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martes, diciembre 3, 2024

“Como decíamos ayer…”

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Volver al aula de una facultad es una experiencia rebosante de energía y conocimiento. Por eso se llama universidad. Experiencia en primera persona en una clase de Lingüística con el profe’ Hugo Amable y sus alumnos

Entré en la Facultad (se llamaba a la sazón, de Ciencias Sociales, a secas) en 1976. Vaya año, dirá alguno. Y, sí. No elegí nacer en esa época pero así fue. Ya entonces quería ser periodista, pero no había nada. Así que opté por Investigación Socio Económica, una carrera que tenía de todo un poco: Antropología, Sociología, Psicología, Psicología Social, Sociología Rural por el lado de las ciencias blandas; Matemáticas, Demografía, Estadística, Economía (sí, también es una ciencia social) como ciencias duras y un par de ensambladoras (Metodología de Ciencias así como Planificación Social y Económica). Adicionalmente, la llegada de la dictadura empujó a los mejores intelectuales de la época a las aulas y así tuve profesores como Leopoldo Bartolomé, Fernando Lockett, Denis Baranger, Leopoldo Sharp, Elías Baracat, Antonio Valcarce, César “Coco” Aguirre, Ana Gorosito, Carlos Semilla, entre tantos.

Varios de ellos integraron una crónica de despedida para el que fue nuestro decano de aquellas duras épocas, el queridísimo y apreciado Víctor René Nicoletti

Después de varios años, se creó al fin la carrera de Periodismo (así era su nombre al inicio). Y entré otra vez.

En el medio, desde 1980 a 1995 ejercí como Jefe de Trabajos Prácticos para las materias Elementos de Lógica y Matemáticas (con los profesores Waldemar Ítalo Cricel y Alina Báez de Bistoletti) y Metodología y Técnicas de la Investigación Social (en un equipo encabezado por Denis Baranger).

En el momento de la clase: profesor Amable, de pie. Al centro parado quien escribió la crónica.

Está bien: admito que no era profesor. Era el que tenía que intentar de llevar las prácticas o aplicación de lo aprendido en la teoría. Pero debo confesar que nunca -pero nunca- en mi vida tuve que estudiar tanto como cuando uno se pone al frente de un aula con estudiantes universitarios.

En estos días de 2024, me llegó la comunicación de Hugo Amable. Entró un mensaje por el whatsapp y como no lo tenía, pensé que era algún detenido en un ignoto penal que intentaba pescar a un desprevenido (o sea, yo). Pero no.

Amable, hijo homónimo del creador de uno de los mejores y más entretenidos libros sobre las formas de hablar en Misiones (“Las figuras del habla misionera”) me invitaba a hablar de ¡eso mismo!

Hugo Amable (hijo)

“La idea es sencilla -me dijo- tener una conversación en Lingüística I, la cátedra que tengo para las carreras de Profesorado y licenciatura en Letras. Como leí tus columnas sobre los misionerismos, creo que puede servir para un coloquio con los alumnos”.

Así, estaba planteada la cuestión. “Podemos referirnos sobre cuestiones del nuestro hablar misionero, comentar a los alumnos; son de segundo año Letras y referirte a tus investigaciones etc”.

La verdad, honestamente, me sentí honrado, por la invitación. No es fácil pararse en el aula ante una veintena de estudiantes universitarios. Más de segundo año. El de primer año, muchas veces, se está preguntando aún: “¿qué hago yo acá? ¿Voy a seguir esta carrera?”. En realidad, muchas veces está en un limbo. Pero el de segundo año, no. Ése ya sabe lo que quiere y va al hueso. Es desafiante.

Siempre me consideré un remador, no un nerd ni menos, un “cerebrito”. Un tipo al que le costó todo. Y que soy un lanzado que va y se tira a la pileta. Después veremos si hay agua, si no está muy fría y cuando deberemos empezar a nadar.

Teniendo en cuenta todo esto, debo decir simplemente que fue una experiencia muy enriquecedora.

Los alumnos mostraron predisposición y atentos, hicieron una devolución continua a las propuestas de temas.Están los que tienen raíces brasileñas (son del Alto Uruguay) y los que vienen por el lado paraguayo (raíces guaraníes) mezclados con los correntinos (“No es el chipá; es LA chipa, amigos”) y las otras mixturas de lenguas extranjeras que solo en el caldero de Misiones se puede cocinar.

Hay que decirlo, hablar de uno y de cómo uno habla no es solo un juego de palabras. Es apasionante. Pero no soy un especialista, apenas un tipo que se anima a tocar de oído en esta orquesta. Y como compartía con la audiencia, “siempre hay que tener el oído bien parado”, para prestar atención a las expresiones locales.

Recién cuando uno se va de Misiones y está en otro lado se da cuenta. “Hay que explicar que pichado no es alguien que se hizo pis encima sino una persona que puede tener esa condición (“Es un pichado, no lo invites porque no acepta las críticas”) o puede ser un estado (“Está pichado porque su equipo favorito perdió”) y que eso se podía parafrasear de alguna manera con el famoso poema “Ser y estar” de Mario Benedetti.

Así, pues, ver cómo se enganchaban los chicos en los temas y las palabras que usamos en Misiones (no es sólo “pichado” ni “argel”) y cómo la lengua se adapta a las nuevas condiciones de su hábitat. “Es verdad, le damos un enfoque de socio-lingüística”, admitió Amable.

Y agregó. “Vamos haciendo un relevamiento de todo lo que se va encontrando en redes, como material que ellos pueden ir recabando. Todos esto, sumado a los efectos de tener también dentro de la cátedra un repositorio así de todo lo que se pueda ir compilando de publicaciones diversas, incluso esos, viste que hay unos flyers con términos o expresiones misioneras, el misionero nos dice, bueno, esto no es para amarillento, todas esas frases”.

Solo queda para agradecer la buena onda tanto del profesor Amable como de sus adscriptas y de los que hacen de Lingüística I una cátedra atrapante.

(Sí, debo admitir: en algún momento pensé en estudiar Letras. Pero no se dio y terminé haciendo Periodismo… Letras para el olvido, diría Borges, pero esa es otra historia).

Y recordar la anécdota atribuida a Fray Luis de León que lo sacaron de la cátedra y lo mandaron en cana. Pasaron varios años y pudo retornar a sus clases.

Y al volver, dijo simplemente: “Como decíamos ayer…”

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