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Posadas
sábado, noviembre 23, 2024

El Tesoro llega a su desenlace

+INFO

¿Podrá volver Linda Celeste a sus padres? ¿Podrán creer ellos que se está enamorando de este francés de ojos saltones? Cuántos elementos intervienen para que los mundos se crucen

La novela de entregas tipo folletín semana a semana trae esta vez el desenlace de las varias historias que se vienen gestando en su interior. Pase y vea.

Capítulo 19

Un buen día para morir

Entresueño

Presencio la noche violentada

El aire está cribado como un encaje

Por los escopetazos de los hombres

Retraídos en las trincheras

Como los caracoles en su concha

Me parece que un jadeante enjambre

De picapedreros golpea el empedrado

De piedras de lava de mis calles y lo escucho

Sin ver en el entresueño

Giuseppe Ungaretti – El puerto sepultado

1768

-¿Así que usted sostiene que estos libros son tan pesados porque los han intervenido con el conocimiento de los alquimistas…?

-Exacto…

Actualidad

Por esas extrañas vueltas de la vida, Heins Karl Kattingenschen tuvo a su auto enseguida rodando por los caminos rurales y se dirigió sin equívocos a la zona de la playa de Osununú –como se la conoce- allí donde se yergue majestuoso el Peñón del Teyú Cuaré, allí donde estaban las poderosas lanchas de Zosa Guarencio y sus secuaces. Y entre los matorrales se hallaban las fuerzas de seguridad que querían negociar con el líder recién llegado.

Con su bastón y su renguera se acercó a las fuerzas de seguridad y uno de los militares lo paró en seco.

-A dónde cree que va? Retírese que puede haber una balacera…

-Lléveme con su jefe que necesito darle una mano. Yo conozco a estos malandras y sé que puedo ayudarles a negociar.

Su voz no era imperiosa ni autoritaria. Sin embargo el hombre de las fuerzas conjuntas dio media vuelta y marchó hacia el jefe del operativo seguido por Heins Karl.

-Espere aquí, fue la orden que le dio y él hizo poco caso. Siguió avanzando hasta que el otro se cuadró y le dio las novedades.

-Jefe: aquí hay un hombre que dice que puede negociar con los del otro bando…

-Y usted quién es? –le espetó el jefe.

-Eso importa poco, ahora. Me ofrezco para negociar con las fuerzas del otro bando…

El jefe lo recibió y escuchó sus argumentos.

-Mire, le agradezco su intención –trató de explicar el comandante-. Pero esto no es un juego. Esta gente es peligrosa y no anda con rodeos. Yo no puedo exponerlo a usted, quiero que me entienda…

-Yo sé que no están jugando –le contestó Heins Karl y dicho esto se llamó a silencio.

-Pásenme el teléfono que trataré de comunicarme con el número con el que hablamos antes. Si contestan, bien. Negociaremos. Si no hay respuestas o las respuestas son incompletas, empezaremos la fase dos del operativo de ataque disuasivo.

En ese punto, el jefe de las fuerzas conjuntas consultó con sus lugartenientes si todos estaban en sus puestos y si la eventual retirada de los malvivientes estaría impedida, en caso de producirse una desbandada.

-Todo bajo control, jefe –fue la eficiente respuesta.

Entre los seguidores de Zosa Guarencio flotaba una sensación de que no estaba bien.

-Che, esto está muy silencioso –dijo uno de los más grandotes que encabezaba el grupo que había playa primero.

-Ahá –fue el escueto comentario de su compañero.

Y mientras miraban a Zosa Guarencio, éste trataba con su ayudante Marcelino tomar contacto con los captores de Linda Celeste. Pero la señal era muy débil o directamente no había señal. Y estaban sin conexión hacía más de 24 horas.

Cuando el jefe del comando había irrumpido en su teléfono móvil no lo pudo creer.

“Somos nosotros, de la fuerza conjunta. Y queremos avisarle que su gente ya no tiene más secuestrada a la chica posadeña”, le habían dicho.

Y esto había producido un desarme de su estrategia.

Aunque no lo sabía, suponía que el dato podía ser cierto. Si sus secuaces habían sido capturados en algún operativo conjunto esto tenía visos de realidad.

Sin embargo, enardecido por haber perdido una de sus principales cartas, Zosa decidió dar el manotazo de ahogado. El “ahora o nunca” y decidió cruzar el río. Y aquí estaban.

Sólo que la sensación que tenía era deprimente: todo aparecía como una gran emboscada que le habían tendido y no había demasiadas escapatorias. Tendrían que luchar.

En ese punto estaba, mientras intentaba llamar al celular de sus tres adláteres que habían venido a secuestrar a la Argentina a la chica de Posadas, cuando en la lejanía surgió un hombre alto, con sombrero, bastón dado vuelta que esgrimía con un trapo en su la parte que apuntaba hacia arriba.

Torpemente parecía indicar que venía en son de paz.

-¡Pero, qué hace este tipo! –gritó el jefe del operativo cuando vio a Kattingenschen marchar hacia los recién llegados.

Sin poder impedirlo, el encuentro estaba a pocos minutos de producirse.

-Vengo en son de paz, amigo. Y tiene que escucharme porque allá atrás hay muchos milicos que los van a llenar de agujeritos. Así que escúchenme.

-Qué es lo que venís a decirnos…? Nadie te invitó a esta fiesta…

-Sí, dijo otro, ¿quién te dio vela en este entierro? Raje de acá… -lanzó el grandote más peleador.

-Sólo quería advertirles que están en muy mala posición…

-Jefe… puede ser que este tipo tenga razón… No sé quién es pero atrás de esos capuerales parece que hay muchos milicos apostados…

-¿Vos le tenés miedo?

-No, miedo no. Pero tampoco soy tonto!

-Y sí, certificó otro, el miedo no es zonzo…!

-Jefe ¿y si pegamos la vuelta y nos armamos mejor para un ataque sorpresa? Porque esto de sorpresa no tiene nada, en realidad, parece que los sorprendidos fuimos nosotros…

-Mmnhmm… -Zosa mascullaba sobre qué hacer. No era inexperto en estas lides. Y sabía que podían llevarse a algunos puestos, pero los más perdedores serían él y su gente. No quería admitir que se había equivocado y llevado por su impulso irreflexivo, había cometido un grueso error.

En eso estaba, mientras los demás integrantes de su banda miraban con extrañeza al hombre recién llegado.

En la distancia, los integrantes de la fuerzas conjuntas evaluaban lo que podían estar hablando.

-Jefe, me parece que este tipo los alertó sobre nuestra presencia.

-No. Eso ellos lo sabían. Para mí, que fue a pedirles que se rindan.

-Cabo Altamirano…!

-Sí, señor!

-Tengan listos todo el dispositivo para el plan C.

-Sí, señor.

-Vamos a esperar, pero me temo que nuestros amigos tienen solo dos opciones: un ataque preventivo o una retirada estratégica. Y no queremos ninguna de las dos opciones.

La defensa estaba lista para iniciar la respuesta a un eventual ataque. Y la flota para repeler una huida en lancha también se hallaba lista.

El jefe miraba con su largavistas y trataba de leer gestos (más que lectura de labios).

El hombre del bastón ya estaba en la pantalla y la cámara lo acercaba en forma nítida a los televidentes

-Vean, amigos. Alguien de las fuerzas se acercó a dialogar en son de paz con los recién llegados. Es probable que haya ido a pedir una rendición…

Hizo una pausa, Rendón y observaba la captura de imagen.

-Ahí lo tienen, al señor del bastón y el sombrero que habíamos visto al comienzo de nuestro programa corriendo por el playón de San Ignacio. Ahí, está… -agregó Lisa Cuntres.

-Sí, es el mismo al que algunos llamaron el Yasy Yatere. Y un periodista de Posadas nos indicó que se trata de una persona de origen alemán cuyos ancestros llegaron desde Europa hace muchos años…

En ese momento, Ernesto Kattingenschen lo vio en el monitor y confirmó su teoría. Era el tío abuelo del que sus padres y antecesores siempre le habían hablado.

“Tuvimos una rama familiar que llegó a América mucho antes que la nuestra pero eran parientes directos. Hermanos. Uno se vino para el Brasil a inicios del siglo XVIII y luego su sobrino nieto (mi bisabuelo) llegó a Argentina hacia 1870/1880. Siempre se había hablado en la familia de esta persona que se perdió en la selva. Y se creía que había sido víctima de enfermedades o de animales salvajes. Pero si había sobrevivido a la Inquisición también podría superar estas tierras feraces. Y evidentemente que fue dejando una herencia que se prolongó en el tiempo. Y los hijos de sus hijos continuaron viviendo por esta región…”

Todo eso daba vuelta como un calidoscopio cada vez más veloz en el periodista que miraba en el monitor del canal oficial y veía ese rostro en tomado con zoom y sin embargo dejaba ver esas dos ‘entradas’ típicas de faltantes de cabello en el frente de su rostro. “Tan de nuestra familia”, se dijo a sí mismo.

-¿Cómo puedo llegar hasta el escenario de la filmación…?  -preguntó en el momento en que pudo salir de su deja vuh que le irrumpió en un vértigo de imágenes que daban vueltas en su cabeza…

-Acá hay un todoterreno del canal que está por salir para allá… -le dijo un asistente de la producción.

-Voy… con ustedes…. –se escuchó decir, mientras se trepaba al asiento trasero de la Hilux.

* * * * * * * * * *

En Corpus, el baile estaba aflojando pero el ambiente festivo continuaba.

Linda tuvo un respiro y lo primero que se le ocurrió fue buscar a su amigo salvador.

Pero él ya no estaba.

-¿Dónde podré hacer una llamada? Tengo que hablar con mis padres y avisarles que estoy bien..

-Ah, señorita, está difícil…

-Usted, ¿no tendrá un teléfono celular aquí?

-No, señorita. Dejé en mi casa. Como tenía que venir a bailar con la comparsa Mburucuyá no me animé a traerlo…

Gilles se cruzó con don Jacinto Chabies que andaba sonriente por allí y sin ocultar sus excesos de grasa…

-Disculpe, segá que no tendgá un teléfono, pogque mi amiga necesita llamag a su casa…

Chabies lo miró con desconfianza…

.Y para qué necesita hablar con su casa, si se puede saber… -lo desafió…

-Es un lagga histoguia…

-Ah, qué bien.. vienen, se meten en MI fiesta, me arruinan mi desfile y ahora quieren que les preste MI teléfono… ¿saben qué? No tengo ganas…

El turco Asaf estaba viendo que algo no andaba bien y se acercó…

-Hola Don Jacinto… ¿Algún problema?

-¿Problema? No, ninguno, Turco. Estos jovencitos son el único problema y espero que se borren pronto de mi vista ya que no son bienvenidos a este pueblo…

-Pero Don Jacinto, si bailaron muy bien… ellos estuvieron excelen… -el Turco dejó sin terminar su frase al notar el desagrado con que Chabies recibía este tipo de comentarios.

-Bueno, hasta luego don Jacinto .trató de arreglar…

Después, hablando muy suave se acercó a Linda Celeste y mirándola intensamente con esos ojos oscuros (“Oh, mi linda Zoraida… Así de bella eras, por qué no estarás más conmigo, bella Zoraida”)… -Dígame, señorita, en qué puedo servirle.

-Es que quería llamar a mi casa, pero no tengo dinero y se me acabó la batería de mi teléfono celular…

.Pero ¡eso no es problema! Usted quiere hablar por teléfono. ¿Un teléfono fijo es lo mismo? (esperó que la joven asintiera), pues venga conmigo que en mi comercio tengo un teléfono en donde podrá llamar a sus padres…

Y se fueron caminando en medio de la jarana general…

EL pueblo estaba en su día de fiesta… Y Asaf iba canturreando una canción de amor de la época en que conoció a su linda Zoraida. Eran tan jóvenes y cuántos sueños tenían…

Fueron esquivando chicos y perros por la calle cortada donde no pasaban vehículos y se dirigieron al local de Asaf: “Gran Almacén Argentina. Autoservicio” decía el cartel. El turco había llegado hacía 25 años al lugar y aunque poco tenía con su lugar de origen, nunca se sintió extraño en esta tierra con gente cálida como el clima, con días largos y a veces con mucha lluvia la frontera ahí nomás. Todo era desafío para el bueno de Asaf que cuando logró algo de progreso volvió a su tierra a buscar a su bella Zoraida. Sólo que ella ya no estaba. Las cartas que el buen Turco había enviado nunca llegaron (fue lo único que odió del país, su servicio postal) y ella cansada de esperar aceptó en la urgencia contraer enlace con un militar en servicio que debía partir apenas realizado el enlace. Volvió derrotado a Corpus y no buscó otra mujer. Apenas si se solía consolar en el prostíbulo de doña Lola los sábados y los martes cuando iba a jugar a las cartas con varios de sus amigos y luego terminaban en lo de Doña Lola.

Y ahora estaba esta muchacha que se parecía tanto a Zoraida.

-Pase, señorita. Usted –le dijo a Gilles- si quiere esperar aquí afuera, ya venimos…

El contraste entre el calor de la calle (el sol había estado pegando fuerte) y el fresco de la habitación cerrada fue notable. A Linda Celeste algunas gotitas de sudor le perlaban la frente y la espalda. ¡Más atractiva le parecía al bueno del turco!

-Aquí está el teléfono señorita…

-Linda Celeste, señor Asaf.

-Oh, claro que eres Linda. Puedes llamarme Zareb, nomás

Linda no entendía bien al comienzo pero en el apuro hasta se había olvidado el número de su casa y la característica de Posadas. Estaba claro que nunca usaba esa información que ya estaba cargada en los teléfonos móviles.

Intentó dos veces y apenas comenzaba a discar, una voz le cortaba el intento: “EL número que intenta llamar no existe. Por favor, controle si está digitando correctamente…” El Tut-tut que seguía al intento la dejaba más nerviosa.

El Turco la miraba intensamente.

-¿No puede hablar la señorita Linda?

-No, … este… ¿tendrá tal vez una guía telefónica…?

-Sí, claro, señorita Linda…

-Perdón –le preguntó- ¿usted recuerda la característica de Posadas?

-No estoy seguro… pero aquí en la guía está todo…

En ese momento, las neuronas hicieron sinapsis, todo se alineó…y

-¡Claro! –se dijo a sí misma- El número de casa es …. y frenética empezó marcar…

Sonó un par de veces, y alguien levantó en forma muy violenta el tubo…

-Hola!!!

-Sí, quién habla…

-Martina!!! Soy yo… Linda!!!!

-Linda!!! Señora María Elena…!¡Es Linda…! Es Linda!

Del otro lado de la habitación, tratando de tomar un té estaba la esposa del Prefecto Gómez Cervinho, cuando oyó a Martina, lo único que hizo fue dar un salto por los aires… ni se dio cuenta que su taza había rodado por el piso hecha añicos…

-Linda, Linda… Linda… -Corrió y tomó el tubo que le tendía Martina… ¡Hijita querida! Dónde estás, estás bien?

-Mamá, mami, querida mami… Sí, estoy bien. Estamos bien… estoy con un muchacho francés que también fue raptado conmigo… estamos bien los dos. Fue una aventura increíble.. pero estamos bien…

-¿Dónde están, mi amor, mi amorcito, querida hija, dónde los tienen?

-No, estamos libres. Nos escapamos de nuestros secuestradores, mamá…

-Y dónde están…?

En ese momento entró el Prefecto al tranco y con cara desesperada…

-Mi amor!!! Linda está bien… están liberados…

-¿Están bien? Oh, gracias al Cielo!!!

-Sí, mamá. Decile a papá que escucho su voz… Estamos… eh, estoy bien. Nos trajeron a Corpus…

-¿A Corpus, están en Corpus, ahí cerquita de Roca?

-Claro. Creo que sí… Señor Asaf… ¿Corpus queda cerquita, verdad?

El Turco movió la cabeza afirmativamente…

-Sí, mamá. Lo que pasa es que no vinimos por la ruta, sino que nos trajeron por un camino rural… Ah y estuvimos participando en un baile comparsa aquí en Corpus… -sonaba una voz divertida…

Linda Celeste no podía ver cómo las lágrimas corrían por el rostro de su madre… tantas emociones reprimidas, tanto dolor y acusaciones ingratas con su esposo, tantas horas de padecimiento terminaban en este desahogo que hacían que la pobre mujer se tapara la boca con una mano y se contuviera la cara con la otra… Apenas pudo llegar a soltar el teléfono…

-Hola, hola, mamá, mamita, estoy bien… No llores…

-Hola, sí hijita soy yo. Mami está bien. No te preocupes. Tenés que entender que los momentos de tensión que pasamos fueron muchos. Esa gente que te secuestró nos llamaba y estábamos asustados. Además recibimos un mensaje donde decías que te ibas a Loreto…

-¿A Loreto?… No, a Loreto no. Yo quise poner a Corpus… Pero se me acabó la batería del celu…

-Pero acá llegó como que iban a Loreto…

La joven se quedó pensativa…

-Y sí, puede ser que apreté mal la tecla… ¡Pero yo creí que ni había enviado el mensaje!

-Bueno, no nos preocupemos por eso, hija. Ahora decime dónde estás?

-Eh, en el pueblo mismo de Corpus… Ahora estoy en el local del señor Asaf. Él tiene un autoservicio que se llama… ¿cómo se llama su negocio, señor Asaf? Sí, papá. Se llama Argentina…

-Bueno ya estamos saliendo para allá. Ahora voy con tu madre. Te vamos a buscar y te traeremos a casa, ¿de acuerdo?

-Si, papito. Te espero y te quiero..

-¡¡¡Yo también te quiero mucho, hija!!! Ya salimos con mamá para allá.

El hombre colgó el teléfono, y luego de un instante, levantó el tubo otra vez y avisó a su gente la novedad. No podía ausentarse así nomás. Y más teniendo en cuenta que la mayor parte de las fuerzas estaban en disponibilidad por el “conflicto de San Ignacio”.

Sólo que esta vez, el Prefecto dejaba la cuestión de su trabajo en segundo plano. Y eso, María Elena, su esposa no dejó de percibirlo.

* * * * * * * * * *

Apenas colgó, Linda Celeste se dio vuelta y le dijo:

-Gracias señor Asaf. Mis padres se alegraron mucho y ya vendrán a buscarme. Así que cuando ellos lleguen usted podrá decirme cuánto le debo por usar el teléfono. Ellos le pagarán…

-No, señorita Linda.

-Pero…

-Pero nada. –El Turco tomó las manos de la joven y las contuvo dentro de las suyas… Usted es una persona muy buena y sana. Se ve que respeta a sus padres y tiene todas las virtudes que yo busco en una persona. Y yo estoy muy solo aquí… usted me entiende, Linda…¿verdad? –el Turco lanzó una mirada intensa a Linda que empezó a asustarse un poco.

-Sí, entiendo. Pero me parece que yo … soy muy joven para usted… No se enoje…

-No me enojo. Pero de donde yo vengo…

Linda empezó a retroceder y cruzó el local con luces apagadas y con las mercaderías en la penumbra… Ella iba apurando el paso, mientras un torbellino se le arremolinaba en su cabeza… “Oh, no. Otra vez como decía la abuela Ñuki. Salgo de la sartén y me caigo en el fuego…” (en el fuego de un Turco ardiente, pareció escuchar en el fondo de su conciencia, mientras apuraba el paso…)

-No señor Asaf… usted no entiende…

-Sí, claro que entiendo. Cuando venga su padre, hablaré con él y verá que todo tiene arreglo…

En ese punto el Turco abrió una de las puertas y Linda Celeste apuró más el traspaso.

Gilles la miró extrañado al ver el rostro encendido que traía.

Ella lo tomó por la cintura y le susurró rápido, para que el Turco no oyera.

-Gilles, bésame. Con pasión, como si fueras mi novio de toda la vida. Por favor!

Y el francés –aún aturdido por semejante pedido- tomó a Linda Celeste de la cintura, la hizo girar en rotación leve a su izquierda y la besó con todo el amor posible.. que nunca imaginó que podía haber llegado a sentir por alguien que tan poco tiempo atrás ni siquiera conocía. “Pero el amor es así”, pareció consolarse el Turco Asaf, que miraba desolado la escena.

-Es que no me dejó aclararle que estoy comprometida con Gilles, señor Asaf… Lo siento…

-No… no me malinterprete, señorita Linda. Sólo que usted me hizo recordar a una joven de mi tierra y eso enardeció mi corazón y lo llenó de verdadera pasión. Le ruego que me disculpe…

-No tiene que disculparse… -empezó a decir Linda…

Pero –rápido de reflejos- Gilles la volvió a tomar entre sus abrazos (en realidad no la había soltado del todo) y le dio otro soberano beso  que produjo suspiros y silbidos entre los transeúntes que seguían con su ambiente festivo…

El choripanero estaba agotando su stock de mercaderías ofrecidas y la música sonaba fuerte. Los parroquianos habían girado las sillas y volvían a prestar atención a lo que “estaba pasando en la tele”.

Mientras esperaban a que los vinieran a buscar, Gilles y Linda Celeste retomaban por primera vez en muchas horas un poco de intimidad.

Se miraban en silencio y se admiraban mutuamente. Lo que les había pasado era muy fuerte y quizá deberían hablarlo una vez más.

En Posadas, María Elena quedó reflexiva un rato.

-¿Qué estás pensando? –le dijo el Prefecto…

-Algo, algo que me dijo Linda. Ella habló de un muchacho francés que también había sido raptado con ella. Así ella me dijo. “Que también fue raptado y ahora está libre conmigo…” ¿Vos sabías algo de eso?

El hombre golpeó con su puño derecho en la palma ahuecada de su mano izquierda.

-¡Pero claro! Es el joven camarógrafo francés. Lo andaban buscando.

Ahí mismo decidió llamar a Corpus.

Al rato, volvió con la ratificación. “Sí, hablé con gente de la Fuerza allá y me confirmaron: el que está con Linda es el camarógrafo francés…”

-Bueno, dijo María Elena sin entender demasiado. Yo ya estoy lista. ¿Vamos para Corpus?

-Sí, vamos. Pero me vas a tener que aguantar un rato. Tengo que avisar al consulado francés acá y luego que pasen la novedad a Buenos Aires…

Ella lo miró con incredulidad. “Ya estamos volviendo a lo de antes”, pareció decir su mirada en silencio…

-No, mi amor, no entendés. Esto es muy importante. Hay un conflicto internacional porque el embajador francés en Buenos Aires está haciendo un reclamo por la desaparición de este joven. Tenemos que dar el aviso que ya lo hallamos y así, nos quedamos tranquilos y nos vamos a Corpus, ¿puede ser?

Ella, resignada, alzó los hombros y decidió aceptar que –al menos- esta vez a su marido no le faltaba razón. Y además “¡Linda estaba bien! Sana y salva. El resto importaba tan poco en estos momentos…”

Minutos más tarde, desde el consulado francés en Posadas lograban comunicar a la embajada en Buenos Aires.

Como el embajador aún no había regresado, no pudieron darle la buena nueva.

Pero los empleados de la Embajada agradecieron con gran énfasis la novedad y pidieron que se confirmara con exactitud la aparición de Gilles Bechardié ya que en una ocasión anterior, habían comunicado acerca de su supuesto encuentro y el hecho fue desmentido más tarde. Tras asegurarle que esta vez sí se lo había hallado, pusieron sus mecanismos para avisar vía teléfono móvil al Embajador de la buena noticia.

El último en enterarse fue –vaya paradoja- Sebastián Gracia Resteplen, el sufrido funcionario de la Cancillería que había tenido que soportar los malhumores del Embajador y -de paso- del Ministro. “No doy más. Tengo que pedir un cambio de tarea. Quiero otro destino. Quiero Moscú, quiero Managua, quiero Montreal”, iba diciendo para sí mismo.

* * * * * * * * * *

En cuanto se apeó de la camioneta que lo llevaba, Ernesto Kattingenschen vio que todo estaba por desencadenarse.

Allá lejos, su pariente parecía querer pegar la vuelta. Y los militares –alterados porque este hombre se había filtrado primero entre ellos y luego se había ‘mandado’ hacia la avanzada rival- esta vez evitaban que nadie se acercara a la posición más adelantada y realizaban un cerco.

La gente del canal coordinaba desde abajo con su equipo de filmación ubicado en la parte alta a unos cien metros de distancia y unos 60 metros de altura lo que les daba una perspectiva notable. La transmisión estaba saliendo como estaba previsto.

De a ratos se escuchaban los sonidos entrecortados de los radioemisores que algunas fuerzas usaban todavía con el “cambio” cada vez que terminaban de enviar un mensaje.

-Les advierto, estoy volviendo al campamento de los ‘milicos’. Si no se rinden van a tener una sangría. Ellos están bien parapetados y ustedes están en muy expuestos acá…

Así les advirtió el hombre al que llamaban el Yasy yateré en la zona. Era un aviso claro para Zosa Guarencio y su gente. Ahí mismo, se dio vuelta. Se colocó su sombrero alto, desmontó el trapo blanco que había usado a modo de bandera en la punta de su bastón y con la mayor dignidad que podía exhibir, emprendió el retorno.

-Esto no va a quedar así –estalló Zosa Guarencio.

-¿Qué vamos a hacer, jefe?

-“Soldado que escapa de una guerra sirve para otra….” Decía mi abuelo y eso que había luchado en la guerra del Chaco Paraguayo contra los bolivianos.

Hizo unas señas que fueron muy claras y detrás de su largavistas, el jefe del operativo conjunto, lo vio también.

-Muchachos, plan C en marcha….¡yaaa! –fue su orden

Los tiradores se aprestaron a usar sus armas, quitaron el seguro de sus pesados fusiles y apuntaron.

-Fuego! –gritó el jefe y la explosión fue brutal.

Los disparos comenzaron a sonar y todos fueron sorprendidos.

“Miren, miren,…” gritaba azorada Lisa Cuntres mientras se agachaba instintivamente al igual que la gente que va dentro de un coche y una rama se les viene encima y realizan el movimiento instintivo de apartarse pese a que no los tocara…

-Comenzó la balacera –advirtió César Rendón y controlaba que las imágenes estuvieran bien enfocadas.

Ernesto Kattingenschen no podía creer. ¡Estaban disparando y su familiar aún no había retornado!

“Es que no teníamos opción. Si no lo hacíamos, esta gente iba a pegar la vuelta y la ocasión de tenerlos a todos ahí no se iba a repetir. No podíamos fallar, ése era el momento y me hago cargo de lo que pudiere haber salido mal”, explicó tiempo más tarde el jefe del operativo respecto a la decisión de iniciar el ataque en ese momento.

Zosa Guarencio resultó sorprendido con la primera descarga y apenas quiso incorporarse, tomó su Glock semiautomática y empezó a disparar casi sin apuntar.

El resto de la banda había tomado posiciones y se lanzaban a la arena. Apenas asomaban sus cabezas.

Ahí comenzaron a disparar en un concierto de armas de diverso calibre, con pistolas automáticas, Rifan AR15, semiautomáticas, ametralladoras y fusiles de alta precisión. Toda la artillería se había puesto en acción y se elevaba una especie de humo cargado de pólvora. La imagen tomada por la cámara de TV producía un efecto increíble vista desde lejos y desde arriba.

Al cabo de unos instantes, sonó la primera gran explosión.

Ahí los partidarios de Zosa Guarencio se dieron cuenta que los disparos no venían buscándolos a ellos. No. Al explotar el primer tanque de los motores fuera de borda atracado en la arena empezaron a comprender la estrategia de las fuerzas conjuntas.

-Sigan así. Ahí, ahí. Disparen. No ahorren municiones que está resultando… -alentaba el jefe del operativo al ver la primera explosión en la playa. En casos, comenzaban a incendiarse y producían un efecto impresionante.

Y tras ese estallido, comenzaron a sucederse otros. Todas las lanchas estaban siendo eliminadas para el transporte. Todos los motores estaban quedando inutilizados. Y, tarde, los secuaces de Zosa Guarencio se dieron cuenta que estaban quedándose sin chances para un escape por el río…

De a poco, las lanchas de origen paraguayo y de la Prefectura Naval Argentina iban acercándose para cerrar el cerco pero sin quedar a tiro de los disparos de las poderosas armas de la gente de Zosa Guarencio.

Fue como un puñetazo que había recibido de su padre cuando era muy pequeño. Él siempre había sido rebelde. Su padre le había pedido que fuera a controlar las redes porque creía que algunos hilos se habían roto y eso haría que los peces pudieran escaparse. Pero Heins Karl tenía otros planes. Quería ir a cazar aves y revisar los nidos para colectar huevos de pichones y comerlos bien cocinados. Heins Karl no obedeció a su padre. Y éste le dio tal puñetazo que lo elevó por los aires y lo dejó sentado. El enojo de su progenitor era evidente, sus ojos trasuntaban la furia interna al ver que lo desafiaba en la autoridad. Esa fue la sensación. Un puñetazo que lo elevaba por los aires.

Ahora estaba así. Había caído en la arena y ahí empezó a tomar conciencia que no era un puñetazo sino un disparo de arma muy pesada que lo había impactado.

El resto de la balacera sonaba ya lejano como si fuera entre sueños. Se sentía cansado y había un calor que salía del lado de donde había recibido el impacto.

No se dio cuenta cuánto tiempo había pasado. Pero un rostro que por un instante le pareció familiar estaba frente a él y con sus manos tomaba su cabeza.

Le faltaba el aire y le punzaba al respirar. Ahora sí dolía y tomaba conciencia de que había recibido un disparo y muy feo.

-¡Tío!!!! –dijo Ernesto Kattingenschen…

-Usted debe estar equivocado…

-No me conoce, pero soy su sobrino-nieto. Yo soy Ernesto Kattingenschen y usted debe ser Heins Karl Kattingenschen, según me contaron mi padre y mi abuelo…¿verdad?

-¿Cómo… cómo… -el hombre apenas podía hablar- cómo es posible…? Mi… sobr… -le empezaba a faltar cada vez más el aire.

-Sí, soy yo… tío.. Usted es mi tío. Hacía mucho tiempo que sabía que tenía que andar por acá… Usted es mi tío… mi tío…

-Oh…! Qué sorpr…esa!…

-No se muera, quiero saber más de usted…

-Tienes que contin…uar… -el hombre no dio más que una suave exhalación y lentamente se fue marchando, como cuando alguien decide cerrar una casa y comienza por cerrar las ventanas, luego pasa las tranqueras a las puertas internas, todo con parsimonia. Luego va apagando las luces. Más tarde controla si no hay alguna hornalla encendida sobre la cocina y más tarde mira por aquí y por allá y luego, satisfecho, decide partir. Así, lentamente, Heins Karl Kattingenschen, al que le decían el Yasy Yateré fue marchándose…

-Tío, tío, tío… -era apenas la voz audible del periodista. Ya no podía notar el silencio a su alrededor, ni que los disparos habían menguado… Todo era tranquilidad que se traslucía el respeto de una vida que había dejado de existir…

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