Una historia que tiene mucho de real: el caso de los pájaros que recurren al parasitismo. Depositan sus huevos en nidos ajenos y sus crías son alimentadas como si fueran hijos propios por los de otras especies. El cuento que permite algunas reflexiones.
Gracias a Esopo se hicieron famosas. Son las fábulas. Allí, en esas historias, los animales adquieren el lenguaje y pueden intercambiar palabras como si fueran humanos. Y al final, el autor deja una especie de reflexión que permite orientar las acciones de los receptores de la historia.
A esa última idea se la llamó “Moraleja” porque intentar “sacar el jugo” a lo que hicieron los protagonistas.
En este caso, el autor Eduardo “Balero” Torres muestra la naturaleza tal cual es -desde su conocimiento profundo de las ciencias naturales- y aporta su interpretación de los hechos.
En sus propias palabras, “el tordo renegrido o chupín, cuyo nombre científico es Molothrus bonarienses, tiene la costumbre “parásita” de poner huevos en nidos ajenos. Frecuentemente utiliza los de los tico-tico, Zonotrichia capensis.
Y aporta un detalle que habla de los entresijos de la naturaleza y la forma de supervivencia de las especies. “El período de incubación de los tordos es de 11 días. Dada su condición de parásito, este tiempo es más breve para que los pichones puedan imponerse ante sus “hermanastros”, y más pequeños en tamaño y más jóvenes, cuando son alimentados, y así garantizar la subsistencia de la especie”.
Claro que “humanizados” los animales (en este caso, la pareja de tico-tico) la reacción del macho es similar a la de los congéneres varones humanos.
Esta es la historia y también el link de acceso al libro “El Espíritu de la selva” de Balero Torres en su totalidad y que adelanta su próxima novela donde dos pájaros “muy misioneros” como los tucanes serán los protagonistas de una novela increíble con el fondo de la selva misionera. Para ir preparándose, aquí está el link del libro de cuentos y fábulas.
https://www.periodismomisionero.com.ar/wp-content/uploads/2021/06/CUENTOS-FABULAS-OK-7-AGOSTO-1.pdf
Es sabido que el tordo es un ave parásita; el gigante se mueve con los boyeros caciques y pone sus huevos en el nido de sus acompañantes; el tordo renegrido, más pequeño, anda en bandadas y también pone huevos en diversos nidos, nunca en uno propio. Soy incapaz de cuestionar los designios de la naturaleza y nunca supe la razón, que siempre existe, para que estas aves se comporten de esta manera. El parasitismo es un comportamiento usual en la flora y fauna como así también en supuestas amistades, y muchas actividades se desarrollan casi parasitariamente, como el sistema financiero o el sometimiento que ejercen países poderosos hacia los más débiles, cuyos modos de sumisión se parecen al comportamiento parasitario, entre otros ejemplos similares.
Volviendo al caso de los tordos, cuando se desentienden después de la ovoposición supongo, en el cuento, que genera muchos inconvenientes a la familia del obligado huésped, en este caso los tico-tico, quienes se encuentran con un huevo de mayor tamaño y que eclosiona en general antes que lo hagan los huevos del huésped, suceso que no es casual.
La razón es que, al ser de mayor tamaño y tener uno o dos días más de vida corre con la ventaja de imponerse en la competencia por los alimentos que con sacrificios trae la pareja de tico-ticos.
Por otro lado, con el tiempo sus hermanos tico-tico notan las diferencias, asumen que es un intruso y comienza el triste fenómeno del bullying; hacia el pobre e infantil tordo, a quien acusan de negro y no querido por sus padres, quienes lo abandonaron.
Al padre tico-tico le cuesta aceptar mantener a un pichón que no es suyo y como siempre sucede, son los seres del género femenino quienes se solidarizan con el intruso, comportamiento que despierta otros sentimientos entre el tordo y la tica pequeña, que se anula cuando el instinto de la especie aflora y los separa.
La historia
Tica, posada sobre la rama de una pitanga, identificó el canto de su futura pareja. El canto es exclusivo del macho y define el origen del grupo del que proviene. Nuevamente y un poco molesta sintió el canto de su pretendiente, en esta ocasión más cerca; tres puntos de sonido y un trino posterior. Ansiosa, Tica esperaba el encuentro con Tico porque se aparearían para consolidar su familia. Hacía unos días habían comenzado a construir el nido para depositar los huevos de sus futuros pichones. Se encontraba muy ilusionada, pero a su vez, preocupada ante la informalidad de Tico. Como era habitual con los miembros femeninos de todas las especies, priorizaba la seguridad para los suyos y esperaba la misma actitud de su pareja. Pero sin dudas que así como las hembras tienen comportamientos semejantes, los machos poseen los suyas. Son egoístas, vagos y muchas veces irresponsables, como en ese caso era el comportamiento de Tico, quien no era puntual ni ante la inminente consumación de su enlace.
Tal vez porque ayudó a Tica a construir el nido en forma de copa, como le enseñó su madre, acarreando ramitas de vegetales secos, suponía que ya había cumplido con su responsabilidad.
Ella, además, había tenido que buscar gramíneas secas para forrar el nido donde empollarían sus huevos y ante su ausencia, la espina de la duda hacía sentir sus efectos. Contaba con que la ayudara a incubar y alimentar a sus pichones buscando alimentos. Es probable que su pesimismo la impulsara a exagerar los defectos de su pretendiente.
Con seguridad –pensaba– sus amigos habían extendido la despedida de soltero. Tendría que confiar porque se había enamorado y él sería el padre de sus pichones. De pronto, a pocos metros de allí sintió tres puntos de sonido y un trino posterior. ¡Inconfundible!; era él, su canto era único y fue uno de los motivos que la enamoró. Moviendo su cola, Tico saltaba de una a otra rama.
Su especie no presentaba dimorfismo sexual, como otras; machos y hembras eran iguales. El color de la nuca y el pecho era gris blanquecino. En la parte superior era negra con rayas amarillas y marrones. Pico cónico y fuerte. Garganta blanca. Cuando Tica lo vio, su corazón dio un vuelco que la impulsó a olvidar sus malos presagios.
Tico continuaba saltando de una rama a otra acercándose, en tanto cantaba su melodía. Cuando estuvieron juntos, sus picos se juntaron con sonidos apenas audibles hasta que Tico, con un ágil salto, se posó sobre el lomo de Tica y haciendo equilibrio con el aletear de sus alas, consumó su unión y aseguró la descendencia. En los próximos días Tica puso tres huevos de colores verdes azulados con algunas manchas marrón rojizas en la parte superior. Algunas de sus amigas e incluso su madre habían logrado poner cinco huevos, pero a ella no le importaba, estaba satisfecha con los suyos. Ahora, con ayuda de Tico, debían incubar durante doce a catorce días. Pero vaya sorpresa que se llevaron, y las consecuencias. En un descuido producto de su ausencia se encontraron, a la vuelta, con cuatros huevos, uno de ellos de mayor tamaño, de color azul pálido con puntos y pequeñas manchas negras.
Tico, enfadado, preguntó a su pareja:
–Explicame qué significa este huevo extraño. ¿Me estuviste engañando?
Tica, ofendida, negó rotundamente la acusación y se sumió en un silencio que hizo reflexionar a Tico, aunque continuaba mostrándose inflexible. Pasaron los días durante los cuales fue Tica quien pasaba más tiempo acostada sobre los huevos a fin de brindarles la temperatura adecuada para el desarrollo de los polluelos. Cuando necesitaba beber y alimentarse abandonaba el nido y la reemplazaba Tico. Al decimoprimer día se sorprendieron con la rotura del huevo más grande y el nacimiento de un pichón de mayor tamaño y más oscuro que los de su especie.
El malhumor de Tico se acentuó a causa de las sospechas, en la misma proporción que el agravio de Tica por sentirse acusada sin razón. Algo no estaba funcionando y ambos sufrían por la presencia del pichón oscuro y de tamaño considerable, quien además vivía piando con su pico abierto reclamando comida.
A pesar de lo extraño de la situación, el instinto maternal de Tica se manifestaba con el amor que sentía por el prematuro polluelo. Fue ella quien le dijo a su pareja que resultaba imposible continuar con el malestar entre ellos y expresó indignada pero tranquila:
–No podés sospechar de mi comportamiento. Si reflexionás te darás cuenta de que siempre me comporté adecuadamente.
Tico, quien asumió que algo raro ocurría, contestó:
–Sí, creo que algo anormal sucede. Nuestros huevos se rompen entre los doce y los catorce días y este lo hizo al decimoprimero. Además de su tamaño y de su color.
–Estuve conversando con algunas amigas que ya tuvieron varias camadas y dijeron que existe una especie que pone sus huevos en nuestros nidos para que criemos a sus pichones. En algunos casos llegaron a destruir los huevos que encontraban para dejar los de ellos –afirmó Tica.
–Pero entonces no es nuestro.
–No, pero debemos criarlo como si lo fuese.
–¿Por qué debo criar al hijo de otro?
–Porque somos aves y él no tiene culpa de que lo hayan abandonado en nuestro nido… –Luego de una pausa Tica agregó–: Debemos esforzarnos más para alimentar a los nuestros y a él.
Indignado con su suerte, Tico, entonando un canto desconocido, levantó vuelo y se alejó.
Al final del decimosegundo día rompieron cáscara los demás huevos, dando vida a dos machos y una hembra. Durante dos o tres semanas, hasta que los polluelos comienzan a volar y alimentarse por sí mismos, el trabajo de la pareja se vuelve intenso. La búsqueda de granos, pequeños frutos e insectos, como algunas diminutas arañas, serán su alimento, el de los pichones propios y del ajeno.
Un nuevo problema surgió en la comunidad familiar: la distribución de los alimentos en forma equitativa entre los pichones. Debido a que el tordo, por haber nacido con anterioridad y por ser el de mayor tamaño demandaba más alimento, imponiendo su físico y su quejumbroso piar, Tico y Tica estaban agotados buscando alimentos para todos, y a esto se sumaba la no menos agotadora tarea de imponer el orden ante el demandante pichón adoptado. En cuanto las crías comenzaron a emplumar aumentaron las diferencias. Los polluelos legítimos se cubrían de plumas grises que, con el correr de los días se iban coloreando de acuerdo con el aspecto de sus padres, en tanto el tordo se cubría de plumas uniformemente negras. Tordi, como lo llamaban sus hermanastros, comenzó a soportar el bullying de los dos machos mientras entablaba una particular relación con la hembra. Los pichones lo llamaban “negro” y comenzaron a tratarlo despectivamente como “negro abandonado”.
Ambos hermanos ticos decían:
–No te quisieron por negro, por eso te abandonaron en nuestra casa. Sos muy feo, usurpás nuestro lugar, nuestro alimento, no tenés padres y nadie te acepta.
Tordi, entristecido, asumía que había tenido comportamientos egoístas que no había podido controlar por su edad y por instinto de subsistencia, pero sufría ante las agresiones y los dichos de sus hermanastros. La única que lo trataba bien, además de su madre adoptiva, era la tica hembra, con quien conversaba frecuentemente y a quien cedía parte de su ración, depositando en el pico de ella el alimento que le traían
–No los tomes en serio, son adolescentes y están en una edad difícil –le repetía la tica pequeña.
–Es que me gustaría saber el motivo por el cual me abandonaron en el nido de ustedes. En realidad, soy un usurpador.
–No, mis padres te quieren como a nosotros.
–Mamá Tica sí, pero tu papá nunca me aceptó.
–Somos familia, Tordi, no me gusta verte triste.
–Gracias, pero no sé cómo explicar mis sentimientos tan contradictorios que me confunden.
–No entiendo, Tordi.
–Me entristece que mis padres me hayan abandonado y también ser parte de esta familia.
–¿Por qué? Cada vez entiendo menos.
–Porque siento algo por vos, Tica, y no creo que sea correcto.
–También me siento muy bien con vos. Pronto volaremos y podremos independizarnos. Podemos estar juntos, Tordi.
–No sé, Tica. Son muchas las cosas que desconocemos.
El tiempo pasaba raudamente, todos los pichones podían salir del nido en las cercanías, mientras agitaban sus alas preparándose para volar. Realizaban pequeños vuelos de una rama a otra con sumo cuidado para evitar caer al suelo, donde serían víctimas de algún predador. Los hermanastros de Tordi copiaban el canto del padre y no dejaban de agredir a su medio hermano. Llenos de energía y alegría iniciaban sus vuelos limitados y Tordi, melancólico, hacía sus ejercicios, pero no podía disimular su tristeza.
La madre Tica, como toda buena madre, observaba a cada uno de sus pichones. Era consciente de las agresiones hacia Tordi y se compadecía de él. Una mañana se acercó y le preguntó cómo se sentía ante la impostergable independencia que ocurriría en los próximos días.
–Estoy muy confundido, mamá Tica.
–¿Qué pasa, hijo mío? –dijo con cariño.
–Me resulta difícil aceptar que mis padres me abandonaron y las dificultades que mi presencia generó entre ustedes.
–Te quise como a un pichón propio e hice lo posible para darte todo.
–Sí, mamá, es verdad, por eso te quiero y te agradezco, pero siempre seré diferente. Soy negro y me estigmatiza. Además, siento que… –Guardó silencio y avergonzado desvió la mirada de su madre.
–Además, ¿qué? –interrogó mamá Tica.
–Si te digo, vas a dejar de quererme.
–Nunca sucederá eso. Sos un pichón de corazón.
–En serio, mamá, que no pude evitarlo, hice lo posible, pero resultó en vano. Soy consciente de que está mal, pero mamá, no pude evitar enamorarme de la pequeña Tica.
–¡Ay, Tordi! Tu sensibilidad es muy especial. Cuestionás las cosas naturales, como la esencia de tu especie, y no es malo que te enamores de la pequeña Tica porque se criaron juntos, sino porque es un amor imposible. Son diferentes y jamás podrán formar una familia. No pueden tener pichones porque vos sos tordo y ella tico-tico…
–Luego de una pausa, mamá Tica continuó–: Pronto volaremos en bandada todos los tico-tico y vos entre nosotros, hasta que tu instinto de tordo te impulse a marcharte con los de tu especie y nos abandones.
–No voy abandonar a mis pichones como hicieron conmigo.
–Sí, Tordi. Lo harás porque es tu naturaleza irrevocable. ¡Sos tordo!
Unas semanas más tarde, la bandada de tico-tico revoleteaba sobre la floresta, con los cantos de cada grupo que se confundían entre sí. En la cercanía, los tordos ennegrecían la copa del árbol donde se posaban ruidosos y como si fuesen un imán, Tordi se separó de los tico-tico y se dirigió hacia los suyos. Mamá e hija tica miraban con cariño y entristecidas el vuelo ansioso de Tordi en busca de su esencia.
Moraleja: No existe acción más absurda que luchar contra la propia esencia.
Post Data final. Luego de publicada esta nota, dos lectores atentos (Guillermo Díaz, el Pica Pau, y Juan Benza) recordaron puntualmente la letra de una antigua canción de Hernán Figueroa Reyes denominada “Disculpe”. “Muy cierto la historia o cuento del “tico tico y el chupín o tordo”. Bien reza la canción. ‘En cambio ustedes son como los tordos, que quieren empollar en nidos ajenos’. Es así: Sí, los que peinamos canas, nos acordamos de nuestras canciones del cancionero folklórico”.
En la parte específica, decía:
“Yo soy como el hornero y me retobo
Mi patria es mi nido y la defiendo
En cambio, ustedes son como los tordos
Que quieren empollar en nido ajeno
En cambio, ustedes son como los tordos
Que quieren empollar en nido ajeno“
El tema puede escucharse aquí.
Nota publicada originalmente en 2021