. Los límites del amor propio. La importancia de no asfixiar.
Por Gastón Núñez (*)
El miedo a amar es el detalle por excelencia de la fijación, que podría ser entendida como quedar detenido en un tiempo que ya pasó. Así, esperar reciprocidad del otro, esperar reciprocidad después de querer es la garantía de asegurar hasta cuándo se está dispuesto a esperar o también la idea que está oculta en su reverso; hasta cuánto se está dispuesto a tolerar, no porque se deba soportar, sino porque lo vivido da muestras de que nada va a cambiar.
Pero se necesita más para saber qué es y no es así. El amor propio tiene su complejidad y por eso muchas personas quedan esperando cierta comprobación del lugar que ocupan para el otro.
El amor propio a veces duele y a veces es una herida que intenta ser tapada con la ilusión de querer todo con el otro.
Desde esa posición, el miedo se hace presente. Después de querer, después de que el querer se transforma en el antídoto de referencia frente a aquellos que también traen su mundo querido y en su interior todas las representaciones de lo que supieron y no supieron hacer con el querer, con su querer, que en algún punto siempre está herido y termina sublimado con una idealización que encanta la noción: “tener una relación”.
Ver las cosas que son se vuelve sumamente difícil, pero duele más cuando la creencia de lo que debería ser no se desarraiga del sentir, por eso el amor propio a veces duele y a veces es una herida que intenta ser tapada con la ilusión de querer todo con el otro.
Ahora bien, querer todo con el otro, también a veces, es una forma de querer con dolor, un dolor que habla de una disposición producto de vivencias que dejaron una marca en el origen de los vínculos; que allí donde alguien tuvo que responder no apareció nadie: una presencia como ausencia.
No querer a nadie o no querer nada, podría ser la defensa frente a que cuando alguien se dispuso a querer, respondió la ausencia.
Así no querer a nadie o no querer nada, podría ser la defensa frente a que cuando alguien se dispuso a querer, respondió la ausencia.
Querer sin dolor también tiene su excepción, saber retirarse a tiempo para no asfixiar al otro, para que el otro tenga su lugar.
Y así poder querer.
(*) Licenciado en Psicología. Magister en Políticas Sociales. Doctorando en Ciencias Humanas y Sociales. Docente universitario. Autor de varios libros de psicoanálisis y teoría social.