El capítulo 15 de El Tesoro de los Padres pasa del siglo XVIII a la actualidad sin pausas. Y de historias sobre alquimistas a fuerzas especiales que tratan de rescatar a jóvenes secuestrados
En la nueva entrega de la novela El tesoro de los padres, hay dos líneas temporales. Lo que ocurre al final de la presencia de los jesuitas en la región y un secuestro seguido de escape en la actualidad. En la misma zona geográfica.
Capítulo 15
“¡Gracias al cielo!”
El pastor Santiago va en busca de un tesoro que le había sido revelado a través de un sueño repetitivo que le mostraba un tesoro cerca de las pirámides de Egipto. Luego de muchas aventuras, conocerá al alquimista, un caballero que defiende un oasis.
(Del libro El alquimista de Paulo Coelho)
Finales del verano 1768, zona del Guayrá
-Usted entiende que los alquimistas fueron los primeros inquisidores del saber. Esos que se atrevían a algo más. ¿verdad? -dijo el padre Tadeus a su amigo que escucha en silencio mientras el sol parece querer salir entre las nubes del oriente.
-Claro -se anima a contestar.
-En la época de las Cruzadas los caballeros fueron a Israel a visitar el Santo Sepulcro, encontrar la Vera Cruz, traer el manto sagrado, defender al cristianismo del avance musulmán y demás…
-Sí, sí. Eso es más o menos conocido…
-Más allá de las luchas y las cuestiones del poder, a los caballeros los tentaron más de una vez…
-¿Cómo dice…?
-Esas eran tierras de gentes que se dedicaban al mercadeo de bienes desde siempre. Y vieron el negocio…”Hermano, te vendo un trozo de madera de la cruz donde fueran clavados las manos y los pies de nuestro señor Jesús” era el convite. Y claro, muchos eran crédulos y caían. Y así volvían con supuestos tesoros. Algunos se entregaban a la iglesia y otros se llevaban a sus casas para tener un tesoro doméstico…
-Y todo eso ¿qué tiene que ver con los alquimistas…?
-Tiene. En esa misma época, comienzan a experimentar. Uno de los objetos más buscados era el famoso manto sagrado, la tela que cubrió a Jesús en su sepultura de tres días. Y que tenía impresa la imagen de un hombre que muestra las marcas de una gran tortura y de la crucifixión.
-Claro… eso sí…pero…
-Espere: en la Europa medieval los alquimistas comenzaron a buscar unas estatuas de madera o de otro material (unos maniquíes si quiere) de un hombre de mediana edad con barba y brazos cruzados. Experimentaban sobre ese modelo de Jesús y con elementos químicos que reaccionaban (ácidos en especial) y cuando se les apoyaba un manto de lino (como en este caso) dejaban impresiones en el mismo…¿Ahora lo va entendiendo…?
-Claro, un poco -lo dijo un tanto desconcertado…
-Esas experimentaciones eran la prueba de que los elementos de la naturaleza podían producir otros nuevos y más valiosos.
-¡El famoso sudario!
-Entre otros: ¿sabe que han aparecido tantos sudarios desde entonces que no alcanzaban a contarlos…? Los alquimistas experimentaban. Pero cuando nuestra congregación tomó contacto con varios de ellos, el conocimiento fue trasladado. Y por ello, podemos manejar técnicas alquimistas que muchos no conocen. Por eso, no nos quieren tampoco.
-Pero ¿y qué tiene que ver…? Sigo sin ver la conexión…
-Lo que estamos trasladando ¿usted lo vio?
-Claro! Son libros…
-Sí… libros muy especiales…
Actualidad
Una patrulla guiada por radares, y cruzamiento de datos del SBD fue acercándose a la cabaña que estaba en el medio de un sotobosque.
En Misiones, simplemente se las llama “capueras” o bosques degradados, porque son aquellos a los que se les ha quitado los mejores ejemplares de especies nativas, esos árboles gigantes que sobresalían sobre el resto. Las pícaras manos de interesados ladrones de madera fueron haciendo que cada vez hubiera menos de estos magníficos árboles que alguna vez inundaran la región. Ahora había cada vez menos, y sólo conseguían cierta impunidad aquellos que estaban ubicados en zonas inaccesibles que impedían la llegada de los camiones con los que se los sacaba de la selva para llevarlos a los aserraderos. Y allí, donde antes crecieran los grandes lapachos, loros, cedros hoy avanzaban especies menores de arbustos que apenas servían para colocar verde al paisaje.
El operativo se hizo en forma silenciosa y se buscaba por sobre todo, no alertar en demasía a los escasos pobladores de la zona.
Los equipos fueron acercándose. Algunos usaron el río –que estaba a dos kilómetros de distancia- con lanchas modernas, mientras otros fueron por tierra. La idea era hacer un operativo de pinzamiento o cerramiento por los lugares posibles de escape.
Así, las fuerzas coordinadas fueron acercándose. También había ayuda del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía provincial.
Todos estaban dispuestos a que el movimiento fuera de cerramiento perfecto, no dejar escapar a nadie. Y evitar –eso sí- disparos, derramamiento de sangre y eventuales v víctimas. El operativo debía ser “lo más quirúrgico posible”. Esa había sido la exhortación final porque el embajador francés ya había iniciado las gestiones ante la Cancillería y el Ministerio de Relaciones Exteriores había dado precisas instrucciones al respecto.
En la vivienda había un perro en la parte de afuera pero no constituía ninguna amenaza. Apenas lanzó algunos ladridos cansinos, para luego darse vuelta sobre sí mismo, espulgarse un rato con su pata trasera, a la que luego de rascarse el interior de la oreja con displicencia se ponía a oler y luego volver a caer en un soponcio. “Mejor para él”, pensó el jefe del comando.
Fueron todos acercándose como un abanico que se despliega.
Adentro, no había demasiadas señales de vida, aunque se escuchaba un sonido extraño, como de alguien o algo que se arrastraba. Era como la fricción de una ropa o tejido contra el suelo o una superficie dura.
Los liberadores estaban a punto de ingresar a la casa. Uno de ellos pudo acechar una ventana y vio dos jóvenes amarrados a la base de la cama. Están maniatados pero no tienen vendas sobre los ojos ni las bocas.
Este es el momento de entrar. No parece haber señales de peligro.
En Buenos Aires, siguen atentamente las señales enviadas desde Misiones.
Hay llamadas cruzadas en forma continua.
En ese mismo momento, el embajador francés está reclamando a la Cancillería acremente por el joven Gilles Bechardié.
Su interlocutor, Sebastián Gracia Resteplen bufaba y sudaba pese a que el clima era por demás agradable. Sudaba por el mal momento que estaba pasando.
Se producía un silencio desagradable en esos sitios altos y fríos (tanto en verano como en invierno) porque los funcionarios de menor rango ya no sabían cómo detener al diplomático galo.
-Sí, un segundo más señor Embajador –exhortaba el joven.
-No, discúlpeme. Aquí está en juego la vida de una persona con la nacionalidad de mi país. No puedo esperar. Necesitamos que nos den respuestas ya. Queremos anoticiar a los familiares que tiene en su lugar de origen y también a sus compañeros de trabajo y…
-Un segundito, señor embajador.
En ese momento, como los boxeadores al borde del nocáut sonó el teléfono y el joven funcionario manoteó sin dejar que se escuchara la campanilla por segunda vez, mientras le hacía el gesto de “Aguarde un momento” al diplomático francés.
-Cancillería, ¿hola? Sí, sí. Soy yo. Aquí está… correcto. Bueno, ¿cómo dice? Bien, bien, bien. Ya mismo comunicaré la buena nueva al señor embajador francés. Muchas gracias.
Colgó y esbozó su mejor sonrisa. Esa que le habían enseñado y había practicado cuando estudiaba Relaciones Internacionales. Cuando Sebastián Gracia Resteplen era un alumno aplicado y su destino ambicionado estaba en alguna embajada allende los mares, no en la sede de la Cancillería de su ciudad natal.
-Señor embajador: me acaban de informar que el ciudadano francés acaba de ser liberado en un operativo de fuerzas conjuntas en Misiones.
-Oh, Mon Dieu. Grâce au ciel!
Casi en el mismo momento, los comandos irrumpían en la modesta vivienda.
Dos jóvenes de entre 15 y 20 años estaban atados a la pata de una cama. El aspecto de ambos era lamentable. A las babas que se les derramaban, resultaba evidente (más para el olfato) que hacían sus necesidades ahí mismo y sus miradas perdidas sólo hablaban de personas con severos daños neurológicos. Los dos jóvenes atados a las camas miraron extrañados a esos hombres con rostros pintados y armas en la mano… Y lanzaron casi en simultáneo:
-Aghh…! Tatuuu, gaba, tatu nana!
Su lenguaje era apenas una serie de sonidos guturales.
A unos 300 metros, una partida de las fuerzas se acercó al rancho del cuidador de yerbales. Y el hombre accedió a contarles.
-Son los hijos de Ricardo Szortia. Ha de estar por llegar.
Al rato, de vuelta, Szortia estaba llegando a su casa y quedó alertado de encontrar una partida tan grande de agentes y fuerzas de seguridad.
Al rato, todos estaban distendidos
El hombre había empezado su monólogo.
“Ellos no están bien de la cabeza. Y mi mujer me abandonó. No puedo dejarlos libres andando por ahí. La otra vez, me prendieron fuego el rancho cuando fui a trabajar. Cuando volví sólo quedaban cenizas y lo que teníamos puestos. Son así, por la madre, vio…”
En ese instante, ya estaban comunicando la fallida operación a Buenos Aires.
El embajador francés estaba trasponiendo los dinteles del Ministerio de Relaciones Exteriores, cuando un ujier lo alcanzó y le solicitó que volviera.
-Eh, eh Monsieur l’ambassadeur… por favor. No se vaya. El señor Gracia Resteplen desea hablar un momento más con usted.
Y el joven Sebastián seguía protestando por su mala suerte. “Cómo quería estar en México o en Madrid, o tal vez en Moscú… todas esas ciudades del mundo que empiezan con M y que él amaba. Y no en esta ciudad de m…” Y ahí estaba cumpliendo sus menesteres tan ingratos.
-Estimado embajador, nos informan que hubo un error y que aún no se produjo la localización del joven Bechardié, pero que eso será cuestión de horas nada más…
-Pero, pero… usted me había dicho que…
-Sí, si –lo interrumpió un tanto alterado-. Pero fue una pequeña equivocación. Le rogamos nos sirva disculpar. Ya tenemos su teléfono celular así que continuaremos en contacto para tenerlo informado…
-‘Pego’ –el otro no se daba por vencido y en el nerviosismo las erres se le desaparecían…- ‘Pego’… Ustedes deben ‘entendeg’. Ya hubo ataques a ‘tuguistas’ fganceses en otgas pgovincias y hasta aquí en la pgopia Buenos Aires.
No se equivocaba. Un fotógrafo galo resultó ultimado en el barrio de Retiro mientras quería impedir que le robaran su cámara. Había estado en todos los frentes de batalla, solo enfrentando balas trazadoras y las granadas y los morteros pero fue a morir rodeado de gentes que vendían de todo, ruidos de colectivos y aire enviciado.
-Todo eso lo sabemos –intentó calmarlo Sebastián Gracia Resteplen-. Pero esta vez no ocurrirá nada de ello, le puedo asegurar… (“Oh, Madrid, qué lejos estás, oh Moscú, cómo extraño tus fríos inviernos…”).
* * * * * * * * * * *
El hombre del sombrero vuelve mientras los maleantes comienzan a correr dando trompicones y empujando a los presentes que se quejan.
El programa de televisión vuelve al aire en medio de ese desorden. Los maleantes esgrimen armas y hay un griterío. Los de la TV llaman a seguridad. Y los de seguridad, llaman a la Policía y la Gendarmería.
Con gran firmeza, el hombre del sombrero encara a los maleantes y les pregunta
-¿Ustedes buscan a los dos jóvenes? Ingresaron por aquí… -y les señala el acceso al socavón.
-¿Acá? –preguntan con desconfianza. Y se miran perplejos y con desconfianza.
-¿Vamos a seguirlos?
-No, ni loco. Este lugar no tiene salida y es peligroso.
-Dale. ¿A quién le tenés más miedo, eh? –desafía uno.
-¡Al jefe! –grita un tercero y se lanza.
Y el primero pregunta al hombre del sombrero que mira como desatento y con una sonrisa ladeada:
-¿Es cierto que acá se guardaban los tesoros de los Jesuitas?
-Sí. Pero no todos lo pueden ver. Sólo los elegidos podrán acceder hasta las cámaras secretas y tocar el Tesoro de los Padres.
-¿Quién tiene fuego o luz para alumbrar acá adentro? –pregunta el primero.
El hombre del sombrero parece iluminar con su bastón el camino y comienza a andar. En el escaso espacio, pasa por delante de los tres y camina. Avanzan 50, setenta metros. Los otros siguen temerosos. La humedad en forma de vegetales que se desprenden y los acarician.
-…Son las manos de los espíritus que murieron aquí adentro… -dice el más temeroso.
La claridad se va haciendo más leve cada vez y ven esfumarse al hombre que los guía.
Están solos y en un socavón oscuro. No se escuchan voces, ruidos ni pájaros ni el agua de los arroyos. Nada. Sólo la respiración de los tres, agitada.
Están perdidos y encerrados y –peor aún- enterrados vivos.
Al poco rato, el hombre del sombrero está afuera y vuelve sobre sus pasos, y encuentra a Gilles que está tratando de reanimar a Celeste.
La muchacha luego del esfuerzo realizado ha tenido un vahído. El motor hace rato que dejó de regular, y luego de dar unas explosiones extrañas, se apagó.
Ella sintió que perdía estabilidad y manoteó. Se agarró fuerte del brazo del francés pero sólo alcanza a tomar un poco de su camisa. Y se va cayendo lentamente. Termina reposando sobre el asiento del desvencijado vehículo.
Gilles alcanza a tomarla cuando ella está por apoyar su cabeza contra el respaldo del viejo asiento. Ella, en un acto reflejo, abre los ojos y no ve nada. Todo está saturado de luz.
Él queda fascinado mirando los ojos claros de la muchacha.
– Mon Dieu! Qu’elle est belle
(¡Por Dios! Qué bella es!)
Ella tiene la piel blanca y los ojos con un tinte azul claro de su padre pero la cabellera es oscura y firme proveniente de los ancestros criollos y españoles de sus abuelos maternos.
Ella abre grandes sus ojos y se encuentra con los de él que la está mirando extasiado.
Es perceptiva y sabe qué significa eso. Pero no quiere apurarse. Lo toma con sus dos manos el rostro del francés y le da un suave beso en la punta de sus labios y le dice:
-Gracias…
Él queda pasmado y no se atreve a pronunciar palabras…
De repente en medio del ruido lejano, aparece el hombre del sombrero, que llega lleno de restos vegetales. -¿Y nuestros perseguidores…?
-Por ahora, no serán problema.