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viernes, septiembre 6, 2024

Aventuras en el Yabebirí

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Los jóvenes Gilles y Linda Celeste han logrado escapar. Ahora llega lo más difícil: poner distancia entre ellos y sus captores. Pero cuentan con el hombre del sombrero para la huida

Actualidad

Linda Celeste soñó que iba en bicicleta con Lelian su amiga. De repente ella no estaba más. Y ya no estaba más trepada en la bicicleta sino que volaba, pero a baja altura. Los autos pasaban cerca de ella y la rozaban. Cuando estaba por chocar contra un camión de frente… pum… se despertó…

Cuando todo hubiera pasado, Linda y Gilles recordarían ese momento como inolvidable. Ése. Esa jornada con la mañana recién despuntando el día. Con ese sol que pegaba sobre el Yabebirí y que el viento les iba dando en las caras. Ese momento eterno. Cuando el hambre, la sed, el miedo, la ansiedad, la incertidumbre por lo que podía pasarles, todo, quedaba atrás igual que sus perseguidores. Eran solo ellos dos. Y el viento que pegaba en sus rostros. “Era como que el futuro nos venía a abrir sus puertas, que venía a saludarnos y decirnos: ‘son bienvenidos a mi reino’”, diría pensativo Gilles y Linda Celeste le tomaría una mano y lo miraría intensamente –como sólo ella podía hacerlo- y asentiría. “Es verdad. Fue un momento inolvidable. Con nuestro salvador yendo en la otra lancha y vos y yo juntos, sobre el arroyo, mirando hacia adelante, para escaparnos, para ir hacia la vida que nos estaba esperando, ¿verdad Gilles?”. Y él confirmaba todo lo dicho con una gran sonrisa mientras preparaba el trípode para tomarle algunas fotografías. Porque ella “siempre salía bien”.

Pero eso sería mucho más adelante. Ahora, apenas estaban escapándose.

Cruzaron el río y el hombre del sombrero los buscó para guiarlos. Se metieron en la selva y al rato, se hallaban frente al lugar donde Gilles había emergido.

-Deben volver a las ruinas –les urgió el hombre del bastón y el sombrero.

-Pero, ¿quién es usted? ¿Por qué hace esto? –quiso saber Gilles.

-Ah, eso es lo de menos.

-¿Cómo se llama, al menos? –intentó Linda Celeste.

-Pueden llamarme como los lugareños, el Yasy. Pero es puro cuento, eh –dijo él hombre con una sonrisa enigmática-. Vean, nos encontraremos en las Ruinas de San Ignacio. Ahí frente al portal principal. ¿De acuerdo? Tengo un vehículo allá y podré llevarlos para mostrarles algunas cosas más, ¿de acuerdo? Así que ¿se animan a ir de vuelta por este hoyo?

Gilles tomó valor y le dijo que sí con la cabeza.

-Si lo pude hacer de ida, también lo haré de vuelta.

-Es seguro. Yo lo conozco y no les va a pasar nada. Sólo tendrán que ir para arriba, y en cada encrucijada, doblar a la derecha. ¿De acuerdo?

-A la derecha –dijo Gilles como recordándose a sí mismo la consigna-. De acuerdo. ¿Vamos, Linda…?

La muchacha no estaba tan entusiasmada por ingresar al túnel de los Jesuitas.

El hombre mayor insistió.

-Esta gente que los raptó tiene recursos. Enseguida estarán detrás de vuestras pisadas. Este acceso es desconocido y de últimas, aunque lo encontraran, no sé si se animarán a ingresar. Pero deben huir enseguida porque ellos estarán pisándoles los talones.

Gilles apartó la densa y húmeda compuerta vegetal que cubría la salida del túnel y se metió gateando. Linda Celeste, lanzando un gemido de resignación, lo siguió imitando el andar del joven francés.

La oscuridad brutal aturdió a la joven.

-Gilles… -dijo

-¿Qué, Linda…?

-Está oscuro… tengo miedo.

-Tú sígueme. Vas a ver que iremos subiendo y … ¡ay!

-¿Qué pasó, qué pasó? –urgió ella.

-Nada, creo que aplasté con mi mano una sustancia gel. Ah, aquí está. Es una… ¿cómo dicen acá por esto? –se inclinó y con la luz del teléfono celular de Linda proyectó un haz.

-Ah, sí. Una babosa. Ba-bo-sa-… Es como un caracol, pero que no posee caparazón, un caracol sin casa, ¿entiendes Gilles?

-Ja-ja. Un caracol proletario –se rió de su propio chiste el francés.

Ella no entendió, pero estaba contenta que increíblemente los captores no la hubieran revisado más a fondo y hallado su teléfono celular escondido entre la media tipo zoquete y su pantorrilla. Ahora era la única linterna que los iba guiando por este agujero pequeño y atormentador. Claro, que más difícil era estar en manos de esos secuestradores. Y de ellos, se habían librado. Así que, qué más daba. También tenían que librarse de este nuevo desafío.

*  * * * * * * * * * *

En alguna parte del departamento de Itapúa la noche anterior, los grupos de trabajo de Zosa Guarancio iban llegando. Habían sido convocados y había que cumplir.

Las órdenes no se discutían.

Era un grupo importante que se movía con mucha libertad por las regiones productoras de marihuana y que poseía una extensa red solidificada a base de miedo, poderío y armas. Eran los “soldados de Zosita”, como solían identificarse.

-Hey, jefe. Aquí estamos listos para lo que guste mandar.

Luego de pasar por Ciudad del Este, los maleantes llegaban munidos de las mejores armas fabricadas en el mundo. Uzis, Kalasnikovs y tantas otras que permitían equipararse a cualquier ejército del primer mundo.

Sólo haría falta que Zosa les dijera para qué estaban ahí.

-Los he reunido porque debemos tomar algunas acciones en la zona del Sur. Y por eso están acá. Les informo que ayer secuestramos la hija de un Prefecto…

-¿De cuál, jefe? –interrumpió uno de los más bajitos, con pelo hirsuto y al que le faltaban dos dientes de abajo.

-¡Callate, enano! El jefe está hablando y no necesita que lo interrumpas –le gritó uno con cara de matón y al que llamaban “Copetón colí” porque las malas lenguas afirmaban que había perdido una parte del pene en una pelea y otros, simplemente que se había bautizado por el rito de Jesús.

-¿A mí vos me estás hablando? –contestó el pequeñín que como toda persona de corta estatura andaba por la vida tratando de pararse arriba de su complejo para contestarle al mundo-. ¿Por qué no venís y me lo decís en la cara, eh?

El otro dio un paso adelante mientras palpaba su faca filosa de doble filo que llevaba calzada en la parte atrás de su pantalón…

-Sí, ¡a vos! Si no te dieron vela en este entierro, para qué venís a meterte, ¿eh? Cuando el jefe habla, usted cierra la boca, por eso tiene dos orejas y una sola boca…

Kururú es el nombre que se le da al sapo en guaraní

El pequeñín vio el gesto de su gigante rival y buscó una Luk calibre .45 que estaba a su alcance. Cuando quiso manotearla, el otro le apoyó el filo de su daga contra el cuello.

-¿Entendés lo que te digo, kururú-pé? –le dijo mientras el otro quedaba inmóvil. (Lo había tratado de sapo aplastado y era una forma agresiva de desdén). Acá si el jefe está hablando, usted que es un carapé-í (un petiso muy bajito) se me queda quietito y sin abrir esa boca que parece una casa con ventanas abiertas con la cantidad de dientes que le faltan (y al decir esto, el resto no pudo reprimirse las sonrisas que brotaron y distendieron el momento de tensión)… ¿Entendido?

Antes de que el petiso desdentado al que conocían como Copetón Colí contestara, Zosa Guarancio volvió a tomar las riendas. Le gustaba la tensión y la competencia de sus lugartenientes pero él era el que marcaba los tiempos.

-¡Ya da, ya! Listo. Todo okey. Vamos a seguir. Pero antes hay que cabalgar este ‘caballito blanco’, eh… -dijo mientras tomaba la botella de whisky comenzaba a cargar los vasos.

-Jefe, dijo uno de los más jovencitos del grupo, ¿puedo tomar cerveza en vez de whisky?

Al rato, con los ánimos más calmados, Copetón le decía con humor al grandote “Ndé tavy rongo, che raá, qué loco que vo’ so’, eh”, con lo que mostraba que todo estaba normalizado.

-¿Sabés qué pasa? Que este tipo anda mal porque la mujer lo está dejando y él no se banca esta situación –dijo un recién llegado apuntando con el mismo cuchillo con el que cortaba un trozo de mortadela bocha a Copetón-.

El otro no se quedó atrás.

-Qué sabé’ vo’. Si ni mujer tené’. Salis de putas y las minas te rechazan. Así que mejor cerrá tu boca –le contestó Copetón mientras sorbía un trago de cerveza rubia.

Las carcajadas fueron generales con burlas a ambos contendientes verbales. El ambiente no daba resuello, pensó Zosa Guarencio. “Termina uno y empieza otro”.

-No me voy a callar nada porque a mí nadie me manda callar. ¿Entendiste, vos cara con ventana?. Y si digo lo que digo es porque lo puedo sostener, ¿entendiste? Vos tenés que aprender a callarte, Copetón Colí, porque si no, la cuchillada que te iba a dar el grandote te la voy a surtir yo.

-Bah, dijo el otro, y decidió abandonar la contienda…

-Les decía que ayer secuestramos a la hija del Prefecto Gómez Cervinho, el que no cumplía con los decomisos…-continuó Zosa Guarancio como si ninguna de esas reyertas hubiera existido-. Y se va a transformar en un arma de negociación.

-¿Y nosotros qué haremos? –indicó uno que estaba próximo al líder.

-Nosotros haremos un ataque destructivo contras las fuerzas que se están reuniendo hoy en ambas orillas para peinar la zona buscando a la chica que secuestramos.

-¡¡¡¡¡¡Esaaaaa!!!!

-Yiiiiijaaa!,

-Wekeeee!!!!

El griterío era infernal y el entusiasmo exacerbaba los gritos del grupo de delincuentes que encabezaba Zosa Guarancio.

El jefe apenas pudo reprimir las ganas de los muchachos por disparar algunos tiros al aire.

-Reservemos los chumbos para la milicada, muchachos!, exhortó mientras empujaba el último sorbo de whisky.

* * * * * * * * *

Mientras Gilles y Linda se metían en la cueva, las autoridades argentinas ya tenían todo listo el operativo Rescate para intentar recuperar a la joven secuestrada.

Los avances con respecto a la investigación del joven francés no habían sido significativos en tanto que la familia Gómez Cervinho estaba en una situación harto ingrata. No querían salir a los medios a alertar de las circunstancias que les tocaba vivir pero no daban más de la tensión. A 36 horas del secuestro, ni siquiera los familiares más cercanos estaban enterados de la novedad.

El prefecto no quiso volver a su casa hasta bien entrada la noche. Pero era inútil: su esposa no estaría durmiendo.

Sólo encontró una pobre mujer envuelta en lágrimas, con ojos rojos y una mirada desesperada.

Ella quería acusarlo a él e iniciar una nueva pelea. Esa era su intención.

Decirle, con todo el odio acumulado los últimos tiempos: “Esto es por vos, por tu culpa. Por tu maldito trabajo, por eso nos están lastimando. A vos, a mí, a nuestra querida hija. Si esto termina bien, te lo juro por ésta que no nos vas  a ver más las caras, ni a mí ni a nuestros hijos: Estoy cansada de los destratos, de que me ignores, de que no cuentes nada de tu trabajo, de que sólo seamos un hotel bien atendido y barato para vos… y que como premio tengamos este desastre, que nos caiga esta desgracia que produce un dolor infinito…”

Claro, que cuando él entró, todo ese discurso cargado de amargura nunca llegó a salir de su boca.

Apenas traspasó el vano de la puerta, ella sólo atinó a abrir sus brazos con desesperación y caer en los de él, mientras iba dando sollozos incontenibles, que brotaban a borbotones.

Él, que venía preparado sólo para defenderse, con toda la tensión encima, con todos los tironeos del trabajo y la necesidad de mostrar una “cordura profesional” pese a que en medio estaba en juego la vida de su queridísima hija, sólo atinó a abrazarla intensamente en silencio, mientras apenas podía contener el llanto. Cuando pudo tomar aliento, se dio cuenta que ambos estaban llorando como niños, como hacía muchos años que no lloraban, abrazados como hacía muchos años que no se abrazaban…

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