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jueves, noviembre 21, 2024

El Tesoro: aventuras por doquier

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Otra entrega: hay un nuevo capturado por los malvados. Gilles Bechardié emerge ¡al fin! de su túnel pero con malas noticias. Diálogos fuertes

La historia sigue avanzando en forma de folletín. Hay un túnel donde el fotógrafo y camarógrafo francés se ha metido. Ha estado deambulando ahí dentro hasta que al fin percibe algo de luz.

Breve descripción de los capítulos ya publicados
1 – Por los caminos del Señor Tadeus – En 1768 Un jesuita de la Misión
de Santa María va a partir hacia San Ignacio mientras los paulistas que
buscan esclavos se preparan para atacar la Reducción
2 – Territorio pirata – En la actualidad, Zosa Guarencio es un capo de la
marihuana y está enojado con las autoridades argentinas porque “no
cumplen sus pactos”. Y busca realizar una acción vengativa: secuestrar la hija de un Prefecto
3 – La sartén y el fuego – Linda Celeste (17) es la hija del Prefecto que
acaba de ser secuestrada. Primero no toma conciencia de la situación y cree que ha sufrido un accidente mientras iba a la escuela
4 – Integrado y vital – Gilles Bechardié es un camarógrafo de la TV
francesa que tiene la posibilidad de venir a filmar en Sudamérica un
documental sobre las Misiones Jesuíticas. Está entusiasmado porque espera hallar tesoros ocultos

5 – La selva tiene muchos ojos y algunas miradas – Próximo a desatarse la batalla entre los esclavistas portugueses y los habitantes de la misión Santa María, un cura jesuita tiene que partir y lleva una carga valiosa en sus alforjas.

6 – La familia del Prefecto Gómez Cervinho recibe una llamada de los captores de su hija. A nivel de cancillería el caso empieza a trascender pero los medios aún no se han dado por enterados.

7 – Ora pro nobis. Mientras Tadeus Rainert escapa con un grupo de aborígenes de la Misión Santa María y una carga en animales, los mamelucos llegan y atacan. Las batallas son feroces

8 – Un descenso húmedo. Gilles Bechardié se anima a ingresar a un túnel-cueva en las ruinas de San Ignacio miní. No sabe lo que puede hallar, pero está dispuesto a todo

9 – El padre Tadeus Rainert es rescatado en su huida de los mamelucos por un vigía de la selva. Están en medio del monte pero terminan hablando del Dante

10 – Los señores poderosos. Los captores de Linda Celeste reciben la instrucción de no cruzar el río con su rehén. Deberán quedarse en una guarida cerca del arroyo Yabebirí. Gilles tiene miedo de perderse dentro del túnel en el que se metió… hasta que ve una luz.

11 – Una situación complicada. Los servicios de información y sedes diplomáticas mueven sus hilos en silencio, mientras a nivel de medios las radios paraguayas empiezan a dar cuenta de la desaparición de la joven posadeña. Soza Guarancio se pone en alerta.

Capítulo 12

Una visita inesperada

“De niño, siempre soñaba con ser un aventurero que se embarcaba con su velero por diversos mares del mundo y vivía increíbles peripecias”

Gilles Bechardié

Actualidad.

Gilles sigue avanzando.

No quiere mirar su reloj para no ponerse nervioso. Sabe que han pasado al menos dos horas y media pero prefiere no asustarse, ni mucho menos en volver para atrás. “Si alguien cavó esto, y luego lo calzó para impedir derrumbes y lo fue haciendo en forma meticulosa, algún motivo tendría. Y este pasadizo a algún lugar lleva. No puede ser que sólo sirva para desagote de las riadas como me dijeron. Estoy seguro, que algo más habrá”, era su tenaz razonamiento que lo impelía a continuar. Y así, tozudamente, seguía avanzando. Aunque de a ratos, el lugar parecía tornarse cerrado y que las lianas y arbustos le iban a impedir seguir su marcha. En un punto se sentó a descansar un momento, pero luego de un instante, reflexionó, se dio ánimos a sí mismo y retomó la marcha. El túnel de a ratos, parecía que iba achicándose. “Oh, no –pensó-. Espero que no termine aquí y que deba volver al inició. No lo toleraré….

En ese punto, creyó ver un chispazo de luz a su izquierda. Era un punto en que apenas podía avanzar y ya se deslizaba en forma “de perrito”, gateando.“¡Allá hay algo!”, se dijo e hizo un esfuerzo para apurar la marcha. Ahora, veía que la claridad crecía y hasta empezaba a oír los pájaros piar. La vida volvía a él (o a la inversa). Había estado enterrado vivo y ahora –cual Lázaro- estaba en la instancia de “Levántate y anda”.“Sí, hay muchas malezas, pero es la salida!”, pensó sin analizar que eso significaba de alguna manera una derrota a su previsión de hallar un tesoro escondido. Apenas, estaba hallando el agujero de salida de un hoyo en el que él, por su absoluta voluntad, se había metido. Apartando las densas malezas que taponaban de una manera perfecta la salida del túnel de los jesuitas, pudo –no sin alegría- ver la luz del sol, el reflejo centelleante del agua del río que brillaba en la tarde misionera. Y, vaya sorpresa, apenas pudo ponerse de pie y sacarse los restos de vegetación que lo cubrían casi por entero, vio algo más.

Eran tres hombres de aspecto ceñudo que avanzaban hacia él. Y lo más extraño, traían casi a la rastra a una joven que tenia atadas sus manos y una venda sobre su boca y otra sobre sus ojos. Gilles no pudo hacer nada. Ya los tenía encima de él, cuando los otros se acercaron, lo apuntaron con armas y se dio cuenta, tarde, que él también quedaba capturado y pasaba a ser un rehén metido en la lucha de los narcos contra las autoridades…

Así las cosas, en San Ignacio, tras las últimas indicaciones, los tres captores cruzan un curso de agua y terminan encerrando en una pequeña construcción a los dos jóvenes. Mientras vadean el curso –más tarde sabrán que se trataba del arroyo Yabebirí- van tirados en el fondo de la lancha a motor.

Los secuestradores no hablan entre ellos. Cuando llegan, bajan a ambos jóvenes y los dejan en una pequeña habitación y recuperan su vista: les quitan la venda que les tapaba los ojos. Linda Celeste mira extrañada al joven francés maniatado junto a ella. Pero a la vez, lo mira intensamente.

En un momento, piensa, tal vez con ingenuidad, que no está sola en esta aventura y que este hombre que está allí junto a ella y en las mismas condiciones tal vez pueda ayudarla. Y que ambos puedan llevar adelante una salida o un escape.

Entra uno de los secuestradores, los mira fijamente y echa un vistazo a la joven y luego al francés. Pero no dice nada. Les quita las vendas que tapan sus bocas y luego les agua en unas botellitas de plástico.

-¿Querés tomar?, le pregunta a la joven que asiente y abre la boca, mientras el líquido fluye hacia su garganta.

El secuestrador repite el gesto con Gilles que intenta hablar, pero se da cuenta que por ahora, mantener la boca cerrada le dará más datos para configurar su nueva situación.

El francés mira cuando la muchacha va bebiendo y admira su la firmeza de sus rasgos. La juventud a flor de piel, esa piel clara (que se adivina en el cuello o en algunas partes de su frente donde el cabello impidió ingresar los rayos del sol) pero tostada por el sol y la firmeza de sus brazos y pantorrillas: todo en ella exuda vitalidad. Y también seguridad. Desearía ser como ella, pero él tiene temores y no entiende qué está pasando. Por eso la mira y ella trata de tranquilizarlo al devolverle un vistazo afectuoso. Son demasiadas emociones, se consuela íntimamente.

Primero, estar enterrado vivo a varios metros bajo la tierra por socavones musgosos donde nadie pasaba hacía muchos años. Y ahora, retenido por un grupo de delincuentes para los que no tiene ningún valor. Y que por eso mismo, puedan prescindir de él en cualquier momento.

El secuestrador, uno de los paraguayos, examina las ataduras tanto en las muñecas (inmovilizadas por atrás) como en las piernas y confirma que están bien sujetas y que no hay posibilidades de que se suelten. Luego, siempre en silencio, revisa los bolsillos de Gilles hasta encontrar sus documentos. Los toma, los mira y se los lleva consigo mientras va mirando igual que un mono mira una fruta extraña que no sabe si probarla o no.

El francés quiere preguntar algo, pero se detiene. Linda le hace gestos de que lo deje ir.

Así con lentitud, irán pasando las horas de ese día tan cargado. Linda Celeste tratará de pensar en algo agradable mientras Gilles no deja de admirar el porte y la fortaleza de la muchacha.

En Posadas, el Prefecto Gómez Cervinho recibe una llamada internacional que durará unos segundos.

-Escuchame, vos, falluto. Te secuestramos tu hija porque nos fallaste a nosotros… -Pero, pero… -intenta argüir Gómez Cervinho.

-Cállese, le ordena la voz-. Cierre esa boca: Ahora tu hija corre peligro de caer en las redes de prostitutas que tenemos. Así que andá preparándote. Vos y tu gente nos falló. Así pagamos con los que nos juegan sucio. ¿Entendiste?

Al colgar, Zosa Guarancio tenía una sonrisa misteriosa pintada en el rostro. “Ahora, los tengo en mis manos. Ahora son míos. Los voy a curar por el espanto”, pensaba mientras trataba de comunicarse con su gente al otro lado del río.

Su idea de no cruzar la chica por el río fue genial –se felicitaba a sí mismo- y con ellos las pistas de los argentinos y los paraguayos que se largaran a buscarlos estarían todas desorientadas. No los iban a encontrar así nomás. Y mientras, él negociaría todo tipo de condiciones favorables.

“A ver (pensaba, enumeraba, se ilusionaba) voy a pedir que echen al Prefecto de la zona Alto Paraná, que nos molesta siempre. Y lo mismo con los que están de este lado del río. Y que nos dejen zonas liberadas en determinados días. Sí, señor”.

En ese momento, recibe una llamada desde la Argentina. Son los secuestradores.

-Jefe: hay novedades. Fuimos por una y tenemos dos. Así que hacemos el dos por uno…

-De qué me estás hablando, ¡aclárame ya! –lo urgió.

-Nada, jefe. Resulta que cuando llevábamos a la chica a la casa donde estamos ahora, se nos apareció de la nada un tipo extraño con ropa tipo explorador y una linternita… ¿Cómo…? Sí, en el medio de la selva. No se nos ocurrió otra cosa que traerlo con nosotros…¿Eh? No, no sabemos quién es… Pero acá tenemos el documento de él… A ver, lo estoy mirando… Y, no… No hablamos ni le explicamos nada. Lo poco que dijo parece que habla extraño. Como que no fuera de acá…Zosa Guarancio estaba aturdido por la novedad pero no quiso dejar traslucir desconcierto.

-¿Cómo se llama el el tipo?

Y del otro lado de la línea, hubo un instante de silencio…

-‘Ji’ –titubeaba al deletrear- lles Be…char…dié. Qué nombre raro, jefe, ¿no? … Eh? Es una cédula extraña. Dice, a ver, le leo despacito “Re…pu…bli..que, ah, eso quiere decir ‘República’, ¿verdad? Republique Franca- ise”… Republica de Francaise. (Lo decía separando “Franca” de “íse” y acentuando la í) ¿De dónde será eso, jefe? Y después dice: Carte Na…tio…nale luego viene una De y un palito arriba y después dice “Iden tité…”. Y después Nacionalité Franca-íse. Pero tiene una “ce” rara, jefe. Con una colita abajo…

En ese momento, el porteño tomó el cartón con varias tonalidades en azul y miró atentamente. Le hizo un gesto al socio y le pidió que le pasara el teléfono móvil.

-¿Jefe? Me parece que tenemos de rehén a un tipo de Francia…Quizá usted pueda negociar mejor todavía, eh…

Ilustraciones de Freepik

Luego de cortar, el porteño se puso a divagar mientras abrían unos paquetes de comida comprados en un supermercado antes de venir para este lugar. Sólo beberían un poco de agua.

Se los notaba cansados a los tres. Uno de ellos se acercó hasta el umbral que los separaba de la habitación donde estaban Gilles y Linda Celeste. Entreabrió la puerta y observó a los jóvenes maniatados y verificó que todo estaba bien.

Al volver, en voz relativamente baja, el que tenía un ataque de verborragia era el porteño.

-…. En definitiva, te hago (y dándose cuenta que el otro se incorporaba a la ronda) les hago una pregunta que quizá ustedes sepan responder.

Los otros dos lo miraron como diciendo: ¿A estas alturas nos venís con juegos de preguntas y respuestas?

-¿Dónde está el mayor productor de drogas del mundo?

Los otros dos se miraron y tenían sendos signos de pregunta dibujados sobre sus cabezas.

-¿…En Colombia? –se animó el primero, al que le faltaban un par de dientes.

-No –respondió escueto el otro.

-¿México, tal vez o Bolivia? –arriesgó el otro.

Y mientras oscilaba su cabeza de un lado para otro, y daba a entender que estaban errando, el porteño se llevó su dedo índice a la mente y se señaló.

-Acá, muchachos. El gran productor, el mayor productor de drogas del mundo  está dentro nuestro. Es nuestro cerebro que produce todo el día drogas para estimularnos. ¿Sabían eso?

-Vos nos estás macaneando, eso es lo que sabemos.

-No, en serio. Fíjense, ustedes oyeron que cuando comemos algo rico, el cerebro manda señales de placer. ¿Qué te gusta a vos? ¿Algo dulce?

-Sí, el dulce de guayaba que hacía mi mamá me gustaba mucho…

-Bueno, ahí tenés. Cuando comés o comías ese postre, tu cerebro producía drogas que enviaban señales químicas a tu organismo para que se sintiera bien. Y decime: ¿cuándo terminabas de comer el postre de tu mamá, no tenías ganas de volver a comer, o sea, seguir comiendo?

-Pero, ¡claro, chamigo!

-Bueno, ahí ves, era tu cerebro que producía la droga y también el deseo de seguir consumiendo. Hay gente que le pasa eso con el chocolate por ejemplo. O a vos (lo mira al otro) cuando te mandás un buen polvo, ¿cómo te sentís?

-Y, muy bien, muy aliviado.

-Bueno, ahí tenés, es tu cerebro que está produciendo una droga para hacerte sentir bien. Se llama oxitocina. Por eso querés llevarte una mujer a la cama. Porque te va a dar placer. Y cuando terminás de hacer el amor, ¿qué sentís..?

-Y, una fiaca terrible…

-¡Exacto! Es el cerebro que está soltando melatonina, así como antes cuando terminaste de hacer el amor, soltó dopamina o también oxitocina. ¿Qué te parece, viejo?

-Y cómo vos sabés todo eso? -quiso saber uno.

-Y… yo era bueno en Química orgánica, siempre.

-Ahhh! -señalaron al unísono los dos…como si entendieran.

-Pero hay más, muchachos…

-¿Más? –preguntó el desdentado un tanto escéptico y muy cansado.

-Sí. A nosotros nos persiguen porque vendemos una droga como la marihuana. Pero a ver, ¿díganme por qué no persiguen al cerebro que todos los días en todo el mundo, por qué, eh…?

Aunque era una forma retórica de afirmar algo en forma de pregunta, los otros dos estaban muy agotados para seguir pensado en ese tipo de cuestiones. Y los tres quedaron callados de golpe.

Sí, había sido un día largo y la adrenalina que habían soltado ahora, les estaba pasando factura.

* * * * * * * * * * *

-¿Quién sos? –pregunta con una voz suave y tratando de que el otro lo entienda, Linda Celeste.

-Mi nombre es Gilles Bechardié y soy fotógrafo y camarógrafo. Estamos filmando para la televisión francesa en San Ignacio y otros lugares… -dice Gilles y agradece que su castellano esté bastante pulido, tanto como para que la joven lo entienda.

-Ah. ¿Qué tal? Yo soy Linda Celeste y soy estudiante en Posadas.

-Sí, dice él, eres Linda, pues sí, ya lo creo… -señala él con una sonrisa en su boca.

Ella capta el intento de piropo y lo urge a más datos.

-¿Por qué creés que estás aquí? –le inquiere

-No sé. No estoy seguro. Pero creo que es porque me crucé con vosotros cuando te llevaban hacia el río…. Me vieron, yo los vi, estábamos cerca y ahí decidieron que tenía que venir con ustedes… Y dime, a ti, ¿por qué te tienen así?

-Bueno –susurró Linda Celeste- es quizá por la actividad de mi padre…

-Ahhh –dijo él haciendo como que entendía-. ¿Y tu padre a qué se dedica? ¿Es un empresario, un hombre de negocios con muchos millones, tal vez? ¿Van a pedir dinero por tu rescate?

-No. Nada que ver. Él no es empresario. Es que yo no lo sé. No me han hablado todavía. ¿Y a vos, te dijeron algo?

-No. Nada. Supongo que mañana ya sabremos qué podemos esperar de todo esto. Oye, ¿sabías que yo había bajado a un túnel de los Jesuitas buscando los tesoros y fue allí cuando salí que me encontré contigo y tus captores?

-¿En serio? –preguntó ella con escepticismo-. ¿Tesoros, túneles? No sé de qué me estás hablando…

-Es una historia antigua que decía que donde estuvieron los Jesuitas quedaron enterrados tesoros porque ellos fueron expulsados. Y yo quería probar si eran ciertos o no. Por ahora, mi búsqueda fue negativa. Pero me gustaría mostrarte dónde están esos lugares y ver qué opinas.

-Oh, es raro todo esto, ¿no creés? –dijo ella-. Somos dos perfectos extraños que estamos hablando en una cabaña que no tenemos idea dónde está. A mí, mis padres me están buscando y estoy segura que ya saben lo que me pasó y a vos, bueno, no sé si alguien sospechará qué te pudo haber ocurrido.

-¡Es verdad! Pero igual, tengo confianza que me vendrán a ayudar la gente de la TV francesa o quizá alguien de la embajada. O tal vez, haya un consulado francés por aquí. Alguien que piense en mí, ¿no crees? (Se queda dubitativo un instante, y continúa): Oye, ¿hay consulado francés en Posadas?

-Oh, no lo sé. Lo que conozco es la Alianza donde dan clases de francés. Por lo pronto, esta gente es muy reservada y no quiere adelantarnos nada, de qué piensan hacer con nosotros…

-Mmmhm, es verdad –masculló Gilles que aún en lo desesperante de su situación, admiraba cada vez más a esta joven que estaba en peor situación que él, pero que no se quejaba.

Iban pasando las horas y los jóvenes no recibían señales de sus secuestradores. No les acercaban alimentos ni bebidas. Todo era silencio. Era evidente que los tres hombres salían a un patio trasero amplio y estaban hablando por teléfono con alguien.

Con el transcurrir de las horas, la noche fue llegando y los sonidos selváticos volvían a aparecer en la naturaleza misionera. Esa misma que había transitado el padre Balterra con sus queridos indios y que había cabalgado el padre Rainert junto a su amigo tantos años atrás.

Ahora, ambos apoyados uno contra otro (“oh, qué bien que huele esta muchacha”, pensaba el francés mientras ella admiraba ese rostro de rasgos con esa nariz grande y que marcaba la personalidad de Gilles), trataban de dormir mientras daban cabeceadas.

El cansancio estaba pudiendo más que el miedo, el hambre y la sed.

Solo algunos grillos hacían sentir sus violines mientras la noche estrellada peinaba con su luz lunar tenue los rasgos verdosos del bosque que rodeaban a la cabaña donde estaban Linda Celeste y Gilles.

En otra habitación, los tres hombres trataban de mantenerse despiertos y hacer las guardias sucesivas pero las emociones del día y el hecho de que lo habían empezado bien temprano en la madrugada comenzaba a hacer estragos en la resistencia de los tres delincuentes. Uno a uno, ellos fueron quedándose profundamente dormidos para las seis de la mañana.

También los dos jóvenes (la posadeña y el francés) estaban absorbidos por el dios Morpheus cuando lenta e imperceptiblemente la ventana tapiada de su pequeño habitáculo empezó a ceder. El foco de 25 wats apenas permitía ver, pero resultaba evidente que algo pasaba.

Hasta los grillos hacían silencio y eso ponía en evidencia el avance del trabajo que estaban realizando desde afuera.

En un momento, la presión externa pudo vencer la resistencia de los materiales y una mano traspasó la zona del ventanuco. Inmediatamente, asomó un rostro.

Era un hombre mayor de pelo blancuzco y escaso con ojos vivarachos que miraba atentamente la escena.

Se movía con agilidad pese a su edad. Lentamente fue pasando primero una pierna luego medio torso, un brazo, el otro, la otra pierna y finalmente estuvo en cuerpo entero en la habitación donde aún Linda ni Gilles se habían despertado.

Con mucho sigilo se fue acercando a los jóvenes.

No les habló. Se paró frente a ellos, y desembarcó una sonrisa en su rostro.

Él los iba a liberar. Sí, señor.

Esta era su tarea. Salvarlos. “Estos malditos narcos sólo hacían maldades y ahora querían secuestrar estos dos jóvenes. Él no lo iba a permitir”.

Primero tocó un hombro y luego con suavidad zamarreó al francés. Era evidente que Gilles tenía un sueño pesado porque mientras esto ocurría, Linda Celeste comenzó a moverse y abrir sus ojos, y vio no sin sorpresa la escena: un hombre mayor con un bastón en su mano que intentaba reanimar a su flamante socio en la desgracia

El hombre se percató de la situación, giró levemente el torso y llevó a sus labios el dedo índice parado, en el gesto universal de silencio…

-¡Qué merd…! –comenzó a protestar Gilles, cuando el hombre se volvió hacia él y repitió los suaves sacudones.

El joven francés abrió grandes sus ojos y entendió aun dentro del soponcio del cansancio, el despertar no deseado y su mal dormir que algo estaba pasando. Y que podía ser bueno para él.

Se quedó callado y observó que Linda Celeste lo miraba con intensidad y le lanzaba una leve sonrisa de asentimiento al ver que él captaba la nueva situación. Podía haber alguien que les estuviera dando una mano.

El hombre mayor se movió con agilidad buscando cómo cortar las riendas que los mantenía atados. Empezó con la joven y en pocos minutos, con la ayuda de su bastón que tenía un lado metálico fue realizando cortes sucesivos en la tela plástica que sujetaba las muñecas y los tobillos. Al rato, ella ya estaba liberada. Luego siguió con Gilles.

El hombre le hizo señas a Linda Celeste para que lo ayudara a desanudar algunas ligaduras. El esfuerzo, la poca luz y la ansiedad se confabulaban para frustrar los intentos una y otra vez, hasta que, finalmente los cabos estaban sueltos.

Ambos jóvenes se masajearon las muñecas y el hombre los fue llevando al ventanuco forzado. Indicó a Linda Celeste que fuera la primera en salir.

La joven realizó el mismo procedimiento que él cuando ingresara. Es que el hombre hizo una pantomima en la habitación en penumbras para que ella entendiera. Extendía un brazo, la cabeza, se paraba sobre una pierna alzaba la otra en dirección a la abertura, iba pasando luego el torso, la otra pierna y finalmente el brazo. Así, parte por parte iba logrando escabullirse.

El problema fue Gilles. El joven francés no era tan delgado como la chica.

Cuando apenas logró franquear la cabeza vio que una parte de la cara parecía atascarse. Gilles bufaba, hacía fuerza, su rostro enrojecía… pero nada.

El hombre hizo fuerzas con sus dos brazos tratando de hacer un espacio mayor para que el joven pudiera deslizarse. Pero no había caso. En ese punto, fue Linda Celeste que desde afuera logró zanjar el mal momento: Empezó a tirar con fuerza de la cabeza y de un hombro, mientras se apoyaba con un pie contra la pared de la casa para poder hacer el estribado.

-Hey, vous êtes en tirant la tête –dijo con suavidad el francés muy tentado de reírse con la situación.

La joven tenía sus manos tomando su mentón con firmeza mientras miraba los ojos claros de Gilles.

“Dios, pensó en un instante, tienen tonalidades verdosas y celestes por partes iguales”. Y seguía haciendo fuerza mientras también se tentaba por la situación. Tenía ganas de reír a carcajadas. Pero no podía. No debía. Y tironeaba del pelo y el mentón del francés en partes iguales y más tentada estaba.

Y el otro que no ayudaba porque también se veía divertido por la situación. Su cara roja denotaba el esfuerzo y su rostro se desencajaba de a ratos, un poco por el esfuerzo y un poco por la tentación de reírse.

El único compenetrado con la acción era el hombre mayor. Para los dos jóvenes, todo parecía una broma. Y él no estaba jugando.
Y esos hombres del otro lado de la pared, tampoco.

Luego de forcejear un buen rato, el francés embutido en la pared fue saliendo. Era como un parto seco, un nacimiento difícil, Esos bebés que se atascan y comienzan a dificultar sus vidas y la de las madres. No era una comparación feliz, pensó el hombre mayor pero era la que se le ocurría.

Hasta que al fin, Gilles pudo salir.

Luego volvió el turno para el salvador.

Como había un desnivel (afuera estaba un poco más bajo y para entrar había usado un pequeño tronco) le costó la salida. Pero pudo lograrlo. Era evidente que estaba en buen estado físico porque resultaba que joven no era.

Ya el sol estaba saliendo y el río Paraná devolvía sus primeros destellos mañaneros.
Los jóvenes tomaron aire, respiraron fuerte y se lanzaron al camino.

El hombre les iba indicando hacia donde tenían que ir.

Aunque había un camino, casi un trillo, él prefirió guiarlos por otra ruta.

Y así fueron descendiendo. Se acercaban al arroyo Yabebirí.

La ventaja era que los captores aún no se habían despertado y cada instante que pasaba se estaban alejando del encierro. Esa certeza solamente les llenaba el corazón de alegría. No sentían el fresco de la mañana ni el hambre que golpeaba fuerte. De a ratos, los retortijones del estómago del francés producían una sonrisa de complicidad en los otros dos.

En un momento, Gilles pisó mal (él diría más adelante, mientras recordaba el hecho junto a Linda que era la humedad de la ‘matina’ –a veces, metía italianismos, Gilles en su castellano-) y se dio un resbalón que terminó por estrellarse y caer sentado sobre la hierba fresca produciendo un efecto una gracia en la muchacha que lanzó una carcajada que tampoco pudo ser reprimida por el hombre mayor.

El francés intentó mostrar dignidad, se levantó, intentó limpiarse la parte trasera de su jean, pero no pudo evitar la sonrisa pícara de la joven. Hasta que él dejó escapar  también una mueca de gracia.

¡Estaban libres!

-¡Por allá! –les señaló el hombre del bastón (que se había puesto un gran sombrero que había dejado afuera cuando entró a rescatarlos. Y señaló en la orilla una moto de agua.

Los jóvenes se lanzaron a buscar desesperadamente la llave de encendido. “Es igual que las llaves de la casa. Siempre la esconden… ¡¡¡acá!!!!”, dijo ella y alzó victoriosa la llave de encendido que estaba bajo la alfombra del vehículo acuático que se balanceaba levemente.

Un solo intento de encendido y el motor de la moto arrancó.

Cuando el motor hizo sus primeras explosiones tomaron conciencia de que su ventaja terminaba y que los delincuentes se darían cuenta de la huida. Y con Gilles manejando la moto y Linda Celeste bien tomada de sus hombros se lanzaron a cruzar el arroyo gigante que hay en cercanías de San Ignacio.

El gran peñón del Teyú Cuaré se alzaba frente a su vista pero ellos no tuvieron tiempo de admirar la majestuosidad de la maravilla natural. Sólo se daban cuenta que los secuestradores ya corrían hacia ellos.

Tenían ventaja de algunos minutos.

Ellos pensaban que iba a ser suficiente.

Cuando los secuestradores se acercan a buscar la lancha con el motor tienen una desagradable sorpresa. El hombre del bastón ya dio los arranques y la explosión del motor les da mala espina. La pequeña embarcación está girando sobre sí misma y encarando para seguir a los jóvenes que ya avanzan prestos cortando las olas del arroyo y se dirigen a la otra orilla.

Esta última movida dejó inmóviles a los secuestradores que deberán buscar algún otro medio para intentar recapturarlos.

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