Ramón Cidade, alias Ramón Ayala, falleció en Buenos Aires a los 96 años. Una vida intensa que comenzó en su Posadas donde conoció el amor en la Bajada Vieja porque había una muchacha que era bella como la flor de mburucuyá.
“Sí, decía Ramón Ayala con humildad, yo estuve con los barbudos. Eran los comienzos de los años 60 y había viajado a la isla. Y allí estaban El Che Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos y tantos otros. Naturalmente interpreté temas del cancionero latinoamericano que eran coreados por todos. Fue una experiencia única”.
El hombre que había nacido en Garupá, una pequeña localidad pegada a Posadas, creció tal como lo relata el tema Los Gurises. Y allí iban apareciendo esos chicos terribles, vitales, llenos de picardía y juegos.
Cuando la tarde se aroma con las flores del crepúsculo
y va la Bajada Vieja dando tumbos hacia el río
levanta la gurisada su algarabía de pájaros
encendiendo las casonas de gritos y risotadas
y el color de los chivatos
hamaca su vieja herida sobre los niños.
Cuando la tarde se aroma con las flores del crepúsculo.
Pata Bolí, siete años, flecha de luz en los ojos,
corre con los diarios apretados bajo el brazo
llevando la luz del mundo por el cielo de Posadas.
Cómo no amar esas descripciones que hacía Ramón Ayala de su infancia con esos personajes conocidos por los posadeños.
Toro Manso, Japonilla, Juan Tolongo, Satanás,
sucios de arena y caracha vienen llegando del río,
azote del rancherío por la siesta vegetal.
Nde añamemby amarillento, soltame el pelo, arruinado.
Uno, la cara llorosa otro, la piel arañada
van dando viracambota casi sobre la ribera;
la gurisada hace rueda para ver cómo termina
mientras el ojo del cielo contempla lleno de asombro
estos gurises de plomo estallando sobre el clima.
Pirá Cambú, todo escamas, punta del ojo hacia arriba
nariz robada al carancho, no sé qué magia en los dedos
casi siempre lo encendía, llegaba de entre la gente
con un aire de misterio y los bolsillos
repletos de un mundo de chucherías.
Había llegado a Posadas junto con su hermano Vicente Cidades. Ambos músicos. Él guitarrista y compositor (¡y pintor!) y Vicente, violinista. Ambos partieron hacia Buenos Aires como todos los músicos del Litoral que querían progresar.
Atrás quedaron esos rancheríos al lado de la costa y las mujeres que iban con su canasto lleno de ropas a la orilla del río para lavar las prendas. Llevaban un palo donde arremetían a los golpes contra la mugre que no quería desprenderse. “Es que esa gurisada terrible dejaba sus ropas impregnadas del rojo indeleble de la tierra colorada en sus prendas”.
Vaya que así lo retrataba el bueno de Ramón.
Pero ese niño o niña sabía que el amor a la madre no iba a aflojar nunca. Porque eso iba a cambiar cuando creciera.
Cuatro ranchos más abajo, descalza en las piedras grandes
entre dos latas de agua viene Canilla Poí,
tiene un rumor en la sangre que no la deja vivir,
dice que cuando crezca construirá para su madre
un rancho nuevo y sin hambre, sin el dolor
de las lágrimas que llevan las lavanderas
a tirar en la ribera del viejo río sin fin.
Un largo tren de madera a un costado de las vías.
Ranchos y ranchos y ranchos,
con un capitán de arena
y cien chimeneas torcidas para quemar la miseria
y hacer más linda la vida con el humo del trabajo.
Cuando la tarde se aroma con las flores del crepúsculo…
A mediados de los años 90, canal 12 y la productora Horianski lanzaron Ramos generales, un programa que copó la teleaudiencia. Conducido por un simpatiquísimo Raúl Vergara, el show fue un verdadero suceso. Todos querían estar en él.
Y Ramón Ayala también fue. Allí cantó Los gurises. Y lo interesante es que la excelente realizadora local Ana María Zanotti puso el fondo con filmaciones de la costa posadeña.
Vale la pena recordar ese momento excepcional
Nacido el 20 de marzo de 1927, Ramón Ayala murió la noche del jueves 7 de diciembre en el Sanatorio Güemes.
A fines de los 50 comenzó a hacerse oír su voz y su canto. Y realizó algo que pocos integrantes de la movida folklórica hacía. Mientras la mayoría solo describía paisajes, Ayala incorporaba el paisaje humano a sus canciones.
Así, no extrañó que surgiera un tema como El Mensú donde relataba el drama del trabajo semi esclavizado que existió en Misiones para la cosecha de los yerbales silvestres a inicios del siglo XX y que luego el nombre se trasladó a todos los cosecheros y cortadores de hojas y ramas de la infusión preferida de los argentinos.
Selva, noche, luna
pena en el yerbal.
El silencio vibra en la soledad
y el latir del monte quiebra la quietud
con el canto triste del pobre mensú.
Yerba, verde, yerba
en tu inmensidad
quisiera perderme para descansar
y en tus sombras frescas encontrar la miel
que mitigue el surco del látigo cruel.
¡Neike! ¡Neike!
El grito del capanga va resonando.
¡Neike! ¡Neike!
Fantasma de la noche que no acabó.
Noche mala que camina hacia el alba de la esperanza,
día bueno que forjarán los hombres de corazón.
Ese relato conmovió a los argentinos y sacudió muchos corazones. Ayala se hizo famoso. Vicente volvió a Posadas y ya no se fue pero Ramón iba y volvía. Como su corazón.
Pero claro, su corazón volátil seguía recordando esas noches de calor y romance en Posadas.
Y me fui por la bajada vieja
Donde un día conocí el amor
Y cruce por sus calles de tierra
Con el alma llena de ilusión
Pero solo me esperaba el río
Acariciándome el corazón
Río, río, mío, mío
Dame sueños y dame
Que quiero vivir
Posadeña linda pequeña flor de Mburucuyá
Te llevo en la sangre con tu misterio, tu soledad
Vengo de otras tierra, de otros caminos, de otro lugar
A buscar tu lumbre, tus ojos claros, tu palpitar
Ramón Ayala siempre fue un artista enamoradizo.
Aún octogenario seguía visitando Posadas y participaba de esta fiesta popular en el Anfiteatro Manuel Antonio Ramírez
“Yo lo ayudaba a bajar las escaleras. Con una compañera, una a cada lado lo sosteníamos -recuerda Denise- y mientras lo hacíamos ¡el hombre nos iba diciendo piropos y tratando de seducirnos!
Ese era Ramón.