Desde hace 40 años, Donald Trump insiste en que para hacer grande a Estados Unidos de vuelta hay que imponer aranceles a los que les venden a su país. No obstante, no sólo en el mundo rechazaron esto sino en su propio territorio: puede haber escasez de productos y también más inflación
Hace exactamente 80 años, Estados Unidos daba el golpe sobre la mesa del mundo y pasaba a ser el patrón planetario. Resultaba el gran ganador de la conflagración mundial que se llevó a millones de vidas y cambió la política global. En su territorio, la gran nación no había sufrido pérdidas y poco tiempo después su población empezaría a recibir el dinero que había puesto en los bonos patrióticos. Los ’50 fueron “la era feliz” de Norteamérica. Llegaron los baby-boom y los electrodomésticos junto con los autos y demás ‘gadgets’ que hacían más fácil la vida y conllevaban un optimismo casi infinito. Con la magnanimidad del vencedor, EEUU decidió apoyar a todos… hasta sus vencidos. No cometió el error de la Liga de las Naciones que en 1920 hizo pagar a Alemania todos los gastos de la I Guerra Mundial. No. Apoyó fuertemente el renacimiento de la laboriosa nación y el propio John Kennedy era recibido años después como un verdadero héroe por el apoyo dado al país teutón. Y lo mismo con Japón, otro de los vencidos. Y así llegaron los 60 donde “el desafío americano” era que todos querían imitar al gran maestro y dueño del mundo. Pero después las cosas cambiaron y muchos ‘alumnos’ comenzaron a superar al maestro: los japoneses colocan todos sus autos en EEUU pero la GM, la Chrysler, la Ford casi no pueden ingresar a Japón con sus vehículos. Esa falta de reciprocidad hizo que aparecieran figuras como Donald Trump que sostienen que hay que volver a tener un ida y vuelta más justo. Que ya se acabaron las épocas de generosidad norteamericana.

En el inicio de su segundo mandato, Trump lanza durísimas tarifas para intentar de compensar esos desajustes y a la vez, que el trabajo vuelva a su tierra. La reacción era -obviamente- de rechazo.
A continuación, una serie de análisis resumidos de diversos medios europeos y argentinos.
BBC
La política de Donald Trump ha cambiado considerablemente a lo largo de las décadas que ha estado en la esfera pública. Pero una cosa en la que se ha mantenido consistente, desde los años 1980, es su convicción de que los aranceles son una manera efectiva de impulsar la economía de Estados Unidos.
Ahora, está apostando su presidencia para demostrar que tiene razón.
Durante el evento que montó en el Jardín de Rosas en la Casa Blanca
-rodeado de amigos, políticos conservadores y ministros de gabinete- Trump anunció nuevos aranceles generalizados a una amplia gama de países, tanto a aliados como competidores y adversarios.

En un discurso que fue en partes iguales una celebración y autocomplacencia, marcada rítmicamente por el aplauso de los congregados, el presidente recordó su respaldo de larga data a los aranceles, así como sus anteriores críticas a los acuerdos de libre comercio -como el TLCAN- y a la Organización Mundial de Comercio. l presidente reconoció que enfrentará una reacción de parte de los “globalistas” e “intereses especiales” en los próximos días, pero instó a los estadounidenses a confiar en sus instintos.
Con las acciones de hoy, finalmente vamos a poder hacer Estados Unidos grande otra vez, más grande que nunca antes”, añadió.
Aun así, el presidente está tomando un gran riesgo.
Los economistas de todas las ideologías advierten que estos aranceles enormes -53% a China, 20% a la Unión Europea y Corea del Sur, con una tasa base de 10% a todas las naciones- repercutirán en los consumidores estadounidenses, subiendo los precios y arriesgando una recesión global.
Ken Roggoff, otrora economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, predijo que las probabilidades de que EE.UU., la mayor economía del mundo, cayera en una recesión habían aumentado a 50% tras este anuncio.
“Lo que hizo fue lanzar una bomba nuclear sobre el sistema de comercio global”, comentó Roggoff al Servicio Mundial de la BBC, añadiendo que las consecuencias de este nivel de impuestos a las importaciones que entran en EE.UU. “es simplemente alucinante”.Si Trump tiene éxito, sin embargo, estaría remodelando fundamentalmente el orden económico global que EE.UU. ayudó a levantar de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.

Él promete que esto reconstituirá la manufactura estadounidense, creará nuevas fuentes de ingresos, y volverá al país más autosuficiente e inmune al tipo de sobresaltos en la cadena de suministros que causaron estragos en EE.UU. durante la pandemia de covid.
FRANCE PRESSE
El republicano lo ha denominado como el “día de la liberación”, con la promesa de implementar una serie de aranceles, o impuestos a las importaciones de otros países, que, según él, liberarán a Estados Unidos de la dependencia de los productos de otros países. Para ello, Trump ha asegurado que impondrá aranceles “recíprocos” que igualarán los impuestos que otras naciones cobran a los productos estadounidenses.

¿Cuáles pueden ser las consecuencias?
Otros países, incluida la Unión Europea, también han amenazado con contramedidas.
Los economistas advierten que su solución —aranceles elevados— elevaría los precios nacionales e internacionales y perjudicaría la economía global. Un arancel del 20%, además de los ya impuestos, costaría al hogar estadounidense promedio al menos 3.400 dólares, según el Laboratorio de Presupuesto de la Universidad de Yale.
En respuesta a los aranceles de Trump al acero y al aluminio, la Unión Europea anunció medidas sobre productos estadounidenses por un valor aproximado de 26.000 millones de euros-alrededor de 28.000 millones de dólares-, dirigidas a productos de acero y aluminio, pero también a la carne de res, las aves de corral, el bourbon, las motocicletas, la mantequilla de cacahuete y los pantalones de mezclilla estadounidenses. El bloque de 27 miembros tenía previsto implementar estas medidas comerciales de represalia en dos fases, el martes 1 de abril y el 13 de abril, pero posteriormente anunció que las retrasaría hasta mediados de abril, sin especificar una fecha.

LA NACIÓN ARGENTINA
El presidente norteamericano, Donald Trump, acaba de comenzar a cambiar casi 80 años de historia comercial y económica con ocho láminas de Power Point. O más bien empezó a transformar la historia a secas, sin adjetivos, y con ella el orden global como lo conocemos.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y otras naciones victoriosas acordaron reorganizar el planeta bajo varios supuestos. Las alianzas comerciales y económicas como garantía de paz entre naciones que antes habían sido enemigas fue uno de ellos. La fe en el libre comercio fue más que un objetivo económico; fue una apuesta por la seguridad y el desarrollo que, en las décadas que siguieron, alumbró la globalización y la Unión Europea (UE), entre otros.
Con su arancel básico universal del 10% y con sus “tarifas de descuento” de hasta casi 50% a varias naciones, Trump dio por terminado ese sistema. ¿Por qué? Porque Estados Unidos, precisamente el país que eligió ser el custodio de la estructura de paz diseñada para evitar otra guerra global, fue “saqueado por amigos y enemigos” a lo largo de estas décadas, dijo un Trump que cree que su misión es cerrar su país para restablecer su poderío industrial (y con él, el potencial electoral para los republicanos).
Los aranceles que moldean el comercio global sí muestran un Estados Unidos más abierto que la mayoría de sus socios estratégicos. Al igual que Brasil, la Argentina, por ejemplo, aplica a las importaciones norteamericanas un promedio de arancel del 6,11%. Al revés, antes de las medidas proteccionistas de Trump, Estados Unidos imponía a las compras argentinas una tarifa promedio de 1,6% y a las brasileñas, de 1,32%, de acuerdo con estadísticas de la base de datos comerciales del Banco Mundial, una falta de reciprocidad que se repite a lo largo de todos los continentes.

Con su mezcla de omisiones, falsedades y exageraciones, Trump ignoró, al hablar de “saqueo”, dos pilares de la primacía norteamericana durante el siglo XX. Por un lado, con socios enriquecidos a través del comercio, Estados Unidos aseguraba sus intereses estratégicos en cada región del mundo.
Por otro, el crecimiento de los amigos es el crecimiento propio. Estados Unidos encabeza, desde hace más de un siglo y por lejos, el podio de la mayor economía global. Y nunca en la historia los hogares norteamericanos fueron tan ricos como hoy; su fortuna alcanza, según la Junta de Gobernadores de La Reserva Federal, unos 200 billones (200 seguido de doce ceros) de dólares, cuatro veces más que hace tres décadas y casi dos veces el tamaño del PBI del mundo hoy.
El Trump ultraproteccionista ahora obliga a otras naciones a repensar su relación integral con Estados Unidos y sus alianzas tradicionales para confrontar con una potencia que perdió su manto de confiabilidad. A estas horas, Japón y Corea del Sur, aliados fundamentales de Washington en Asia, evalúan unirse con China -el mayor adversario de Estados Unidos- para responder de forma conjunta a los aranceles.
Canadá, vecino, socio comercial y mayor aliado de la historia estadounidense, analiza sumarse a una UE ya dispuesta a renegar de su relación fundamental e histórica con Estados Unidos.

Para Trump, el 2 de abril es el “día de la liberación”. Muchos, dentro y fuera de Estados Unidos, se preguntan si, en cambio, no será acaso el “día de la destrucción” de la supremacía norteamericana. La respuesta a ese interrogante tardará en revelarse al mundo. Mientras tanto, hay incógnitas de respuestas más fáciles e inmediatas, pero no por eso menos inquietantes.
Inés Capdevila La Nación