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domingo, febrero 16, 2025

“En una selva oscura”, cantó Dante y buscaba su Tesoro

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En un giro de la historia de la huida de los jesuitas de las misiones y la irrupción de un nuevo personaje en medio del monte cambian las cosas. El padre Tadeus tiene compañía en el Tesoro de los padres

La novela El tesoro de los padres se entrega en forma de folletín semana a semana, un capítulo. El epicentro está en Misiones y alterna momentos del pasado cuando los jesuitas fueron expulsados con hechos de la actualidad

Breve descripción de los capítulos ya publicados
1 – Por los caminos del Señor Tadeus – En 1768 Un jesuita de la Misión
de Santa María va a partir hacia San Ignacio mientras los paulistas que
buscan esclavos se preparan para atacar la Reducción
2 – Territorio pirata – En la actualidad, Zosa Guarencio es un capo de la
marihuana y está enojado con las autoridades argentinas porque “no
cumplen sus pactos”. Y busca realizar una acción vengativa: secuestrar la hija de un Prefecto
3 – La sartén y el fuego – Linda Celeste (17) es la hija del Prefecto que
acaba de ser secuestrada. Primero no toma conciencia de la situación y cree que ha sufrido un accidente mientras iba a la escuela
4 – Integrado y vital – Gilles Bechardié es un camarógrafo de la TV
francesa que tiene la posibilidad de venir a filmar en Sudamérica un
documental sobre las Misiones Jesuíticas. Está entusiasmado porque espera hallar tesoros ocultos

5 – La selva tiene muchos ojos y algunas miradas – Próximo a desatarse la batalla entre los esclavistas portugueses y los habitantes de la misión Santa María, un cura jesuita tiene que partir y lleva una carga valiosa en sus alforjas.

6 – La familia del Prefecto Gómez Cervinho recibe una llamada de los captores de su hija. A nivel de cancillería el caso empieza a trascender pero los medios aún no se han dado por enterados.

7 – Ora pro nobis. Mientras Tadeus Rainert escapa con un grupo de aborígenes de la Misión Santa María y una carga en animales, los mamelucos llegan y atacan. Las batallas son feroces

8 – Capítulo 8: Un descenso húmedo. Gilles Bechardié se anima a ingresar a un túnel-cueva en las ruinas de San Ignacio miní. No sabe lo que puede hallar, pero está dispuesto a todo

Capítulo 9

 “En una selva oscura…”

“Todos lo llamaban el Caballero Negro; nadie supo nunca su verdadero nombre (…) En verdad, era un sembrador de espanto. Su presencia daba color fantástico a las cosas más sencillas (…) Se tumbó en un sillón y continuó en voz más alta:

-No soy un hombre real, con huesos y músculos, generado por hombres. No soy más que la figura de un sueño. Una imagen de Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta: ¡yo soy de la misma sustancia que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña; hay que duerme y suena y me ve obrar y vivir y moverme y en este momento sueño con que digo esto. Cuando empezó a soñarme, empecé a existir: soy el huésped de sus largas fantasías nocturnas, tan intensas que me han hecho visible a los que están despiertos.”

(Giovanni Papini El trágico cotidiano)

Inicios de 1768. En algún lugar del Guayrá.

El padre Tadeus Rainert conocía el camino que tenía que llevarlo a su destino. Pero la salida apremiante desde Santa María donde se cernían oscuras nubes de peligro y la huida posterior para alejarse de una partida de paulistas que buscaban aprehenderlo en medio de una feroz tormenta hizo que terminara perdiéndose. Es más, apenas reconoce estas serranías en los que estuvo ambulando con su carga, mientras le sobrevenía un cansancio infinito y un vahído que terminó tirándolo pesadamente como un saco de papas en el suelo húmedo. Antes de perder el conocimiento, sabía que había podido salvar y proteger su valiosa carga.

Pero el padre Tadeus estaba débil después de varios días de recorrer el monte. No ha comido casi y sólo estuvo bebiendo agua. Y continuamente rezaba, es lo que recuerda ahora que está recobrando lentamente su conocimiento. Todas esas oraciones aprendidas en el convento donde tomó sus votos iban surgiendo con el paso de las horas: el Maitines, el Laudes y las Vísperas. Las horas Prima, Tercia, Sexta, Nona y Completas. Y no había que olvidarse de esa maravillosa oración que era el Ángelus.

Fue un escape en medio de la tormenta y los combates entre sus indios y los paulistas. Avanzó hasta que no pudo más. Habían sido tres días y tres noches casi sin treguas. Sólo bebía agua. Al final, la única que tomaba fue la de la lluvia que –generosa- se derramaba sobre su rostro barbado.

Es lo último que recuerda: un viento espantoso, agua y charcos que lentificaban su avance. La tropilla que no daba más igual que él, la lluvia pegaba de frente y chicoteaba su rostro. Quería hacer una pausa, tomar aire y en ese momento caía al costado de su caballo.

Cuando se despierta, la tormenta amainó. Los caballos y mulas están atados y hay un fuego cálido que invita a acercarse en medio de la espesura del monte.

Un hombre de mediana estatura y cabellos claros y pegados al cráneo está silbando suavemente mientras asa un ave en el fuego. El olor que despide la carne que se cocina no puede ser más atractivo.

Por un instante piensa que está muerto y ya se halla en el Paraíso.

Luego sacude su cabeza y piensa mejor. “No, es el espíritu de Ignacio que me guía y me vino a salvar”.

Pero, a medida que va despertándose, se da cuenta que los espíritus no suele cocinar aves ni atar tropillas. Eso no estaba en ningún libro de la Compañía.

De lo que está seguro es que este hombre (real, espíritu o aparición) es su salvador.

El hombre aunque no muy viejo tiene apoyado en un árbol su bastón. Camina rengueando y sigue silbando suave, casi como un murmullo seductor.

Se da vuelta y lo mira con afecto.

-Bueno, bueno. Parece que alguien se está despertando, eh? ¿Sabe que durmió 36 horas?

El buen curita miraba con asombro a su salvador.

El hombre adoptó una pose más seria y recitó:

 

“A mitad del camino de la vida,

en una selva oscura me encontraba,

porque mi ruta había extraviado”

 

-¿Sabe qué es esto que le estoy declamando…? –preguntó con una sonrisa mientras veía la incógnita que se dibujaba en el rostro de Tadeus-. Escuche esto que sigue:

 

“Cuán dura cosa es decir cuál era

esta salvaje selva, áspera y fuerte,

que me vuelve el temor al pensamiento”

 

Aunque le parecía conocer esos versos, no estaba seguro si se referían a él, o era pura casualidad.

 

“Yo no sé repetir cómo entré en ella

pues tan dormido me hallaba

en el punto que abandoné la senda verdadera”.

 

-Se trata del Dante Alighieri, un gran poeta. Aunque hay que aclarar que yo no soy Virgilio, sino un simple habitante de esta selva. Y que este no es el paraíso ni el infierno, explicó el hombre.

Pero Tadeus seguía tan desconcertado como al comienzo.

-Sí, he leído algo del gran italiano, pero veo que usted conoce al detalle a la obra.

-Oh, no es para tanto… Pero, sí. Me gusta “Il sommo poeta”. Fíjese qué belleza y que atinados son estos versos…

 “Repuesto un poco el cuerpo fatigado,

seguí el camino por la devastada loma,

siempre afirmando el pie de más abajo”.

(“¡Su salvador conocía poesía y de la buena!”).

Esto no podía ser cierto, pensaba Rainert y sin embargo, esta aparición seguía estando allí. La carne continuaba asándose y los animales pastaban en una escena que trasmitía gran paz.

-Es que no entiendo esto. Usted aparece de la nada y me salva, en medio de una tormenta espantosa. Y espera que me recupere, cocina algo y cuida mis animales. Y sin embargo, no sé quién es… -comenzó Rainert.

-Bueno, mira: hoy te he salvado la vida. Es verdad. Tienes como una pequeña deuda conmigo. Pero sé bastante sobre ti. Sobre el ataque a la reducción y tu huida. Estuve viendo gran parte de lo que ocurrió. Y conozco sobre tu carga.

Imagen de la película La Misión de 1986

Rainert oía y no podía comprender esto.

“Hoy te he salvado la vida, de alguna manera. Yo soy el dueño de esta parte del monte. Y creo que me merezco algo de tu carga. He tomado parte de tu tesoro y con él me fabriqué mi vara”, dice el extraño salvador de Tadeus.

-Pero, ¿cómo me conocías a mí y pudiste llegar hasta aquí? –atinó a preguntar Tadeus.

-Es una historia larga y quizá algunas cosas ya las sabías y otras puedo contártelas. Y quizá alguna, ni convenga que lo sepas… Pero ahora, sería un buen momento para probar esta comida… Tú ¿qué dices?

Y sin pensarlo más, sintiendo la urgencia de su estómago desfalleciente, Tadeus asintió y decidió atacar la comida que estaba preparando su flamante amigo del monte. El hambre, el auténtico hambre se imponía por sobre todas las preguntas y sólo quedaba lugar en la boca para ingresar alimentos, no para expeler interrogaciones. Ahora, con ese olor acariciándole las fosas nasales y produciéndole saliva casi sin querer no era tiempo de dudas sino de certezas. Y la única verdad que lo impelía era el deseo de tirar alimentos dentro de su cuerpo. El resto, el buen Dios proveería…

***************

El amigo de Tadeus estuvo mirándolo en silencio, mientras el buen cura atacaba con fruición la comida. Ni quiso explicarle que se trataba de un ave de aspecto fiero y de colores oscuros que no prometía grandes sabores. Igualmente, para Tadeus todo tendría un sabor exquisito dado su extenso ayuno involuntario.

Y así fue.

Era el atardecer de un día con leves brisas del sur que, no obstante, no prometían frío aún, pero sí buenas dosis de humedad. Las plantas selváticas abrían amorosas sus flores a la noche, y lanzaban un suave azahar que perfumaba el ambiente donde los dos hombres estaban sentados. Los bichos hacían redondeles en el aire y bailaban sus danzas en torno a la luz de la fogata que seguía ardiendo, mientras Tadeus y su salvador mantenían un diálogo.

-¿Qué sabes de Santa María? –fue la primera pregunta que realizó el cura.

-No creo que tenga buenas noticias para ti. Santa María no existe más…

-¿Y el padre Balterra? –quiso saber Rainert-

-Nadie pudo sobrevivir a los ataques de las bandeiras paulistas. Pero ellos tampoco se la llevaron fácil. Los muertos fueron en ambos bandos. Pero la reducción fue destruida.

-Oh, no! –fue la lastimera expresión de Rainert quien iba tomando conciencia de su situación. Estaba solo, su reducción no existía más. Su orden había sido expulsada, su amigo de tantos años, Sancho Balterra ya no estaba. Y sin embargo, ante tanta desolación, tenía una misión que cumplir.

-Creo que pronto tendrás que seguir tu camino. ¿A dónde estás yendo?

-Nuestro plan era llevar esta carga a San Ignacio Miní.

-Creo que sería bueno que mañana, al inicio de la jornada, reinicies tu viaje.

-Tú, ¿me acompañarás?

-Si lo deseas…

-¿Por qué te gustan los poetas de Europa y estás en esta selva escondido?

-No estoy escondido, pero es verdad: me gustan los poetas. Y no sólo los de Europa, pero son los que más tuve oportunidad de conocer, antes de venir para aquí.

-Vivías en Europa…?

-Sí. Pero ya casi no recuerdo eso. Sé que acá es todo natural y me gusta. Pero ahora me alegra, estar contigo y dialogar. He conocido una época en que era posible vivir allá. Pero luego los Santos Oficios me terminaron empujando hasta aquí…

-¿Tú no crees en la tarea de los Tribunales de la Inquisición?

-En la mayoría de los casos que estudié y por mi posición pude hacerlo en profundidad, había muchas injusticias y no pocos prejuicios. Se mandaba a las mazamorras y a la hoguera a muchos por cuestiones de dinero, de celos o de bienes materiales. Y no porque hubiera una judaización o se tratara de mujeres que se tornaban brujas. Y entonces, ante la impotencia y ver que se cometían injusticias, decidí abandonar Amsterdam.

-¿Vivías en Holanda?

-Sí, hasta llegué a conocer a amigos y seguidores de Baruch Spinoza, el gran filósofo portugués de origen judío y eso fue lo que apuró mi partida. ¿Quieres que te diga algo? No estoy arrepentido. No desdeño mi fe ni reniego de mis creencias en el buen Dios. Pero algunas cosas que he visto, sé que no estaban bien y como no pude hacer nada para cambiarlas, decidí alejarme de aquello.

-¿No fue un acto de egoísmo y cobardía?

-Pienso que no. No podía luchar contra toda una organización de la Madre Iglesia. Pero si intentaba algo más, tal vez, yo mismo podía terminar como pasto de las hogueras y los fanatismos que iban invadiendo todo en nuestras vidas. Así que, aquí me ves. Podré morir atacado por un animal más grande al que serviré de alimento o podré caer en un desfiladero o –quizá- morirme ahogado en un rio o arroyo. Pero todo eso es porque no hice bien las cosas. Las reglas de la selva son sencillas y si las cumples, todo tiene sentido. Las normas de los hombres, a veces, derivan a destino cargado de sentimientos humanos que se hallan inscriptos en lo que la madre Iglesia denominó los siete pecados capitales. 

Pero hay más cosas que quisiera contarte ya que casi somos los únicos que conocemos sobre Santa María que hoy es un conjunto ruinoso y cargado de leños ardientes.

Durante años, estuve merodeando por el lugar y de hecho, tuve amigos entre los guaraníes. Una de las muchachas generosamente fue mi consuelo y pudimos fructificar…

El cura miraba entornando los ojos y abriendo la mente…

-Entonces… ¿ese pequeño con el pelo más bien claro…? ¿El que es hijo de Celia…?

-Sí, ese es mi hijo. Lo pude salvar del ataque de los paulistas y quiero criarlo conmigo acá en la selva porque llega una época más dura para todos, ¿verdad?

-Sí, amigo. Los integrantes de la Compañía tenemos que partir de América y de todos los lugares en los que moramos. No tenemos destino, ni tampoco congregación. Pero, bueno, esos son los desafíos del Señor. Él tampoco la pasó y fue rechazado por los suyos…

-Hay algunas sutiles diferencias entre los rechazos que sufrieron Jesús y sus seguidores cuando el cristianismo empezó y esto que están haciendo desde la Corona con vosotros –observó el hombre del sombrero.

-Razón no te falta. Pero esta obra, estas misiones ya resultaron un verdadero suceso que desde la Compañía pudimos realizar. Pudimos aglutinar y proteger a los habitantes de estas regiones y traerles el mensaje de Cristo. ¿Sabías que una vez cuando cruzábamos el río, una canoa entró en zozobra y una madre decidió dejarse arrastrar y ser tragada por las aguas porque no podía salvar a su pequeño bebé. En un acto milagroso, ella volvió a flotar con su bebé en brazos sin que nadie se explique hasta hoy cómo era posible que eso ocurriera. Estábamos con el padre Sancho y esa simple acción, impulsada por nuestro Dios permitió que en un solo día varias decenas de indios aceptaran a Dios y ser bautizados en la religión de Jesús. Nuestra obra fue creciendo así, con pequeños milagros. Y luego fueron los propios hermanos guaraníes que aportaban sus talentos. Y así fue construyéndose cada una de estas misiones. No podemos estar arrepentidos. No. Aunque ahora nos ordenen partir y dejar a la buena de Dios, sabemos que hicimos lo correcto. Sabemos que volveremos a estas tierras y nuestra obra perdurará como testimonio de un cristianismo vivido profundamente y con el compromiso en la realización integral de los seres humanos, ¿no lo crees así?

El otro quedó en silencio y pensativo. Como si estuviera digiriendo el discurso de Rainert. Hasta que lanzó un suspiro y dijo:

-Mañana bien temprano seguimos viaje, ¿verdad? Te acompañaré rumbo a San Ignacio pero antes recogeremos al pequeño, ¿sí? Tendremos que descansar porque hay mucho por recorrer…

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