Se trata de una historia increíble. Es probable que todo se iniciara en aquel famoso viaje de comienzos de siglo XX que hiciera Leopoldo Lugones junto a Horacio Quiroga. Fue en ese entonces cuando se llevaron la primera imprenta de esta región del mundo al museo de La Plata. Y que Misiones viene reclamando. Y estas grandes piezas que estaban en Buenos Aires a punto de ser transformadas en contrapiso y que luego fueron rescatadas
Habían pasado más de 140 años. El monte misionero es implacable. Y no perdona. Los techos con estructuras de madera no resistieron el embate del clima y sus elementos (lluvia, humedad, calor, sol) y habían desaparecido. Pero -paradojas aparte- ese material tan maleable como la famosa piedra laja de San Ignacio había resistido firme el paso del tiempo y los elementos naturales. Ahí estaban, majestuosas en medio de la selva que quería atrapar esa obra humana que conjugó lo mejor de dos culturas: la de los guaraníes y la de esos gringos llegados allende el mar todos vestidos de negro (de pie a cabeza) y que eran capaces (entre apenas dos) de administrar esos centros humanos de hasta dos mil personas.
En favor de Lugones puede decirse que ese rescate era justamente para intentar preservar algo que parecía en su camino a su deterioro final. No se puede hablar de robo liso y llano.
Cuando se calmaron las aguas varias décadas más tarde, los jesuitas pudieron volver, Quiroga se quedó en San Ignacio y Lugones decidió que quedaba bien suicidarse… se terminó descubriendo que su viaje no había sido solo de reconocimiento. Muchas piezas de San Ignacio y otras misiones habían sido llevadas a Buenos Aires y La Plata (Breve interregno: también en Egipto siguen reclamando a Inglaterra por la extracción de sus reliquias que se exhiben en el Museo Británico)
Y allí estaban en un simple club de barrio de la capital argentina. Rescatadas de una inminente demolición en Buenos Aires, estas columnas jesuíticas fueron recuperadas en 1968 gracias a una gestión clave. Hoy, firmes en la plazoleta Andrés Guacurarí, conservan una historia marcada por el misterio, el debate y el valor patrimonial. En base a un reporte de Data Urbana, se reconstruye el camino de estas reliquias que estuvieron al borde del olvido y la desaparición.
Las columnas Jesuíticas situadas en la plazoleta Andrés Guacurarí tienen una historia de polémicas y de misterios, en donde hubo detalladas investigaciones para corroborar su autenticidad.
En 1968, el Dr. Ulises López, quien en ese momento representaba oficialmente a la provincia de Misiones en Buenos Aires, le comunicó al gobernador de Misiones, el capitán (R) Hugo Montiel de que, en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA), se encontraban restos Jesuíticos misioneros.
Dicen que Ulises López fue invitado a un evento en el club GEBA y haciendo el recorrido por las instalaciones, se dio cuenta que estaban estas columnas. Consultó y le dijeron desconocer acerca de su origen.
Y hay que poner en destaque el rol de ambos. López desde Buenos Aires y Montiel un gobernador de origen militar pero muy apreciado en Misiones: siempre tuvo puesta la camiseta provincial y entre otros logros fundamentales, logró poner en marcha el proyecto de Papel Misionero, una iniciativa que aún hoy persiste y da trabajo en el interior de Misiones.
«Es más -le dijeron en GEBA a López- pensamos picarlas y transformarlas en contrafondo de un piso que vamos a hacer». ¡Para qué!
“Que si pertenecen a la provincia de Misiones, que se las lleven porque a ellos no les sirve y están a punto de triturarlas para usar como contrapiso”, justificó López.

Sin embargo, no fue sino hasta 1969 que se contrata un camión para traerlas hasta Posadas y después de un período en el que permanecen en el Ministerio del Agro (Santa Catalina y Centenario) refirió una crónica de El Territorio. Y allí son instaladas en la plazoleta donde permanecen hasta hoy, por una parte porque en un principio no pudo establecerse el origen y por otro, porque al estar fuertemente fijadas con gran cantidad de cemento, no sería posible moverlas sin causar un deterioro de las piezas.
Ante esta situación, el mandatario de la tierra colorada se contactó con las autoridades del GEBA para su restitución a Misiones. Los dirigentes del club porteño no pusieron reparos, ya que estaban prontas a ser demolidas para ser convertidas en material para un contrapiso.
Así fue como se decidió trasladarlas a su tierra original. Algunos testimonios afirman que fue en la década del 40 del siglo pasado y que el transporte se hizo en camión.

Ya en Misiones, fueron colocadas en la plazoleta situada sobre la avenida Andrés Guacurarí, entre Rivadavia y Buenos Aires hasta determinar fehacientemente a qué Conjunto Jesuítico pertenecían. Sin embargo, las bases de las reliquias se encuentran fijadas con mucho cemento que las torna poco posible de removerlas.
En base a una ley aprobada en 2006, se solicitó que sean trasladadas a las Ruinas de Santa Ana, lo que destacó una polémica por aquel tiempo, ya que, en base a estudios historiadores y de técnicos especializados, se pudo inferir que estas piezas arqueológicas son auténticas, aunque se desconocen qué lugar ocuparon originalmente en los vestigios de la Reducción Jesuítico Guaraní de Santa Ana, debido a que su estructura son mayores a las que se encuentran en ese sector.
Cuestiones que quedaron abiertas: Desde entonces, las columnas despiertan debate y admiración: ¿Pertenecieron a la reducción de Santa Ana? ¿Dónde se ubicaban originalmente? Aunque su diseño no responde con exactitud a ningún orden clásico, son testimonio del arte original de las Misiones Jesuíticas Guaraníes.
Las columnas redondas de referencia estarían situadas entre el Orden Toscano (romano) y el Clásico (griego) pero ni sus proporciones o medidas se ajustan a ello, como todo lo creado en las Misiones, se inspiran en las existentes, pero son creación original.
Actualmente se encuentra un cartel que reza la siguiente leyenda “columnas que pertenecieron a la Misión Jesuítica Guaraní de Santa Ana”.