La historia reciente de la política argentina intentó reivindicar a los revolucionarios guerrilleros de los años 60 y 70 como “una juventud maravillosa”. El relato cruel de un joven que fue partícipe involuntario del ataque al regimiento de Monte Chingolo en pleno gobierno democrático derrumba este mito
Era fines de diciembre de 1975, hace 48 años y los guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) intentaron copar el Batallón de Monte Chingolo. Se trata de una localidad en el sur de Gran Buenos Aires, muy cerca de Lanús. Que iba a ser escenario de una cruenta lucha. De supervivencia, de tener que matar para que no lo maten a uno.
Eduardo Chavanne oriundo de Quilmes hacía su servicio militar obligatorio allí. Aunque había estado tres meses en Córdoba para un curso de paracaidista luego desde abril de 1975 ya estaba en Monte Chingolo muy cerca de su hogar.
¿Qué dice Chavanne cuando llegan las fiestas navideñas? “En esta época del año, cuando se acerca la Navidad, me pongo para la mierda”.
En estos últimos años, muchos argentinos oyeron hablar de la “juventud maravillosa” y los “jóvenes idealistas”.
Hay que aclararlo taxativamente: Es UNA versión de la historia. Por más que los sobrevivientes (que integraban estas bandas) hayan cobrado indemnizaciones del Estado cercanas al cuarto de millón de dólares por haber intentado andar matando a otros connacionales en democracia no se puede señalarlos con esos calificativos únicamente. Tanto Chavanne como muchos más los consideran asesinos de otros argentinos.
Es más, hubo especulaciones acerca de que autoridades del Ejército conocían las intenciones de los guerrilleros de atacar un cuartel. Pero Chavanne es cortante al respecto: “para nosotros era un día normal, por eso tengo la bronca de lo que leo y escucho. Un montón de gente dice que estábamos esperandolos pero comenzamos a disparar 50 metros antes de romper el ingreso. Todas mentiras de un relato que construyeron a raíz de que es un buen negocio ser extremista en este país y hay un gobierno que complace a estos delincuentes”.
Clarito ¿verdad? Este también era un joven idealista que soñaba con volver a su casa, conseguir un trabajo, casarse con su novia, tener hijos. Estar con sus hermanos.
“Rendite, no es con vos”
Pero de repente, estaba luchando por salvar su vida a los tiros. Hubo una frase que quedó grabada en su memoria en medio de un momento de confusión, nervios y miedo: “nos gritaban ‘soldado rendite no es con vos’, lo escuché un par de veces. Hubo momentos en la terrible balacera de ida y vuelta pero hubo un momento de parate de la balacera con silencio de ambos lados y se escuchó ese “soldado rendite no es con vos”. ¿Por qué me iba a rendir si tenía un compañero acribillado al lado mío?”, se preguntó.
Lejos del sentido romántico que se le atribuye a esta idea durante los últimos años, lo que sintió Chavanne fue muy distinto: “es un buen negocio estar del lado de los jóvenes idealistas. Fueron a matarnos, a tomar el batallón, vi como acribillaron a quien dormía al lado mío que no lo dejaron ni levantarse. Después de quedarme en silencio muchos años por mi familia y también por los gobiernos que esconden la mitad de la historia; ahora decidí contarlo”.
El dato que aporta Chavanne es decisivo. El grito de “rendite, no es con vos” también fue utilizado por los Montoneros en su ataque al Regimiento de Infantería de Monte en Formosa dos meses antes. Siempre en democracia. Siempre con víctimas inocentes. Aunque los muchachos idealistas que sobrevivieron o sus sobrevivientes pudieron cobrar esas generosas compensaciones del Estado (sí, leyó bien: 250 mil dólares) los conscriptos muertos por Montoneros como el caso del soldado Luna estuvieron años pidiendo tener algún tipo de compensación. Para ellos, como dicen en esos ambientes de idealismo, “ni un vaso de agua”.
El relato parece formar parte de una película de Spielberg: “Eso fue una guerra. Los muchachos del ERP vinieron vestidos como colimbas y empezaron una batalla. El teniente primero Mazzini, jefe de la compañía de servicio, en un momento donde el operador del Carrier se asustó y no respondía; se subió, dio la orden y se puso al frente de la operación. Fue quien encontró a seis extremistas dentro de la caldera y los acribilló. En ese momento, había que hacerlo porque a nosotros nos vinieron a matar, fueron a robar las armas del Ejército Argentino. Después de eso iban a bajar la bandera argentina e izar la del ERP y matar a todos los que estuvieran ahí adentro. Eso se lo encontraron en un boletín que tenían ellos consigo”, contó.
Así que lo de “rendite no es con vos” era un truco.
“Lo vi al sargento Saravia, que estaba empuñando su pistola, y me dijo: ‘Vamos que se metieron estas mierdas’. Entonces me di vuelta y vi que entra un camión de gaseosas junto a varios coches, que iban para un lado y para el otro. Yo tenía el fusil en la mano, entonces lo agarré fuerte y lo seguí a Saravia. Nos metimos en la cantina, donde estaban muy asustados el cantinero y la señora. Ya se escuchaban los ruidos del combate”.
Y vino el tiroteo: “Adentro estábamos nosotros cuatro más tres soldados. Saravia me repetía ‘tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo…’. Ahí es cuando a uno le aflora la mente y se da cuenta de que todo lo que nos habían enseñado era para algo. Rompí el vidrio de una ventanita y empecé a apuntar. Tenía 125 municiones. No era mucho, si se considera que el fusil, en modo automático, puede acabarlas en poco tiempo”.
Chavanne se salva por milímetros. “Al tercer tiro que doy yo, escucho que una bala me pasa al lado de la cabeza. No me lastimó, pero me rozó la oreja y me desestabilizó. Me senté en el piso, lloriqueé un poco y pensé ‘¿Qué carajo hago acá?’. Pero volví a recomponerme”.
Por la ventana veía a los terroristas. Se movían entre los árboles. Algunos estaban de ropa militar, otros con camisa a cuadros y vaquero.
Saravia nos volvió a arengar: ‘¡vamos, muchachos, vamos!’, gritaba. Bueno, me recuperé y volví a apuntar. En un momento gritan que había que ponerse el pañuelo blanco en el cuello, para diferenciarnos de ellos. Pero ahí ellos hacen lo mismo para generar confusión…
En un momento frenó el fuego. Los guerrilleros nos gritaron a los soldados conscriptos: ‘Ríndanse que con ustedes no es’. Y yo pensé: ‘Hijo de puta… ¿que me rinda? Si viniste a matarme’. Me daba bronca porque pedían que nos rindiéramos, mientras que yo sabía que tenían la orden de matar a todos, bajar la bandera argentina y subir la bandera del ERP. Se iban a llevar 20 toneladas de armas para Tucumán. Ellos, que eran los ‘jóvenes idealistas’, no fueron a hablarnos con la palabra, o con un libro. Seguimos disparando.
El periodista de La Nación se anima a la pregunta difícil.
-¿Mató durante el enfrentamiento?
Sí, maté. No me gusta hablar de eso… Pero si me lo preguntás, sí. Sí, maté. Uno no está preparado para eso. Ni para morir ni para matar. Pero no iba a dejar que me mataran. Llega un momento en el que uno prioriza su vida.
Si el lector quiere ver la otra versión de la historia, puede ingresar al sitio de Horacio Verbitsky (cohete a la luna) y verá cómo este mismo relato está hecho desde el lado del ERP. Todos heroicos, cantando el himno del ERP y perdonando la vida de los colimbas mientras morían en combate… y sus familiares haciendo cola tres décadas después para cobrar una indemnización por haber atacado una institución nacional en épocas democráticas.
Chavanne es concreto: “No sabíamos del ataque. El Ejército tenía informes que en algún lugar iban a intentar copar un regimiento…pero de que iban a ir a Monte Chingolo y nosotros lo sabíamos…¡nada que ver! SI hubiera sabido que eso iba a pasar salía rajando para mi casa…”
Quizá para el final queda uno de los relatos más dramáticos. El detalle cinematográfico que posee vale la pena destacarlo.
La Petisa María, integrante de uno de los grupos de ataque, entró al cuartel en la caja de una camioneta Fiat, que recibió varias ráfagas de ametralladora. Cuando estaba a punto de saltar, un balazo derribó a un compañero que, al caer, la desparramó de nuevo en la caja del vehículo. Cuando pudo pararse de nuevo, se parapetó y comenzó a disparar. “Me puse detrás de la cabina, parada en la caja, y empecé a tirarles. ¡Era un barullo infernal! ¡Un bolonqui!”, le contó muchos años después a Gustavo Plis-Sterenberg, autor de “Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina”.
María – el autor del libro la identifica solo con su nombre de guerra – fue una entre los sobrevivientes del ataque al cuartel. Salvó la vida porque cuando oscureció se subió a un árbol pequeño donde pasó toda la noche.
“Busqué y encontré unos arbolitos, como arbustos, entre la ligustrina. Eran unos arbolitos de como un metro, muy extraños. Tenían el tronco chiquito, arriba la copa caía como un sauce y quedaba un espacio ahí adentro, como una casita. Yo me agarré a uno de esos arbolitos, me metí adentro y me quedé ahí hecha un bollito. Como se me veían las piernas, flexioné las rodillas y me quedé sin moverme, abrazada al arbolito”.
Trepada como un gato que escapa de perros agresivos, la mujer estaba en un arbusto. Y la estaban buscando. Hasta que uno la descubre
Desde allí escuchó cómo fusilaban a algunos de sus compañeros luego de que se hubieran reunido y nunca podrá olvidar al soldado que la descubrió escondida, pero en lugar de obligarla a salir se alejó en silencio, sin delatarla.
Recién al día siguiente logró escapar del cuartel.