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lunes, enero 6, 2025

La Patria de Aramburu y el rol de los terroristas con ideales

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La novela Patria de Fernando Aramburu ya es uno de los puntos altos del siglo XXI en literatura. Escrita en castellano por un vasco que vive en Alemania ya frisa el millón de ejemplares vendidos en una época de virtualidad en redes, e-books y kindles. Y se sabe por qué, además. La miniserie de HBO Max le hace honor al libro

“Matar por un ideal es un asesinato, es un crimen. O sea, no se puede, no se puede hacer nada bueno en esta vida haciendo daño a los demás. Esto es imposible. Además ¿qué es un ideal? ¿Por qué un ideal es valioso? ¿Por qué hay que imponer un ideal? A mí nunca nadie me ha sabido responder esto. ¿Acaso nacemos con un ideal? ¿Nacemos con una pistola? No nacemos con nada, nacemos desnudos. Y todo, empezando por el idioma o las creencias religiosas, todo nos lo han inducido. No hay otra posibilidad, uno va al colegio, le transmiten una serie de valores, lo adoctrinan. Y un ideal también se inocula. El fanático en realidad es una persona que tiene un cerebro conquistado, le han inoculado una verdad a tal punto que puede cometer los mayores crímenes pensando que está haciendo algo bueno”.

Es muy claro Fernando Aramburu en sus conceptos. Y muy válido al venir de una región del mundo que padeció por 42 años a la guerrilla separatista vasca ETA.

El propio escritor nació el mismísimo año en que la Euskadi Ta Askatasuna (ETA) se lanzó a una lucha independentista. Eran épocas del generalísimo Franco y su mano dura en la península ibérica. Ese idealismo local terminó apañando dentro de las comunidades de esa región norteña de España por las gentes sencillas. “Recuerdo haber oído por primera vez sobre el ETA a fines de los 60”, indicó Aramburu quien en 1985 decidió marcharse a Alemania, casarse y quedar en dicho país. Y empezar a escribir, claro.

En estos días, pude acceder a Patria en versión audiovisual. Está en HBO Max y tenía ciertos reparos porque muchas veces, cuando se va de las multidimensiones de una obra escrita a la pantalla plana (por así decirlo) se pierden sutilezas del lenguaje que hacen parecer (disculpen la analogía) anodino al producto audiovisual.

No es el caso de Patria, por cierto, ya que se trata de una pequeña maravilla.

Realizada en España y con actores la mayoría de ellos con apellidos vascos.

El actor José Ramón Soroiz en la piel del Txato, cuyo asesinato desencadena la trama de ‘Patria’.

El país vasco es una región bien al norte y contigua a Francia, que -al igual que Galicia- está llena de humedad y verde con el maravilloso fondo de los Pirineos por un lado y el mar del Norte al otro lado. En una palabra, un territorio bellísimo.

Para ir al núcleo, en Patria, Aramburu trata el fenómeno de la irrupción, desarrollo y fin de la guerrilla separatista vasca conocida como ETA en España.

Pero lo hace de una manera tan íntima y personal que sacude.

Cuenta la historia de dos familias vecinas que se van distanciando con el paso de los años.

La grieta. Sí, así como lo lee.

Un grupo tiene de cabeza hogar a un empresario con una pymes: un tipo que se ha roto el lomo moviendo cosas con su empresa de transporte. Da trabajo. Paga sus impuestos. Hasta que ETA decide que debe dar algo más: debe colaborar con los idealistas.

Bittori, la mujer que pierde a su marido por ETA y Mirren, cuyo hijo está detenido por ser de ETA

La otra familia, bien proletaria, con su líder que trabaja de empleado y su esposa, ama de casa. Las dos mujeres (Bittori y Mirren) son amigas y vecinas desde tiempos inmemoriales.

El inicio del fin está ahí mismo. Ya que (alerta spoiler) el hijo de Mirren la familia proletaria (enrolado en ETA) participa en el ataque y muerte del dueño de la pymes. Aparentemente, al menos. Eso destruye los dos núcleos y sus lazos construidos durante décadas.

Lo interesante en la historia es la reacción y cómo lo viven los personajes.

La construcción y el cincelado de historias que hace Aramburu y de cómo van viviendo la muerte del Txato, el hombre que primero pagó 2 millones de pesetas y luego ETA le exigió que fueran 25 millones de pesetas. Cuando no pudo más, simplemente esperó que vengan “a por él”, como gustan decir en España.

Y fueron. Y lo mataron sin piedad. Como un perro. O peor, aún. Sin defensa ni pelea. Lo esperaron al acecho y cuando lo vieron salir de su casa simplemente activaron sus pistolas y dispararon sin más. ¿Buscando un mundo ideal? ¿Así? ¿¡Matando a otro!?

Y de ahí, la frase del inicio. Es un crimen. Nadie por el ideal que fuere está habilitado a matar a otro.

Lo interesante es que la historia se vertebra sobre las dos (ex) amigas.

Mirren, de golpe, se vuelve partidaria fanática de ETA. Su hijo Joxe Mari no solo es militante sino que acaba de ser detenido por las autoridades.

Y Bittori, con el dolor transido en el alma, abandona el pueblo.

De alguna manera incomprensible todos tienen una mirada acusadora e inquisitiva hacia ella. Como si ella fuera culpable de que su marido se hubiera muerto.

Sí, así ocurren las cosas.

Los que hayan vivido los 70 aquí en Argentina saben de qué estoy hablando. NO fueron jóvenes idealistas. Fueron criminales.

No fue una “juventud maravillosa”; fueron jóvenes estrenados en técnicas ultra violentas para matar y cercenar vidas sin ton ni son.

En estos días, la Justicia determinó que un ataque con una bomba en un comedor policial en Buenos Aires con 23 muertes no había prescripto y que los responsables (vivitos y coleando) debían volver a dar la cara por ello.

Para completar el cuadro argentino en esta digresión hay que recordar todos los pasos: el gobierno de Raúl Alfonsín juzgó a los militares y a los terroristas argentinos. Todos tuvieron sus condenas. Mario Firmenich un jefe de Montoneros, por caso, se hallaba en Brasil. Fue traído al país y puesto en prisión. Tenía que pagar por los crímenes cometidos.

Pero en 1989, llegó Carlos Menem y -en pos de una reconciliación nacional– decidió indultar a los dictadores y guerrilleros.

Pasó otra década y media y cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia decidió que los militares debían volver a ser juzgados por sus delitos imprescriptibles pero los guerrilleros, no. Esto es, no los consideraban autores aberrantes de delitos de lesa humanidad. Y no solo eso. Desde ese gobierno y el siguiente de su esposa Cristina Fernández se decidió que ese grupo integraba la “juventud maravillosa” y había que premiarlos. Cada uno que se presentaba percibió el equivalente a unos 250 mil dólares. Nada menos.

De hecho, fue tan atractivo el convite que generó un negocio paralelo: hacerse pasar por una (supuesta) víctima y pasar por ventanilla.

Fin de este interregno argentino.

La mención de lo que en su momento Carlos Menem explicó viene al caso. No puede haber reconciliación general. El perdón es de a uno.

Hinde Pomeriac entrevistó a Aramburu y usó esta frase: “No hay nada admirable en quienes tratan de construir un paraíso social con sangre ajena”. Y me quedo con esa frase porque es un buen resumen del modo en que Aramburu piensa el tema ETA o, mejor, del modo en que piensa sobre el terrorismo”.

Para resumir:

Un total de 829 muertos en atentados reivindicados (el 90% de ellos cometidos en tiempos de democracia) y 379 fallecidos en acciones aún no aclaradas.

Esto es lo ocurrido durante 43 años en España a manos de ETA, la organización separatista vasca nacida en tiempos de Francisco Franco y que en 2011 -diezmada por las operaciones policiales contra ella, la detención de muchos de sus miembros y la pérdida de apoyo popular- proclamó “el cese definitivo de su actividad armada”.

Lo dice Aramburu: “Se convirtió a terroristas en héroes. Los propios terroristas, en las pocas confesiones a las que se puede acceder, no se consideran asesinos. Creen que están haciendo un bien, que están salvando a su pueblo, que se están sacrificando por él”.

El comedor policial: los ‘idealistas’ creían que allí matando a cualquiera empezaba el mundo mejor

Y agrega algo que puede explicar el apoyo que tiene Victoria Villarruel (otro apellido vasco, vaya coincidencia) en Argentina: “De los muchos silencios que ha habido, creo que el más reprobable es el haber dejado solas a las víctimas, abandonadas. Creo que ese silencio es imperdonable”.”

En la Argentina nadie lloró por las víctimas del comedor policial (muchos eran civiles que aprovechaban ir a comer en un lugar de comidas abundantes y baratas).

Hermindo Luna (izq) hacía la conscripción en Formosa y fue muerto en plena democracia

Ni por el pobre soldadito Luna, ese formoseño de 20 años que fue cortado en dos por las balas de Montoneros y cuya familia nunca pudo cobrar nada en los gobiernos K.

Pese a Menem, lo que dice Aramburu es claro con respecto a la reconciliación: “El perdón es íntimo, no se puede establecer por ley. El perdón, para que se merezca ese nombre, debe ser sincero, es incompatible con una solicitud abstracta, oportunista, en medio de una plaza, con fotógrafos y cámaras de televisión. Eso es un teatro que no contribuye al perdón”.

“…Tampoco un perdón general me parece un auténtico perdón. El perdón es algo muy particular, muy delicado, personal.”

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